Una de las características del entorno de la cuarta revolución industrial es el empobrecimiento de las clases medias de los países más avanzados del mundo. Esa debilidad, tal y como ha sido expuesta recientemente en un informe de la OCDE, tiene mucho que ver con los cambios que se están produciendo como consecuencia del ritmo de avance de las nuevas tecnologías disruptivas. Pero lo peor aún está por llegar. Sin necesidad de crear alarma, es evidente que algo se tiene que hacer.
La OCDE sostiene que la clase media está menguando como consecuencia del estancamiento o declive de su nivel de vida. Al mismo tiempo, las rentas más altas prosiguen su marcha ascendente y se amplifican las desigualdades dentro de los países. Es decir, mientras que a nivel mundial se reducen las distancias entre los países más avanzados y los emergentes o en vías de desarrollo, las diferencias en términos de renta dentro de los primeros tienden a crecer.
A la hora de señalar culpables, la OCDE se refiere tanto a los coyunturales específicos de cada momento del tiempo, así como los estructurales dotados de una mayor permanencia y que acompañarán a los países durante décadas. Entre los primeros, se cita por ejemplo, el aumento del coste de la vida, superior al que experimentan los ingresos, lo que supone un empobrecimiento del poder adquisitivo, que afecta otros gastos necesarios, como la inversión en vivienda. Entre los segundos, el avance de la robotización y la inteligencia artificial hacen que, muchos trabajadores, sobre todo los menos cualificados, sientan especial preocupación por la pérdida de sus empleos. Y este proceso no ha hecho más que empezar.
Durante décadas, los gobiernos diseñaban sus políticas económicas para hacer crecer y consolidar sus clases medias. Detrás estaba la tesis de que un país es más próspero en la medida que cuente con una clase media más amplia y estable. Formar parte de la clase media también ha cambiado con el paso del tiempo, y así para varias generaciones pertenecen a la clase media significaba vivir en una vivienda cómoda con un estilo de vida agradable y un trabajo estable con posibilidades de desarrollo profesional.
A partir de la combinación de estos factores, las unidades familiares sentaban las bases para un futuro mejor para sus hijos. La progresión social y la movilidad ascendente quedaba así garantizada. Sin embargo, con el cambio de milenio, esta clase social tiene mayores dificultades para lograr esos objetivos. El paisaje que quedó en los países avanzados tras la reciente crisis financiera internacional ha mostrado para muchos que el nuevo comienzo suponía aceptar unas condiciones muy distintas, en términos económicos y sociales, a las que se tenían antes de la crisis. El futuro para muchos se ha evaporado, y las expectativas también.
Una de las secuelas de la recesión económica ha sido la aparición de populismos y fenómenos políticos y sociales como los chalecos amarillos en Francia, o el auge de la extrema derecha. Las dificultades de la clase media, la incertidumbre, las escasas oportunidades deben llevar a los gobiernos a tomar medidas para ayudar a una clase media que se ve superada por las dificultades. Solo así se podría impulsar el crecimiento económico y a crear un tejido social más cohesionado y estable que permita recuperar la dinámica del pasado.
En su informe, la OCDE define la clase media de los países más desarrollados del mundo como aquellos cuyos ingresos oscilan entre el 75% y el 200% de la renta mediana nacional. El organismo advierte que cada vez hay menos ciudadanos en este amplio intervalo, y enfoca sus demandas a los gobiernos para que se esfuercen en darles el máximo apoyo posible. La OCDE observa que este colectivo tiene actualmente grandes dificultades para mantener su peso económico y estilo de vida, e incluso su influencia política y social, como consecuencia del estancamiento y descenso de los salarios que perciben, lo que no permite mantener el ritmo de vida y los aumentos de los costes de la vivienda, la educación y otros gastos.
En sus estimaciones, la OCDE señala que el porcentaje de la población que se considera formando parte de las clases medias se redujo en el curso de tres décadas, pasando del 64% al 61%. A partir de mediados de los años ochenta del siglo pasado, hasta mediados de la década actual la clase media experimentó una creciente pérdida de influencia como centro de gravedad de la economía. Y ello está ocurriendo, insiste la OCDE, al mismo tiempo que los grupos que tienen las rentas más elevadas continúan concentrando más riqueza. Es decir, esto significa que el 10% de las rentas superiores acumulan casi la mitad de la riqueza, mientras que el 40% de las rentas más bajas ostenta solo el 3%.
La desigualdad se convierte en un rasgo de nuestro tiempo. El grupo social que integra la clase media disminuye con cada generación. La OCDE afirma que el 70% de los baby boomers nacidos con la explosión demográfica de mediados de los sesenta, formó parte de la clase media cuando tenía 20 años de edad. Entre los millennial, los nacidos a partir de los ochenta, el porcentaje disminuyó hasta el 60%. La generación anterior disfrutó de empleos más estables que las generaciones más jóvenes, ya que los salarios apenas han cambiado tanto en términos relativos como absolutos.
En ese sentido, la OCDE observa en su informe que el ingreso medio creció a un ritmo más lento durante la última década que en las anteriores. En los últimos años ha crecido a un ritmo muy bajo, de apenas un 0,3%, que contrasta con el 1% al experimentado entre mediados de los ochenta y mediados de los noventa e incluso, el 1,6% entre mediados de los noventa y la década siguiente. La OCDE señala que una de cada tres personas es “económicamente vulnerable” y advierte que esto sucede en países con sistemas de protección social muy desarrollados, lo que resulta especialmente sorprendente.
Incluso entre los desempleados que logran un empleo la situación tampoco es mejor. El informe destaca que hace dos décadas, la mitad de las personas en edad de trabajar que salían del mercado laboral lograban mantener su posición. Ahora, la mayoría accede directamente a la clasificación de bajos ingresos. Tener un empleo, ganar un salario, no garantiza unas condiciones económicas solventes y la prosperidad.
Como consecuencia de ello, se extiende en amplios sectores sociales la percepción de que el sistema económico actual es injusto y que la clase media no se beneficia del crecimiento económico, de la misma forma con la que contribuye. La movilidad social también se frena porque las perspectivas del mercado laboral son cada vez más inciertas por la transformación derivada de fenómenos como la digitalización o la automatización. La OCDE señala al respecto que uno de cada seis empleados que perciben un salario medio podrían ver cómo sus empleos son reemplazados por máquinas, en un futuro muy cercano. Ante esta situación, la demanda en favor de políticas redistributivas de la renta y riqueza va en aumento en todos los países.