La investidura de un mandatario nacional reconoce en cualquier latitud del planeta la oportunidad para reafirmar el avance o retroceso del sistema democrático en cada país, en un mundo donde cada vez es más notoria la diferencia entre regímenes de corte dictatorial y sistemas políticos que reconocen los valores humanos de la modernidad.
En un planeta que sobrevivió en el siglo XX a dos guerras mundiales que pudieron llevar a la humanidad a la edad de piedra, que superó la estafa histórica del estalinismo en la URSS y países integrantes del Pacto de Varsovia, pensábamos que facilitaría para el siglo XXI el advenimiento de procesos civilizatorios que profundizaran las conquistas democráticas labradas en los últimos 250 años.
Pronto la realidad nos ha hecho aterrizar ante las evidencias que presenciamos en este primer cuarto de siglo, convivimos en un planeta donde conocemos como en la UE los mandatos se suceden sin complicaciones, al alternarse en el poder conservadores socialcristianos, socialdemócratas, liberales, sin el estigma de la descalificación, como sucedió en Alemania donde la CDU de Angela Merkel entregó el poder a la coalición semáforo integrada por liberales, verdes y socialistas, y fuera de la UE en Inglaterra los conservadores entregaron civilizadamente el poder a los laboristas de Starmer.
Por otro lado, conocemos la otra vertiente planetaria, la versión autoritaria del ejercicio del poder caracterizado por sostenerlo a toda costa y rechazar la alternancia como son los casos de Rusia, Irán, China, Turquía, Bielorrusia, Corea del Norte, Cuba y Nicaragua como casos más notorios.
En América Latina pasamos de un siglo XX donde el “paraíso de las dictaduras gorilas” fue superado a finales de siglo y en el siglo XXI, en un continente que ha reconocido la sucesión de gobiernos democráticos de diferente corte ideológico, como han sido las experiencias de Chile, Brasil, Uruguay, Argentina, Colombia, México, Panamá, entre los casos más resaltantes.
- Hits: 188