La semana pasada hablaba de los cristianos perseguidos en Pakistán, hoy me paro en otro de los lugares donde vivir la fe, es un delito. Esta vez con el testimonio de un seminarista.
¿Cómo viven los seminaristas en China? Es difícil de contestar, ya que, dependiendo a la situación de cada diócesis, cambia el modo de vivir en el seminario. Lo que voy a decir sobre mi seminario es un pequeño reflejo de los seminarios clandestinos.
Cuando entré en el seminario, éramos casi 30 chicos, procedentes de tres lugares diferentes del país. Nosotros, el curso más joven –casi todos teníamos 17 años – vivíamos en una cueva, construida por los seminaristas mayores en una montaña tan alta que nos parecía vivir en el cielo. Aquella era nuestra capilla, nuestra aula de clase, y también el comedor.
Debajo de nosotros había una aldea, de unos 100 habitantes, todos católicos. Eran los que nos protegían, y los que nos subían el arroz, la harina y las verduras. Durante la semana, no teníamos mucho tiempo libre, porque había que aprovechar las horas al máximo, pues allí nadie sabe cuánto puede durar un curso. De lunes a viernes, teníamos ocho clases diarias, con asignaturas muy variadas. Los sábados hacíamos la limpieza, y los domingos podíamos salir a hacer una pequeña excursión por la montaña. El tiempo de formación antes eran cinco años; ahora son diez, como mínimo.
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