La gran duda que existe en este momento es si la debilidad de la economía estadounidense en el primer trimestre del año, con una caída del PIB del 1,4% puede acabar provocando una recesión o simplemente una moderación del crecimiento económico. Esta previsión se ve complicada por la aparición de la inflación, que en marzo alcanzó un 8,5% superando todas las previsiones. De forma inmediata, la Fed ha reaccionado poniendo en marcha una política monetaria restrictiva para hacer frente a la inflación, cumpliendo las expectativas de los mercados.
De momento, el Comité de Mercado Abierto de la Fed (FOMC) ha anunciado un aumento de tipos de interés de 50 puntos básicos, el doble de lo habitual, un incremento que no tenía lugar desde los tiempos de Alan Greenspan, en el año 2000, y que deja los tipos de interés en el intervalo del 0,75%-1%.
Además, la Fed ha avisado que en los próximos meses podrían llegar más subidas iguales a las que ha anunciado, confirmando que se hará todo lo posible para no añadir más incertidumbre a una situación que ya lo es. Tras conocerse la decisión de la Fed, el mercado espera que los tipos de interés acaben el año en el entorno del 3%, de modo que el organismo tendrá que repetir al menos tres alzas de tipos similares, antes de 2023, para dejar de actuar bajo la presión del mercado.
Las presiones inflacionistas que han provocado la decisión de la Fed han tenido su origen en la salida de la pandemia del COVID-19, primero, y la invasión rusa de Ucrania después, disparando el precio de la energía y de materias primas, así como la crisis de suministros, a lo que algunos analistas añaden el impacto inverso de las sanciones de Occidente a Rusia por la guerra. Se trata de factores que se encuentran presentes en mayor o menor medida, en todos los países, obligando a los bancos centrales a alinear sus políticas monetarias más restrictivas.
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