La historia económica está llena de leyendas de hombres inexplicablemente ignorados, que han hecho grandes aportaciones a esta ciencia y, aun así, han permanecido olvidados hasta que sus ideas fueran redescubiertas por otros que les precedieron. Este es el caso de uno de los más grandes; Carl Menger, fundador de la escuela austriaca de economía.
Si pudiéramos rescatar una afirmación con algo de lógica y sentido común, de uno de los hombres que más sufrimiento ha infringido a la humanidad, Karl Marx, yo escogería la siguiente: “Las fuerzas de la Revolución Industrial catapultaron el mundo occidental hacia una nueva era de prosperidad, nunca experimentada en la historia de la humanidad”. Viviendo en Londres, el centro de la primera nación industrializada del mundo, no pudo ignorar el poder del capitalismo a medida que se expandía desde Inglaterra hacia Alemania, y a los EU. Sin embargo, Marx no se pudo dar cuenta de algo importante: todas las clases económicas experimentaron un sustancial mejoramiento en sus condiciones de vida. El ingreso per cápita de los ingleses se incrementó 300% durante 1850 y 1914, la pobreza disminuyó, y los británicos experimentaron el más alto nivel de vida del mundo.
Los EU durante el siglo 19, mostraban al mundo un crecimiento económico aún más rápido. Su ingreso per cápita se duplicó entre 1776 y la guerra civil, a pesar de que la población se había incrementado 1,000%; Y al arribar la década de los 1870, los EU eran ya la nación más rica del mundo. A pesar de que la nueva economía creaba progreso, la teoría económica se encontraba en un callejón sin salida.
Aun cuando Adam Smith había demostrado que libertad económica y gobierno limitado crean riqueza y prosperidad, no contaba con un marco teórico sólido y su esquema no podía explicar claramente cómo productores y consumidores se enlazan a través de un sistema de precios, para lograr altos estándares de vida. Ricardo, Mill, y los economistas de la escuela clásica, habían desarrollado una explicación “racional” para fijar los precios de bienes, productos, y trabajo, pero al hacerlo se convertían en rehenes de la economía marxista. Pensaban que si las utilidades se incrementaban, era solo a expensas del salario de los trabajadores. Una lucha de clases parecía inevitable.
Si el capitalismo pretendía sobrevivir y prosperar, requería de la explosión de un nuevo manantial de ideas. La ciencia económica con desesperación necesitaba un nuevo ímpetu, una teoría que pudiera explicar cómo todas las clases pueden ganar y prosperar y, por supuesto, los consumidores se beneficiaran. El año de 1776, dio vida a La Declaración de Independencia de EU y a La Riqueza de las Naciones, y 1848 fue el año de la revolución europea y El Manifiesto Comunista. La década de 1870, fue cuando tres economistas descubrieran el principio de utilidad marginal. La idea era que costos y precios son determinados por la demanda del consumidor y su relativa utilidad marginal, esa era la pieza mayor que había estado perdida en la evolución de la economía moderna. Su descubrimiento resolvía la paradoja de valor que frustrara economistas clásicos, desde Adam Smith hasta John Stuart Mill. Fue también la destrucción de la economía marxista.
Esos economistas pioneros fueron William Stanley Jevons de Inglaterra, León Walras de Francia, y Carl Menger de Austria. En esta ocasión me quiero referir de una forma especial a Carl Menger.
La universidad de Viena, en el siglo 19, estaba considerada uno de los centros educativos más prestigiados del mundo. A través de los siglos, en el imperio Austro-Húngaro, Viena se había establecido como el centro político, cultural, e intelectual de Europa. Localizada a orillas del bello rio Danubio, se había convertido en la tercera ciudad más grande del continente, después de Londres y Paris. Atraía los más famosos músicos, científicos, escritores, filósofos, y economistas. Era también el centro de ebullición política en un continente que, ante los avances de la revolución industrial, las sociedades estaban inquietas pidiendo cambios, pero las monarquías no escuchaban. Se respiraban vientos de revolución.
Pero otra revolución sucedía en la universidad de Viena. Menger fundaba la Escuela Austriaca de Economía, una institución basada en la conducta del individuo, empresarismo y, sobre todo, en los principios clásicos del Laissez-Faire. Muchos conceptos austriacos como la utilidad marginal, costo de oportunidad, y preferencias en el tiempo, habían sido incorporados en el análisis económico estándar. Pero a finales del siglo 19, bajo la dirección de Menger, la Escuela Austriaca retaba a sus dos rivales más importantes, la Escuela Clásica Inglesa, y la escuela histórica Alemana e, iniciando los ataques, declaraba la guerra contra la escuela marxista de economía, y su lagrimosa cruzada de la diferencia entre producción y ganancias, y entre producción y el uso. Culpaban a los capitalistas de estar más interesados en producir ganancias que en proporcionar un servicio, como si un intercambio productivo no tuviera relación con el uso y preferencias del consumidor.
La vida de Menger fue de rebelión y protesta, siendo un ferviente católico, unía su vida a la de una mujer judía—algo insólito en esa era. Nacido en Austria en 1840, se graduaba como abogado en la misma universidad de Viena. En 1867, lograba su doctorado en economía en la universidad de Krakow, para iniciarse como analista económico y del novedoso mercado de valores. Fue en esta responsabilidad en donde empezara a reconocer la importancia de la demanda subjetiva en la determinación de los precios. Ahí se hacía de las armas para llevar a cabo una reconstrucción de la teoría económica, e iniciaba la escritura de su revolucionaria obra magna. Era un hombre joven y, al sentirse inspirado por los importantes descubrimientos producto de sus análisis, escribía furiosamente en un estado que él llamara de “excitamiento mórbido”, que lo llevara a publicar su “Grundsatze” (Principios de Economía) a la edad de 31 años.
Las contribuciones más importantes de Carl Menger a la ciencia económica, tal vez sean la formación de quienes fueran sus herederos intelectuales, pues sus ideas habían cautivado a dos de sus más brillantes alumnos, Eugen von Böhm-Bawerk y Friedrich von Wieser. Estos tres economistas se convirtieron en la denominada primera ola de la escuela austríaca. Después los seguirían el famoso Ludwig Von Mises, formador del legendario Friedrich von Hayek, quien fue galardonado con el premio Nobel de economía en 1974. Ludwig von Mises y su estudiante Hayek, representaron la posición austríaca argumentando que, sin precios ni propiedad privada, el cálculo económico es virtualmente imposible.
La introducción de la traducción del libro de Menger, la hace Hayek describiéndolo como el economista más grande de la historia y, por azares del destino, el más desconocido, pues su obra magna, Principios de Economía, permanecería sin traducir durante 80 años, por lo complicado de plasmar sus ideas en otras lenguas.
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"Si pudiésemos correr el velo oscuro de la antigüedad [en lo referente al origen de los reyes, del Estado y los impuestos] y pudiéramos rastrearlos hasta sus orígenes, encontraríamos que el primero de ellos no fue más que el rufián principal de alguna banda desenfrenada; su salvaje modo de ser o su preeminencia en el engaño, le hicieron merecer el título de jefe entre canallas. Incrementando su poder y depredación, obligó a los pacíficos e indefensos a comprar su seguridad con frecuentes contribuciones."