Procediendo de este modo, la gestión del servicio no exigiría estos “esfuerzos titánicos” para “acondicionar los planteles”, sin necesidad de “dedicar esas largas jornadas” de las que habla Granma a plantear una actividad que, más bien o más mal, se viene haciendo todos los años.
El “logro revolucionario” de la educación cubana tiene muchos agujeros negros. Sobre todo, cuando se piensa en el sacrificio que supone formarse durante 10 u 11 años para acabar ocupando después puestos de trabajo mal pagados en el sector presupuestado, que no permiten desarrollar la vocación propia. Incluso, los que acceden a la universidad se encuentran en una situación peor, ya que no cumplen expectativas de mejora profesional como consecuencia de prolongar los estudios más años, salvo durante una eventual salida al exterior formando parte de alguna de las brigadas de profesionales organizadas por el régimen comunista. Este no es planteamiento alguno para el futuro.
Y lo que es peor, me temo que el principal problema del sistema está en la formación y cualificación de la población laboral, la que tiene que hacer efectivo el principio del aprendizaje a lo largo de la vida, para garantizar la competitividad de la economía y su futuro. Una formación que merece especial atención para afrontar los cambios tecnológicos que trae consigo la cuarta revolución industrial. Precisamente la formación que empieza el día después de abandonar las aulas. Se echa en falta la atención que el régimen dedica a este sistema de educación y formación, que arranca precisamente de unas buenas bases sólidas, adquiridas durante la escolaridad obligatoria, esa de la que tanto alardean.
Con la educación no cabe la demagogia ni la propaganda, sino una visión clara del presente y futuro de una nación, de sus hombres y mujeres que serán los escolares hoy, pero mañana, los profesionales que sostengan el capital productivo de la nación desde sus empleos o empresas. Mucho me temo que el régimen castrista siempre vuelve a las andadas en este tema haciendo alarde de algo de lo que no debería estar tan orgulloso. Lo mejor sería preguntar a la población qué opinan de este servicio, en un sencillo ejercicio de medición de calidad. Se encontrarían sorpresas, lo mismo que con la sanidad y otros tantos.
La ministra de educación ha dicho que nadie desde fuera del país puede criticar la gestión que ella realiza de su departamento con una visión totalitaria de la política que, lógicamente, no puedo compartir. Una persona con estas ideas debería ser cesada inmediatamente por su presidente. Díaz-Canel no lo ha hecho, por lo que debe estar de acuerdo con estos mensajes de tradición fascista y reaccionaria.
Este artículo precisamente va dirigido a realizar una crítica objetiva del modelo, que no da para más. Posiblemente el agujero negro más complicado.