INFOBAE – Una de las mayores ambiciones del espíritu totalitario ha sido el establecimiento de un gobierno universal. Entre otros, Napoleón, Hitler y Stalin lo intentaron, afortunadamente sin éxito. Precisamente, desde la perspectiva liberal la única razón fundamental para que el globo terráqueo esté fraccionado en naciones es el evitar los fenomenales riesgos de la concentración de poder en un gobierno universal, lo cual de más está decir no justifica culturas alambradas que pretenden los trasnochados y siempre perjudiciales nacionalismos.
Como es sabido el referido fraccionamiento ha sido consecuencia de accidentes geológicos y trifulcas bélicas ya que la raza es un invento puesto que todos los humanos provenimos de África y compartimos cuatro grupos sanguíneos. Las diferencias exteriores se deben al haberse instalado en distintas geografías lo cual modifica y conforma diferentes colores en la piel y otros rasgos físicos. Es por ello que los criminales nazis tatuaban y rapaban a sus víctimas para distinguirlas de sus victimarios como única manera de diferenciarlos, y por ello finalmente adoptaron el polilogismo marxista al concluir que “el tema es mental de lógicas distintas” sin nunca explicar en qué consisten los silogismos de unos y de otros.
Tampoco las subdivisiones tratan de lenguas diferentes puesto que hay diversas naciones que recurren al mismo lenguaje y otras donde en su mismo territorio se hablan distintos idiomas. Tampoco de culturas se trata ya que en una sociedad libre por definición tiene lugar un proceso de constante donación y recibos en un entramado evolutivo donde se adoptan y se rechazan comidas, arquitecturas, músicas, lecturas y vestimentas según los gustos de cada cual. Por último, no ocurren por las religiones o no religiones allí donde se recurre al principio elemental de la civilización en cuanto a la separación tajante de ese plano con el poder político.
Hay una muy extendida bibliografía sobre las Naciones Unidas, pero para tomar el menor espacio posible en esta nota periodística me baso en dos obras principales. La primera, de V. Orval Watts, doctor en economía por la Universidad de Harvard y primero asesor económico de lo que en esa época era la cámara empresarial más grande del mundo: la Cámara de Comercio de Los Angeles y luego economista de la Foundation for Economic Education (FEE). Se titula The United Nations: Planned Tyranny. El segundo libro es de G. Edwin Griffin, el periodista radial de mayor audiencia en su época en CBS Network, obra titulada The Fearful Master. A Second Look at the United Nations.
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