¿Tenemos libertad para transferir nuestra libertad? Es una profunda pregunta filosófica con implicaciones políticas muy prácticas. Además, incluso para los que abrazamos la libertad como el mayor valor político, no es pregunta fácil de responder; le ruego paciencia al lector.
Todas las ideologías colectivistas, racismo, socialismo, nacionalismo, fascismo, comunismo, y sus derivaciones, consideran que el pueblo tiene libertad para adjudicar sus libertades. Para los colectivistas, lo que importa son los intereses de la raza, la clase o la nación. Y esos intereses colectivos se expresan a través del Estado, al cual el individuo entrega voluntariamente su libertad.
La cuestión de la legitimidad del Estado sobre el individuo fue tema de varias teorías de “contrato social” desarrolladas durante la Ilustración en los siglos XVIII y XIX. Esencialmente, los argumentos del contrato social conciben que hemos consentido otorgar al Estado algunas de nuestras libertades, a cambio de la protección de nuestros otros derechos.
Algunos filósofos del contrato social, como John Locke y Jean Jacques Rousseau, argumentan que cuando los gobiernos fallan en garantizar los derechos naturales de la ciudadanía, por ejemplo la libertad de expresión, los ciudadanos pueden cambiar el liderazgo o retirarles la obligación de obedecerlos. Pero otros, como Thomas Hobbes, defendían la autoridad absoluta del monarca o el parlamento, aun si proclamaban edictos arbitrarios y tiránicos, como en la declaración de Luis XIV “El Estado soy yo”.
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