Cuando la Tarea Ordenamiento está a punto de cumplir su primer mes, resulta interesante prestar atención a la letanía de Díaz Canel, con el mismo mantra de siempre de que “tenemos que cambiar conceptos, cambiar mentalidades para desatar definitivamente las fuerzas productivas y la Tarea Ordenamiento favorece eso”. Escuchando este mensaje, los cubanos se deben andar mirando unos a otros con cierta sensación de asombro, aburrimiento e incertidumbre. Más de uno debió preguntarse, en silencio, por supuesto, ¿y qué viene ahora?
Lo cierto es que mal, muy mal deben estar yendo las cosas con la Tarea Ordenamiento cuando las encuestas que elabora el partido comunista para medir el tono social deben estar dando resultados alarmantes, como para no dormir. Díaz Canel es consciente de que su futuro personal está en juego en el próximo cónclave comunista, y la Tarea Ordenamiento le puede acabar dando el golpe de gracia.
Su argumentario reposa en varias ideas fuerza que, a base de repetirlas, acaban convirtiéndose en convicciones. Por ejemplo, la complejidad del momento crucial que atraviesa el país. Si tanta es la complejidad, ¿qué sentido tiene embarcarse en unas políticas cuyo resultado incierto, no permite calibrar el estado final? ¿Acaso no sería más prudente tratar de arreglar los contenciosos, como el eterno embargo, o la crisis sanitaria provocada por el COVID-19 a lo largo de casi un año? Díaz Canel se ha lanzado a la piscina, sin agua, sin atender a los condicionantes del entorno, pese a que algunos han estado presentes en la economía cubana durante muchos años. Nadie pone en duda la complejidad de la situación económica. Lo es en todos los países, en mayor o menor medida, y por eso, la aplicación de la Tarea Ordenamiento entraña graves riesgos. Nadie ha podido entender por qué de una urgencia que llevaba once años de reflexión y estudio.
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