Soy suscriptor y admirador del periodismo de El País de España y de lo que producen sus redacciones en los países americanos. En estos días leí mucho de lo que expresó su director sobre el criterio editorial y sobre lo que dijeron sus periodistas en el Congreso de la Lengua en Arequipa. Sin embargo, me permito hacer la siguiente reflexión para evitar que se caiga en la arrogancia periodística. Hablaron mucho sobre el lenguaje, pero quiero referirme al sesgo moral del lenguaje periodístico.
El periodismo, incluso el más prestigioso, no escapa a ese sesgo moral que se esconde en las palabras o dentro del criterio editorial que se usa a conveniencia.
Basta revisar cómo El País, por ejemplo, clasifica a algunos presidentes.
Donald Trump y Javier Milei son “ultraderecha”; Nayib Bukele, “autoritario”. Pero a Nicolás Maduro, Daniel Ortega o Miguel Díaz-Canel rara vez se los describe como “ultraizquierda”. A Petro y Lula se los llama “izquierda progresista”, y a Pedro Sánchez, “socialista”.
Recently, our local paper here in Wisconsin published an op-ed disguised as a news story bemoaning the "far right riding high" under Trump. It assumed the usual myth that the "far right" differs significantly from the "far left", suggesting that sensible people meet in the middle. It's been 100 years since the turf war over Poland between the so-called "far right" German socialist Nazis and the "far left" Russian socialist communists kicked off World War II, but the beat goes on.
Today, our "far left" young women screaming on campuses in their fashionable keffiyehs for the annihilation of the Jews "from the river to the sea" sound like the old "far right" jack-booted Nazis, because they are the same!
Stalin's communists, who slaughtered 20 million oppositional Russians for the good of Mother Russia, even outdid Hitler's Nazis, who slaughtered 10 million undesirable Germans for the good of the Fatherland. The lyrics vary, not the tune.
Todos los años en septiembre, al comienzo del período de sesiones de la Asamblea General de Naciones Unidas, que suele extenderse tres meses, se escenifica lo que se llama el "Debate General", en el cual participan sobre todo Presidentes y Primeros Ministros de muchos países del mundo, pero a veces también Reyes y otras figuras prominentes del gobierno de sus respectivos países.
Aunque no lo parezca, puede ser escenario de un verdadero debate pese a que no es un intercambio directo sino una serie de declaraciones indirectas mediante las cuales se critican, se rebaten o se elogian los propósitos, afirmaciones y retos expresados por otras personalidades en sus turnos respectivos.
Por lo tanto, es importante hacer acto de presencia para escuchar lo que dice el personaje de turno, no sólo para estar debidamente informados de la orientación, propósitos y estrategias de su política sino también para elaborar una respuesta o intentar un diálogo posterior. Ese es el propósito fundamental del "Debate General" y la meta para la cual fue creada la organización internacional; es decir, para dialogar, negociar y llegar a acuerdos mutuamente beneficiosos.
Es muy deplorable cuando presenciamos cómo delegados de un país o de varios países se levantan y abandonan el recinto de la Asamblea General cuando entra uno de los actores de ese "Debate General" a que le den la bienvenida. No sólo es un gesto de desprecio que anula toda posibilidad de diálogo o negociación sino un disparate que le resta protagonismo a los que optan por hacer el papel de "oídos sordos". Es más: si el orador es un adversario político, esta retirada significa el abandono vergonzoso del campo de batalla de las ideas.
"El llanto de esta viuda resonará en todo el mundo como un grito de guerra". Erika Frantzve
A los 31 años, Charles Kirk se había convertido en una figura carismática y reconocida del liderazgo conservador y un referente de su generación en los Estados Unidos y el mundo. En tan solo 13 años había logrado lo que pocos políticos en una vida entera. Había nacido con una misión: la de defender la libertad de expresión y rescatar los valores morales y éticos en el país que amaba.
Por tal motivo y por su afinidad con una juventud sedienta espiritualmente, Kirk fue figura clave en la campaña presidencial de 2016. Inspiró con su coraje a audiencias en las que debatió a estudiantes furibundos liberales. A pesar del matoneo de quienes querían silenciarlo por atreverse a decir la verdad, Kirk desplegó empatía, coherencia, y un ingenio poco común para resolver conflictos. De ese modo aliviaba el corazón de los jóvenes que se acercaban a él buscando esperanza, unidad y libertad de expresión.
Charlie Kirk nació en 1993, en un hogar cristiano; su padre, Robert, arquitecto, y su madre, Kimberly, profesional en la salud mental. A los 18 años fundó la organización juvenil Turning Point USA (2012). Escribió además varios libros documentando sus experiencias en su activismo en el circuito universitario: “Campus Battlefield”, “La Doctrina MAGA”, “La Revolución de la Derecha”, “El Fraude Colegial”, “La segunda enmienda" y "Hora del cambio decisivo”. Fue anfitrión a nivel nacional de El Show de Charlie Kirk. Casado con Erika Frantzve, con quien tuvo dos hijos.
La fe y el activismo sociopolítico
“Si en algo creemos los conservadores es que una de las cosas más maravillosas en la vida es casarse y tener hijos”, dijo en cierta ocasión a una joven que defendía el aborto. Y añadía que “muchas jóvenes tienen sexo a diestra y siniestra y cuando quedan embarazadas, les resulta inconveniente dar a luz porque un hijo les 'arruinaría' su futuro".
Aparte del derecho a la vida y a conformar una familia, Charlie defendió el derecho de las minorías a no ser tratadas como mendigos, sino a tener las mismas oportunidades de sobresalir y ejercer una vocación.
Quienes quieran dar formato de noticias a lo que ven y oyen, puede ser que tengan vocación de periodistas. También se les conoce como comunicadores, y vuelcan su pasión comunicativa en radio, televisión, redes sociales y cada vez menos en periódicos tradicionales. Hemos visto cómo mucha prensa en papel comienza por reducir el número de sus páginas para acabar luego desapareciendo por completo.
En los países gobernados por dictaduras, los periodistas se ven sometidos a la más estricta censura. Sólo pueden publicar noticias favorables al régimen autocrático. Los que osen decir o escribir sobre los errores de ese gobierno totalitario corren el riesgo de ser deportados o encarcelados y algo peor.
Hay otros países donde los periodistas deben autocensurarse, porque si revelan las fechorías de grupos criminales pueden ser asesinados. En nuestro hemisferio muchos periodistas han sido eliminados por los sicarios del crimen organizado. ¡Cuántos periodistas muertos en México y Colombia! Y no sólo en esos dos países.
También es arriesgado criticar a los musulmanes. Si hieren los sentimientos religiosos de islamistas fundamentalistas, ya pueden considerarse sentenciados a muerte. Todavía vive atemorizado el autor de Los Versos Satánicos, Salman Rushdie.