Nuestro país comienza a transitar un momento crítico diferente a los que hemos vivido en estos 23 años de gobiernos chavistas. Durante más de dos décadas Venezuela ha sido la plataforma de lanzamiento de un vasto proceso subversivo que constituye parte muy importante de la confrontación geopolítica mundial.
En medio de éxitos y fracasos, ese proceso avanza hoy con mayor fuerza y violencia estimulado por las recientes victorias en algunos de los países más importantes del continente, en los que el liderazgo democrático es incapaz de comprender aún la dimensión de la amenaza y de construir la alternativa que la detenga.
Luego de más de veinte años de sufrir los efectos de la demolición progresiva de la nación, y convertida Venezuela en uno de los países más pobres del mundo, pareciera -una vez más- que nos aproximamos al desenlace final en esta lucha por el destino de nuestra sociedad.
Hasta ahora la narrativa compartida tanto por la cúpula oficialista como por los dirigentes de algunos de los partidos políticos opositores se orienta infructuosamente a la búsqueda de consensos y acuerdos para lograr una vía pacífica hacia la solución de la crisis.
Mientras tanto el drama nacional continúa enmarcado en la profundización de la miseria, el desprecio por la disidencia, la negación de todos los derechos ciudadanos consagrados en la Constitución nacional y el grosero enriquecimiento de los favorecidos del régimen.
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