Fragmento del artículo titulado "Piensa en mí", por Teresa Díaz Canals
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En el presente escrito pretendo hacer algunos comentarios desordenados sobre el tema de la ética en Cuba. En realidad, escribiré sobre la moral en general, pues cuando hablamos de ética —aunque se utilicen indistintamente los dos términos— nos referimos a la ciencia que estudia las conductas, los preceptos y principios que rigen una sociedad en un tiempo determinado. Es decir, la ética sería la reflexión que se hace de la moral o del comportamiento humano en cualquier sociedad.
Cuando pensamos en la ética la vinculamos al bien, a lo que es bueno. El héroe homérico no es “bueno” en el sentido que en la actualidad lo entendemos. Ese “bueno” es equivalente a útil, que hace algo o que sirve para algo.
Es imposible —en un espacio constreñido— discernir sobre nuestros antecedentes en el plano de la eticidad; existen textos que marcan pautas sobre ello desde la filosofía, la historia, la sociología, la literatura… No obstante, a manera de recordatorio, es importante resaltar el pensamiento martiano como paradigma esencial del siglo xix que se extiende al xxi, todavía hoy afirmamos: “si estuviera entre nosotros todo sería distinto”.
Hay un par de categorías éticas que en la actualidad se manejan mucho: amor-odio. “Con el amor se ve, por el amor se ve, es el amor quien ve”. Esa frase de José Martí resume de manera excelente la importancia de ese profundo sentimiento en medio de una división desgarradora entre cubanos, de esa marcha hacia la desintegración del vivir nacional. También la muerte del hombre que hizo de la patria un absoluto, debe ser un símbolo de permanente vigencia, cuando en el momento postrero de su valiosa existencia, sacó su arma y no disparó. Amó más al enemigo de lo que lo odió, no por gusto había expresado que con los españoles comenzarían la guerra y con ellos la terminarían. Dos patrias tuvo el Apóstol: Cuba y la noche; entregó su vida para que este suelo fuera la Casa de todos los nacidos aquí.
El destierro, la regulación, la cárcel, la prisión domiciliaria, los actos de repudio contra personas que manifiestan su desacuerdo con el poder, se han convertido en rígidas prácticas que demuestran desprecio, odio, venganza hacia seres que piensan diferente. El diálogo hubiera sido el instrumento por excelencia de un pensamiento democrático martiano, de respeto a lo otro.
Programas de televisión se dedican a hablar contra otros seres humanos y no se brinda la oportunidad de un encuentro reparador con los aludidos, lo que resulta un procedimiento inadmisible desde lo ético. Solo mediante el diálogo la palabra es esencial. Algunos de estos espacios son ejemplos vivos de la no democracia en la comunicación, invitan solo a los que de manera inexorable brindarán una explicación “políticamente correcta” a las interrogaciones sobre diversos temas. En uno de esos programas se les preguntó a artistas consagrados si se habían sentido censurados alguna vez: “jamás”, contestaron los creadores al unísono. No solo en el mundo del arte existe lo prohibitivo, vayan a las aulas y pregúntenles a los profesores de ciencias sociales para saber la respuesta. Muchos de ellos van a decir que no, que tampoco son censurados porque la censura más eficaz es la autocensura.
Se impide que una joven tome el avión de regreso a su país. ¿No sería más inteligente y sobre todo cívico dirimir las diferencias en el suelo patrio? En esta Isla alguien con poder se adjudica el derecho a determinar quién es ciudadano y quién no, quién se queda y quién tiene que irse, aunque esta sea su tierra de origen ...
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