Junto con el octavo mes y el anuncio de combinación adversa para los residentes en Cuba: poca lluvia (malo) y mucho calor (peor) apareció una noticia causante de inmediata y multitudinaria reacción, en la calle para los carentes de acceso a la Red y en ésta para los cubanos en el exterior y los pocos residentes en Cuba con esa posibilidad limitada tecnológica y financieramente.
La noticia en cuestión, relacionada con la no concesión de nuevas licencias para un grupo de actividades “hasta tanto no concluya el perfeccionamiento del trabajo por cuenta propia” ha provocado un número infinito de interrogantes, luego de indagar –sin entrevistas formales pues el tema es tabú- con integrantes de la burocracia y de los órganos (muy cautelosamente) se pueden obtener algunos indicios sobre el controvertido tema.
Desde la aparición de Donald Trump en la esfera de la política mundial, el concepto del mercantilismo regresa a la vida para una vez mas lanzar sus coqueteos a través del mundo entero y, lo grave, muchas potenciales víctimas respondiendo a esos coqueteos.
El término mercantilismo fue utilizado por primera vez por Adam Smith en 1776, cuando se refirió a él como “sistema comercial o mercantil”. En esa era ya estaba bajo poderosos ataques por todos los flancos, y Adam Smith lo hizo sujeto de otra carga sin compás, para darle, lo que se pensó sería, el tiro de gracia, cuando ya con gran precisión lo describiera como un sistema que gran número de países utilizaba, como la estrategia de las monarquías. El mercantilismo no se conoció como una teoría económica, sino como una serie de prácticas políticas unidas por algún beneficio oculto.
En esencia el mercantilismo es la práctica para utilizar el poder del gobierno y controlar la economía, pretendiendo incrementar la riqueza de una nación. Pero no para incrementar la riqueza de las naciones en general, sino incrementar la riqueza de una nación en particular. El modus operandi del mercantilismo siempre ha sido monopólico. Es el gobierno dedicado a crear, cultivar, aprobar y proteger monopolios para aquellos que él controla, esperando ese poder sobre las palancas económicas, se traduzca en incrementos de la riqueza del estado y de los miembros del club. El mercantilismo también es conocido como nacionalismo económico.
El mercantilismo ha sido un sistema de gobierno para regular, controlar y dirigir la economía. En aquella era no se consideraba parte de la ciencia económica—pues la economía estaba todavía en un estado rudimentario— sino una ideología y una creencia política. Inclusive, las ideas económicas que se conocían en esa era, en gran parte eran derivadas del absolutismo que prevalecía en todo el mundo. La perspectiva dominante durante los siglos 16 y 17 y la primera parte del siglo 18, había sido el absolutismo. Un ambiente en el cual se respiraba la idea que todo mundo y todo, en general, debería estar bajo el poder del gobierno, y usualmente el poder de una persona.
Fidel Castro came to power after defeating the corrupt and despotic regimen of Fulgencio Batista in 1959. Upon arriving triumphantly in Havana he reassured the population in a historic speech that this was a nationalist revolution, that he personally did not want any position of power and would hold elections in six months. His first cabinet was made of prestigious personalities who soon began to resign when they discovered the real “nature of the beast”. His government began with a large number of executions without due trial, among them many young men who died before the firing squad shouting “Long live Christ the King” (¡Viva Cristo Rey!). Soon it was decided to “nationalize” (read seize) the assets of foreign companies, mainly American, without offering any compensation. Later on all Cuban enterprises and businesses, large, medium and small were “nationalized”. Instead of a nationalist revolution as promised, this turned out to be a State seizing all the wealth and resources of the nation to the detriment of the vast Cuban enterprise class, who had spent a lifetime working hard to create their own businesses and a better future for their families. The majority of these businesses went under when the revolution placed them in the hands of incompetent comrades (“compañeros”). Thus a very productive system was destroyed and the nation was impoverished. The exodus of Cubans began. The revolution far from taking from the rich to give to the poor equalized the entire population to a level of poverty, with the exception of the ruling class, who lives with all the luxuries and privileges. This is the most important legacy Castro left after his death: one of betrayal of his own people and a dramatic destruction of the nation’s productive system.
The Bay of Pigs invasion occurred subsequently. The invaders were idealistic young Cubans of middle and upper-middle class supported by the US government, and not mercenaries as the regimen has taught the children in Cuba. In addition to those who died in combat, others died when moved to Havana in a closed vehicle without ventilation dying of asphyxiation. After the overthrow of the invading brigade, Castro decided it was time to take off the mask and declare the revolution to be communist. Up to that moment, when asked if the revolution was communist, he will deny it emphatically saying that the revolution was green as the palm trees. The Cuban people, with their characteristic tendency to mockery, said the revolution was like a watermelon, green outside and red inside. In short, Castro had lied and deceived the Cuban people and this is an important part of his legacy of betrayal.
The system abolished all individual human rights: no one could comment, much less act, against the revolution. The crime of “dangerousness” was created so that citizens can be prosecuted—if these trials of predetermined end can be called prosecutions—and sentenced to jail only on a suspicion that they may incur in counter-revolutionary activities. There is no free press. The dictatorship choses which news citizens can receive and which not. Disinformation is an important tool employed to remain in power. The inability to express opinions freely for fear of retribution leads to a double standard: one thinks one thing and says another. Otherwise people may lose their jobs, end up in jail and make their children second class citizens in the school.
“Vengan benditos de mi Padre porque tuve hambre y me dieron de comer…”, dice el Maestro en la parábola del “Juicio Final”. Jesús rara vez regaña y menos maldice, pero aquí nos habla de maldición e infierno para los que dejan que el otro se muera de hambre, de sed y de enfermedad o se pudra en la cárcel. Ese es el juicio de Dios sobre las personas y también sobre las políticas. A los malditos contrapone los “benditos de mi Padre” porque me dieron de comer, me brindaron agua en la sed, me acompañaron en la enfermedad… Es la línea divisoria entre la buena persona y la mala, entre buen gobierno y malo. Lo demás es hipocresía religiosa.
Los responsables de la situación política, económica, y social reciben la alabanza de Dios solo si logran estructuras, instituciones y conductas para que los hambrientos tengan acceso a la comida y a su producción; los enfermos, a la salud, y los injustamente presos, a la libertad. Jesús dice que esa negación de la vida del prójimo trae el infierno; lo que está a la vista en Venezuela. Para salir del hambre y de la pobreza se requieren modificaciones profundas y coherentes en todo el aparato productivo y en la acción de millones de personas; cosa que es imposible sin un cambio de política y un gobierno democrático nuevo que convoque a todo el país. Lo mismo se diga sobre las políticas para que las medicinas, los médicos y las instituciones públicas de salud traigan vida. Los buenos sentimientos de caridad quedan mutilados si no hay políticas coherentes e inteligentes en todas estas áreas; en política cuentan los resultados, no bastan las buenas intenciones.
Algunos curas se precipitaron a celebrar el actual régimen como el advenimiento del Reino de Dios y ahora nos sorprenden pidiendo que los obispos y los curas sean ciegos y mudos ante sus secuelas de muerte. La Iglesia no puede callar cuando se trata de defender la vida digna, aunque la acusen de meterse en política. Los grandes profetas de Israel fueron asesinados porque con la verdad de Dios denunciaban a quienes vendían “al pobre por un par de sandalias” y usaban el poder para oprimir y explotar. El profeta Jesús fue ejecutado por el poder de su tiempo, acusado de meterse en política.
Karl Marx caracterizó la religión como “el opio de los pueblos”. Pero una mejor descripción del efecto alucinógeno es el rechazo de los intelectualoides a reconocer los crímenes y fracasos del socialismo.
Los hechos son incuestionables. El libro negro del comunismo ofrece un estimado conservador de 100 millones de personas inocentes asesinadas por los socialistas marxistas en el siglo 20. Los autores investigaron la China del “Gran Timonel”, la Corea de Kim Il Sung, el Vietnam bajo “Tío Ho”, Cuba con Castro, Etiopía con Mengistu, Angola bajo Neto y Afganistán con Najibullah. También documentan crímenes contra la cultura nacional y universal, desde la destrucción por Stalin de cientos de iglesias en Moscú, o Ceausescu desmoliendo el corazón histórico de Bucarest, hasta la devastación en gran escala de la cultura china por los Guardias Rojos de Mao.
Todo para implementar teorías económicas de planificación centralizada que han demostrado ser muy inferiores a las capacidades de generación de riquezas de las economías de libre mercado y que llevan, según el título del libro de F. A. Hayek, al inevitable "Camino de servidumbre".
Además, a pesar de los horrorosos crímenes de la historia comunista, los intelectualoides continúan defendiendo en círculos académicos y sociales al socialismo marxista como la forma más moral de gobierno, y condenan al capitalismo como nefasto. Y no es que las atrocidades de la práctica comunista fueran la excepción de la regla o el resultado de alguna implementación errónea de la teoría socialista. Las monstruosidades son fundamentales en la moral marxista.