La prisión política del totalitarismo cubano es un leviatán insaciable que se nutre con una represión continua a la resistencia.
El régimen no cesa de encarcelar, pero los ciudadanos conscientes de sus prerrogativas nunca dejan de reclamar sus derechos. Es una espiral peligrosa en la que la policía política cuenta con todos los recursos imaginables y los opositores solo con sus convicciones y el coraje de luchar hasta alcanzar la libertad.
La represión es constante, sin importar la persona que esté al frente del totalitarismo. Las ansias de control, permanencia y abuso se mantienen inalterable, con la particularidad de que el ciudadano de a pie está cansado de soportar un régimen de oprobio que solo acumula miseria en todas sus gestiones.
Sin embargo, la eficiencia represiva no es suficiente para sostener una dictadura. Estar sentado sobre las bayonetas es sumamente peligroso y si el castrismo ha sobrevivido seis décadas es porque tuvo la habilidad de tejer un complicado entramado, hoy consumido, en el que se mezclaron diferentes propuestas fundamentadas en una epopeya más ficticia que real.
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