Siempre se ha dicho que hacer oposición a un régimen de fuerza es particularmente difícil, entre otros factores, por la diversidad de los integrantes, intereses y causas de los que enfrentan a la autocracia, sin embargo, Juan Guaidó y los que le respaldaron, marcaron un hito cuando el diputado, hoy, fuera de su país, se proclamó, 2019, presidente interino de la República de Venezuela por su condición de líder de la Asamblea Nacional en sustitución del gobernante Nicolás Maduro.
Una decisión constitucional en un país en el que la oposición respeta mucho más a la Constitución, que el propio gobierno.
Aquello fue un hito, aunque no pasaba de ser un acto simbólico, porque no hay poder real cuando no se tiene fuerzas para instrumentar las decisiones, sin embargo, todo parece indicar que los seguidores de la propuesta cifraron esperanzas en la misma y se auto convencieron que el gobierno paralelo, por sí solo, derrocaría la dictadura.
Lo trascendente fue que el gobierno interino convivió con el despotismo en el propio territorio nacional, sin encerrarse en un santuario protegido como ha sucedido a través de los tiempos. Eso fue un reto constante a Maduro y sus esbirros, que honró a la genuina oposición venezolana, que nunca ha tratado de cohabitar con su enemigo.
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