Han pasado diez años desde la quiebra de Lehman Brothers, el que fuera cuarto banco de inversión de Estados Unidos, y que generó una crisis financiera mundial de la que pocos países escaparon. Los diez años transcurridos desde aquel mes de septiembre de 2008, han permitido a los países contar con experiencia sobre lo que se debe y no hacer en relación con la gestión financiera, a nivel global.
Lehman Brothers, que poseía activos por valor de 639.000 millones y una plantilla estimada en 26.000 empleados en todo el mundo quebró dejando un agujero de 613.000 millones de dólares. Una cifra que se convirtió en la mayor quiebra de la historia. Cuando faltan apenas dos semanas para el décimo aniversario de aquel percance económico, del que fuera cuarto banco de inversión de Estados Unidos, podría resultar interesante realizar unas reflexiones sobre el tiempo transcurrido, lo que hemos aprendido, las consecuencias de aquellos acontecimientos, y finalmente concluir si la economía mundial en la actualidad está mejor preparada para afrontar crisis sistémicas, o por el contrario, persiste la debilidad y en cualquier momento puede surgir una crisis financiera generalizada de efectos similares.
Tal vez por ello, un poco de historia sea conveniente a fin de centrar los sucesos acaecidos hace diez años. Los primeros síntomas de las turbulencias se detectaron en la primavera de 2007, concretamente en el mes de abril, cuando tuvo lugar la quiebra del New Century Financial, que era una pequeña entidad especializada en la concesión de hipotecas de alto riesgo, un producto financiero que tuvo mucho que ver con lo ocurrido después.
Aquel acontecimiento no dio para más, salvo para atraer la atención de algunos medios. La razón: la economía se mostraba fuerte y nadie podía pensar que se estaba a las puertas de una grave crisis. No obstante, algunos analistas y expertos situaron el comienzo de la grave crisis financiera, que vendría después, a comienzos del mes de agosto de 2007. En cuestión de tres días, entre el 6 y el 9, se produjo la quiebra de tres sociedades hipotecarias estadounidenses, en tanto que al otro lado del Atlántico, donde los efectos no se habían producido aún, el banco francés BNP Paribas anunciaba la suspensión de tres de sus fondos. Para la institución francesa, la disminución del precio de los activos vinculados a las hipotecas de alto riesgo le impedía calcular el valor de los fondos, por lo que estaba obligado a lograr que los inversores retirasen su dinero.
A partir de entonces, los sucesos fueron siendo cada vez más graves y la enfermedad empezó a extenderse con rapidez, y como consecuencia, los bancos dejaron de confiar sus operaciones en el mercado interbancario, que quedó completamente paralizado. Las entidades no se atrevían a prestar a otras, y el nivel de desconfianza aumentó de manera vertiginosa ante el desconocimiento de lo que se contenía en los productos financieros que los analistas calificaban de tóxicos, pero que hasta entonces se habían comercializado prácticamente sin límites. Ni siquiera las inyecciones masivas de liquidez por parte de los bancos centrales sirvieron para contrarrestar el clima de desconfianza, ni tampoco el descenso de los tipos de interés que acabaría llevando el precio del dinero a mínimos históricos.
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