La respuesta a esta pregunta es solo una. No podrá si no se introducen reformas estructurales de gran calado, que, por otra parte, el gobierno no está dispuesto a asumir.
En 2020 el PIB de la economía cayó un 10,9%. Un año antes lo había hecho en un 0,2%. Esto significa que la economía cubana lleva casi dos años reduciendo su tamaño, porque las políticas económicas adoptadas por el gobierno resultan ineficaces para revertir las tendencias. En 2021 las cosas no han ido a mejor.
¿En qué consisten estas políticas del gobierno? Ni más ni menos que en más estado: más gasto público corriente, más déficit, más expansión monetaria, más inflación y descontrol. La vía emprendida por las autoridades es un fracaso, y en ausencia de turismo, petróleo de Venezuela, ingresos de servicios médicos y remesas suficientes, el sistema económico se viene abajo, sin solución de continuidad.
Mientras el gobierno no deje de responsabilizar a otros de los problemas de la economía y asuma su responsabilidad en el curso de los acontecimientos, la economía cubana no podrá mejorar. No parece que esta actitud prudente, creíble y responsable esté en los planes de quienes solo aspiran a ganar tiempo ante lo que parece inevitable: el fin del sistema económico y social.
Entonces, ¿hay que darlo todo por perdido? ¿No existe acaso una alternativa para cambiar este signo negativo de la economía? Por supuesto que sí, pero el gobierno, por motivos ideológicos, la rechaza.
La alternativa es menos estado, y más sector privado. Para ello, lo primero, es controlar los desequilibrios interno y externo, para sentar las bases del crecimiento.
El desequilibrio interno viene provocado por la combinación mortífera de un déficit estatal que subirá del 17% del PIB, una inflación por encima del 18,5% con la que cerró el año 2020, y una expansión monetaria descontrolada que ha llevado la definición del dinero M2 en porcentaje sobre el PIB a un 120%. El desequilibrio externo tiene su origen en la escasez de divisas provocada por la reducción del turismo y las exportaciones, elevando el importe de la deuda externa (2018) por encima del 20% del PIB.
Es por ello que el régimen no ha dado prioridad a lo más importante, como asumir los pagos y los compromisos con los acreedores internacionales para poder continuar obteniendo financiación. Esta debería haber sido una apuesta firme en la actual coyuntura, ya que cualquier aplazamiento de pago o el impago mismo de la deuda no hace otra cosa que arrojar sombras de duda sobre el país.
También resulta prioritario potenciar el sector privado por cuenta propia permitiendo que comercie libremente con el exterior y que reciba inversiones extranjeras. Conforme se liberen recursos financieros de los improductivos programas de gasto corriente del estado, se debe aumentar la inversión en infraestructuras que generen empleo productivo a corto plazo. Y estas medidas, de aplicarse, no llevan a un crecimiento económico inmediato, porque sus efectos toman tiempo en materializarse.
De 2021 queda poco menos de medio año para finalizar. Cambiar el curso de los acontecimientos en esta segunda parte del ejercicio no será fácil. No existe ninguna tendencia del entorno que pueda beneficiar a la economía cubana con un crecimiento suficiente para contrarrestar el pasado inmediato. Visto desde esta perspectiva, el año se puede dar por perdido, y conviene ir olvidando algunas previsiones de organismos internacionales que otorgan a la economía cubana un crecimiento del PIB en 2020 del 2%, por cierto, de los más bajos de América Latina.
Los problemas de oferta están generalizados en todos los sectores productivos, tanto que el régimen se ha visto obligado a contraponer a su voluntad autárquica, la importación de alimentos, medicamentos, aseo a las que se unen equipos de renovables, sin pagar impuestos aduaneros. Medidas que no van a servir para aumentar la oferta, sobre todo en el sector agropecuario, incapaz de alimentar a toda la población.
Las empresas estatales se muestran incapaces de producir son solvencia porque han retrasado sus inversiones en años precedentes y se encuentran amenazadas por las decisiones adoptadas en la Tarea Ordenamiento. La intervención del estado en la economía ha supuesto un fracaso tras otro. En estas condiciones, al régimen le queda poco tiempo para implementar lo que realmente puede salvar a la economía cubana, y que no es otra cosa que su tránsito hacia la propiedad privada, el mercado y la libre elección. Esas son las reformas estructurales que pueden cambiar la economía de la nación.