Hace unos días, el ministro Cabrisas dijo en la asamblea nacional que la economía cubana crece en este primer semestre de 2017 a un ritmo del 1,1% tras superar la caída del -0,9% en el PIB durante el último semestre del pasado año. Sin embargo, al mismo tiempo añadió que “la crisis financiera en la que Cuba ha estado envuelta en los últimos dos años empeoró durante el primer semestre de 2017 debido a que el país tiene dificultades para obtener créditos comerciales por pagos atrasados a los proveedores”.
Crisis recurrentes que tienen su origen en la insuficiencia de los ingresos por exportaciones, mientras que las importaciones pese a su reducción lo que es poco beneficioso para el crecimiento interno de la economía, continúan abriendo la brecha de la balanza comercial, mientras que aumentan las dificultades para “obtener créditos, limitación en la asignación de liquidez y deudas por cartas de créditos vencidas y no pagadas".
Intentar achacar este problema a los menores suministros de petróleo procedentes de Venezuela no es del todo cierto. Los datos permiten constatar que incluso en años de fuerte entrada de petróleo la economía castrista mantenía su déficit comercial con el exterior, obligando al gobierno a reducir las importaciones y con ello, el crecimiento de la economía que se ha mostrado débil en los últimos años.
Como no estamos acostumbrados a disponer en la economía cubana de indicadores de coyuntura, como ocurre en otros países, la credibilidad del ministro y sus datos vuelven de nuevo a plantear algunas dudas sobre la realidad. En todo caso, toca hacer una revisión médica de la economía y tratar de comprender qué es lo que está ocurriendo realmente en la actualidad.
La primera duda que se plantea es cómo puede la economía cubana pasar de una fase de recesión muy intensa a otra de crecimiento positivo en solo seis meses. Los motores que impulsan al aparato de ineficiencia estalinista que es la economía cubana, se pararon a lo largo del pasado año. Ni los petrodólares de Venezuela, ni la condonación de deudas internacionales, el auge del turismo o las inversiones extranjeras tras el deshielo de Obama sirvieron para fortalecer la base económica del país, que se mostró cada vez más dependiente de las remesas enviadas por las familias en el exterior. Muchas de las reformas raulistas ni siquiera dan los resultados previstos porque nadie se las cree.
Un escenario como el descrito es difícil que cambie en solo seis meses. La realidad es que el gobierno ha tirado del déficit público para mantener los niveles de salario real de los cubanos, pero ello a unos costes muy elevados que nadie sabe qué tipo de repercusiones pueden tener dada la escasa financiación exterior obtenida por la economía. En tales condiciones, el anuncio realizado por Cabrisas de un mayor dinamismo de la economía cubana en estos primeros seis meses del año suena a cuento chino.
No me gustaría dar un baño de agua fría a los datos ofrecidos por el régimen. De hecho, ojalá las reformas que permiten el ejercicio de la actividad emprendedora fueran de mayor alcance y que los derechos económicos de los cubanos a tener propiedad privada, generar y acumular riqueza y mejorar sus condiciones de vida, con independencia del control estatal, fueran una realidad. Pero ese no es el caso. Y la realidad es que los avances en el proceso de apertura económica son limitados, dubitativos y hasta Raúl Castro tiene que declarar en la asamblea nacional que los pequeños emprendedores seguirán, y que no se permitirán "estigmas o prejuicios" hacia el trabajo por cuenta propia en la Isla.
El problema de la economía cubana no está en posibles errores de diagnóstico de los problemas, como ocurre en otros países. El problema es que las medidas que se tienen que adoptar para que la economía supere el atraso y la postración de 59 años, no se toman.
Existe un acuerdo generalizado que el principal problema de la economía cubana está en la competitividad exterior, su incapacidad para vender productos en los mercados internacionales con los que generar las divisas necesarias para el funcionamiento de la economía. Pues bien, no hace muchos días, la ONEI ofrecía un dato sobrecogedor. Los muy bajos niveles de salarios nominales que existen en Cuba han registrado en 2016 un incremento del 7,7% hasta alcanzar los 740 CUP. No creo que el aumento de salarios, desde muy bajos niveles, reduzca la competitividad exterior de la economía e impida a las empresas vender en los mercados internacionales pero es un dato que trasmite a los agentes internacionales unas expectativas que no se corresponden con lo que Cuba necesita para ser competitiva a nivel mundial.
La culpa siempre se puede achacar al embargo o bloqueo de EEUU, pero la realidad es que la economía cubana no ha sido capaz de orientar su oferta productiva a los mercados internacionales y obtener recursos con los que financiar el crecimiento, salvo por la venta de servicios médicos y profesionales a cambio de petróleo. A resultas de ello, y rotos los accesos a los mercados financieros oficiales internacionales, afrontar los pagos de deudas con el exterior acaba siendo una pesadilla obligada para volver a recurrir a los mismos prestamistas. Según datos ofrecidos por Cabrisas, “si en el 2016 un 85% de las importaciones fueron financiadas a través de créditos comerciales en 2017 el país había logrado obtener un financiamiento similar por solo 40,8% hasta mayo” en lo que supone una clara pérdida de confianza en la economía y su capacidad para afrontar el pago de una deuda en continuo aumento.
Además, en el ámbito interno la compra por el Banco central de Cuba de la deuda soberana del gobierno está provocando una laxitud en la política monetaria que acabará depreciando las dos monedas en circulación en la isla, el CUC y el CUP, haciendo cada vez más difícil el proceso de unificación de las mismas, necesario para que la economía vuelva a recuperar credibilidad. Los cubanos empiezan a acumular divisas extranjeras ante la desconfianza en sus dos monedas, y eso no es bueno.
A pesar de las condonaciones de deuda, la realidad es que la economía de Cuba sigue estando endeudada y sin acceso a mercados internacionales, este es un problema complejo, cuya solución pasa por un mayor crecimiento de la productividad, pero esa es otra de las asignaturas pendientes del modelo estalinista, que ha desperdiciado todas las oportunidades a su alcance para incrementar la productividad por ocupado, clave del crecimiento sostenible.
El estancamiento de la productividad de la economía cubana, a pesar de los modestos avances de la población, dificulta cualquier política económica en las condiciones actuales. Cualquier estudiante de primer curso de economía sabe que para que un país vea crecer la productividad y, con ello, las retribuciones de los factores, necesita aumentar el stock de capital y la innovación. En Cuba, estas dos variables no crecen.
Ya hemos tenido ocasión de comprobar que la participación de las inversiones en el PIB apenas alcanza el 10%, como consecuencia de la preferencia política por el gasto corriente. El atraso de infraestructuras incide en el volumen y composición del stock de capital de la economía, que en un porcentaje muy elevado, es de titularidad estatal dada la limitación en el ejercicio de los derechos de propiedad privada. Los recortes de la inversión en stock de capital en la economía castrista limitan su potencial de crecimiento y otro tanto ocurre con la inversión en I+D.
Además, el sector emprendedor que ha surgido en la isla, concentrado en actividades pertenecientes al sector servicios y con bajo nivel de productividad y dimensiones muy reducidas, tampoco puede asumir el crecimiento de la inversión ya que ni siquiera suele ser titular de los activos que utiliza para sus actividades (locales e insumos propiedad del estado). El régimen ha apostado por un modelo turístico más propio de mediados del siglo pasado, mayoritariamente extensivo, y basado en la cantidad de turistas y el bajo coste en el que solo se presta atención a la llegada de turistas, pero rara vez se hace referencia al gasto de dólares por turismo o la estancia media.
De ese modo, el problema principal de Cabrisas, Murillo y Castro es que no existe una estrategia para la economía que sea creíble y que de la necesaria confianza a los agentes que intervienen en el proceso. Como nadie lo advierte, si no se corrige el déficit público estructural, para hacer sostenibles los gastos sociales en educación y sanidad, al tiempo que se atienden nuevos retos como las pensiones y se frena el sobreendeudamiento de la economía, los próximos años van a ser mucho más difíciles. Las recetas son bien conocidas, pero insisto, el problema es de voluntad política.
En Cuba se requiere crear un entorno de seguridad jurídica acompañado de una retirada progresiva del estado de la actividad económica cediendo activos a los agentes económicos privados para que se permita alcanzar un desarrollo sostenible del país con una mejora de las condiciones de vida de la población.