Estamos al borde de una guerra civil en Estados Unidos. No creo que sea armada pero sí en los tribunales y en los medios de prensa. Una nación profundamente dividida en la que cualquiera que piense distinto es un "enemigo". Lo estamos percibiendo en las elecciones que se avecinan en el país. No importa qué lado gane, el otro lado se mostrará amarga y tal vez violentamente infeliz. Las elecciones de noviembre este año 2024 serán impugnadas de varias maneras por el perdedor, cualquiera que sea. Es probable que sea una situación caótica y muy fea. Cierto que parece algo escandaloso de decir, pero ya lo estamos viendo en la campaña electoral y no podemos seguir ignorándolo con una actitud de indefensión.
Es evidente que los adversarios electorales azules y rojos abiertamente demuestran su desprecio por "el otro" y parecen incapaces de un discurso cortés, ni siquiera al nivel de los ciudadanos, sean amigos o no. Es una situación completamente única en la memoria de este país. Es un antagonismo mutuo que está empeorando exponencialmente sin perspectiva alguna de mejorar.
Estados Unidos está viviendo una revolución cultural para eliminar todo lo que es tradicional, instigada por una élite que se está moviendo tras bastidores. Es muy inquietante cuando recordamos la Revolución Cultural China, que consistió en deshacerse de las viejas costumbres, la vieja cultura, los viejos hábitos y las viejas ideas. Hoy se habla en Estados Unidos de un Gran Despertar de la América progresista (Great Awokening, en el inglés de los afroamericanos) para liberar al país de sus pecados fundacionales y, de paso, del sexo biológico, de la familia tradicional, de la cordial rivalidad que se resuelve con el debate y la transacción, y del libre mercado que, según los promotores de esta revolución, sólo beneficia a los potentados.
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