La política de la anti-política, esa parece ser la noción que algunos candidatos han levantado como bandera de lucha en esta elección presidencial. ¿Resistirá Chile el embate populista?, ¿Serán las instituciones lo suficientemente sólidas para soportar una ofensiva en esta línea?, ¿Podrán los electores discriminar entre propuestas claramente irrealizables y demagógicas? Estas son dudas que no pocos en este último tiempo se han formulado sobre el futuro de nuestro país.
Esta idea de estar por sobre los partidos, permite el surgimiento de personas que se sitúan al margen de la política. Serían actores que no provienen del campo político, pero entran a su arena para competir un espacio, mediante un discurso que precisamente va en contra del mismo sistema en el cual desean participar y eventualmente dirigir.
Esta es una versión más sofisticada del viejo caudillo populista, ya que se nutre precisamente de la modernización lograda por los países en los cuales surge, tiene su apoyo electoral en los sectores pobres, pero se suman a ellos la denominada élite emergente, aquellos grupos que han logrado movilidad social ascendente, los que precisamente se han beneficiado del desarrollo alcanzado sintiéndose aún excluidos de la mayor parte del producto precisamente de esta expansión económica.
Este fenómeno político tiende a promover la lógica de la democracia directa, no duda en su recomendación aún a sabiendas de la complejidad que ello implica. Por otro lado adscribe a la democracia deliberativa, aquella que desde un permanente diálogo permite resolver los conflictos caso a caso, aquí interesan los procesos, no las instituciones. Una suerte de asambleísmo permanente. Es por ello que se promueve la desinstitucionalización del Estado, ya que las normas y los anclajes institucionales son escollos para alcanzar una real participación social.
Es por lo anterior que aquellos líderes populistas tienen la receta para atender las demandas sociales de corto plazo, aquellas que más apremian a la sociedad, para lo cual no tiene reparos en utilizar la demagogia como recurso discursivo. Su capacidad mesiánica les permite plantear soluciones que son de un sentido común básico para todo quien las escucha y por tanto indiscutibles en el plano simbólico.
Si bien sus propuestas han resultado en rotundos fracasos en los lugares que se han implementado, su discurso se vuelve a instalar como soluciones efectivas a los problemas concretos de la gente. Esta dicotomía resultante es extraña para la minoría entendida, pero muy coherente para sus bases de apoyo político-social, ampliando la brecha entre los iniciados y el pueblo, lo cual se traduce fundamentalmente en apoyos electorales.
Entre los elementos distintivos de aquellos que profesan la ideología populista está la noción de establecer mecanismos redistributivos inmediatos, los que permiten a los sectores que los apoyan cumplir con la tan ansiada aspiración de igualdad.
El problema surge cuando esta redistribución se estanca, cuando los recursos comienzan a escasear para cumplir con la política igualitarista, en ese momento la base fundamental de este modelo ideológico comienza a derrumbarse y no queda otra alternativa al líder populista que arrancar o aferrarse al poder por la fuerza. Es lo que vemos en Venezuela en la actualidad.
Los procesos sociales son dinámicos y aun cuando pueden existir retrocesos como los que vivimos en la actualidad, estamos convencidos de la visión política que los chilenos tienen para resolver este tipo de encrucijadas pensando en el futuro.
ALDO CASSINELLI CAPURRO
Director Ejecutivo
Instituto Libertad