Hay un momento en el Evangelio en que Jesús "grita" o dice: Basta ya (Lc 22, 51-53).
Es un grito humano y divino. Es el grito de la Encarnación de Dios en medio de nosotros -Emmanuel-, Dios que se hace hombre, y para quien nada de lo humano le es ajeno. Esa sigue siendo mi esperanza, sé que mi redentor permanece, comprende y sufre junto a este pueblo que es también su pueblo, y me sigue invitando a ser fiel a mi conciencia y levantar la voz.
"Pero Jesús dijo: '¡Basta ya!' Y tocando la oreja le curó" (Lc 22, 51).
Hoy es este también nuestro grito:
¡Basta ya! Es el grito que susurra nuestra nación.
¡Basta ya! Gritan las madres que no tienen comida para sus hijos.
¡Basta ya! Gritan las familias de los presos injustamente encarcelados.
¡Basta ya! Gritan los enfermos doloridos, sin luz toda la madrugada, y muchos sin medicamentos.
¡Basta ya! Gritan los médicos y enfermeras sin insumos y sin fuerzas.
¡Basta ya! Gritan los niños sin desayuno.
¡Basta ya! Gritan los ancianos postrados sin familia y sin agua.
¡Basta ya! Gritan los jóvenes sin horizonte ni futuro.
¡Basta ya! Gritan los campesinos sin semillas ni fertilizantes.
¡Basta ya! Gritan las distintas iglesias sin libertad religiosa.
¡Basta ya! Gritan los choferes sin combustible.
¡Basta ya! Gritan los obreros sin protección.
¡Basta ya! Gritan los jóvenes que se resisten a ir al servicio militar obligatorio.
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