No hay nada peor en la dirección de los asuntos económicos de un país que cometer errores y no acertar en el diagnóstico de los problemas y las medidas adoptadas. Actuar de ese modo, resta credibilidad a los responsables de la economía, hace difícil realizar previsiones y contribuye a una ceremonia de confusión de la que nadie sale bien parado.
El área económica es, con diferencia, la que peores resultados de gestión presenta en el régimen castrista. Son 60 años apostando por un modelo de planificación central sin derechos de propiedad ni mercado para intervenir en la actividad económica que ha sido una cosecha continua de fracasos, uno tras otro.
Cuando se escriba con independencia de criterio y objetividad la historia de la planificación central en Cuba desde los tiempos de la JUCEPLAN, no se podrá obtener otra valoración que fracaso. Granma dedica un reportaje a la reunión del consejo de ministros en la que se aprobaron el plan de la economía y el presupuesto del estado para el 2022, que se presentarán en unos días a la Asamblea Nacional para que los diputados den su aprobación.
Del plan habló el ministro Gil, que presentó las líneas maestras del mismo, mostrándose optimista y poco crítico con lo que ha sido la gestión de la economía en los dos últimos años. Un asunto de su responsabilidad.
Y aquí comenzó un espectáculo poco gratificante. Lo primero que dijo, ni él se lo cree, es que la economía cubana ha comenzado un “proceso gradual de recuperación de los niveles de actividad”. Un proceso que se debe interpretar con mucho cuidado, porque si bien es cierto que el segundo y tercer trimestre pasaron a tasas positivas del PIB, según la ONEI, lo hicieron a un ritmo menor, y todavía con datos medios anuales, la economía se encuentra en recesión, -1,2% hasta el tercer trimestre.
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