Recientemente el desenlace de la crisis venezolana se ha convertido en centro de atención mundial y nacional en medios de comunicación y redes sociales, donde connotados analistas y managers de tribuna locales, avizoran a través de sus bolas de cristal el apetecible final de la repudiada tiranía en el poder, cuya gestión se ha extendido como tragedia nacional a lo largo del siglo XXI.
En verdad la imaginación es prodigiosa, unos hablan de la presencia de la flota norteamericana en el Mar Caribe como si se tratara del día D en Normandía, otros especulan sobre rumores de desembarco de marines en la Península de Paria, entre tanto algunos recurren a la épica de la extracción de Bin Laden en 2012, cuando los SEAL de la Marina estadounidense, allanaron el complejo donde se ocultaba Osama en Abbottabad, Pakistán, y abatieron al líder de Al Qaeda.
Este guion de epílogos se ha alimentado de una narrativa surgida de la política exterior norteamericana durante el siglo XX hacia América Latina, a partir de las acciones de los gobiernos de Teddy Roosevelt, quien creía que Estados Unidos tenía el derecho y la obligación de ser el policía del hemisferio. Esta creencia, y su estrategia de "hablar con suavidad y portar un garrote", moldearon gran parte de su gestión durante su mandato (1901-1909).
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Por supuesto que es una especulación, pero tengo la percepción de que al déspota venezolano se le ha llenado el gorro de guizazos, una expresión cubana que refleja hartazgo, a personalidades muy importantes con recursos suficientes para derrocarlo y hasta encarcelarlo.