El régimen comunista cubano ha desplegado, como viene siendo habitual, un gran alarde de propaganda y demagogia con un acontecimiento sencillo y normal como es el comienzo de las clases escolares, después del largo verano de vacaciones.
Da la impresión, por la nota publicada en Granma sobre este tema, titulada “Protagonistas de la felicidad”, que en Cuba, el primer día de clases de cada curso escolar, se convierte en un hito histórico, en el que cabe hasta el ataque furibundo a Estados Unidos, y cito textualmente, “bajo las condiciones de asedio económico que vive el país, y en medio del recrudecimiento de la hostil política del Gobierno estadounidense hacia la Isla, las vivencias de este 2 de septiembre hablarán por sí solas de los esfuerzos que se realizan para el acceso de cubanas, y cubanos a este derecho conquistado soberanamente”.
Bien está lo que bien acaba. El acceso de los niños y jóvenes a la educación es uno de los derechos humanos más importantes, por cuanto la adquisición de conocimientos y de competencias para el desarrollo de la vida profesional es una de las actividades que los seres humanos no deben excluir de su vida.
Pero es que esto ocurre, en mayor o menor medida, en casi todos los países del mundo, incluso en algunos con desarrollo económico “y humano” inferior al que regalan a Cuba algunas estadísticas de Naciones Unidas, por lo que este día 2 de septiembre no tiene nada de excepcional. De hecho, a 90 millas al norte, en Miami, los escolares de EEUU empezaron más de una semana antes, y en España lo harán el 9 de septiembre, es decir, nada que merezca una referencia que no sea sencilla.
En Cuba, sin embargo, el régimen utiliza la educación como un baluarte de las llamadas “conquistas revolucionarias”. ¿Tiene ello sentido 60 años después?
Conviene prestar atención a una serie de aspectos que merecen ser destacados.
Primero, la educación en Cuba es toda pública y se provee en régimen de monopolio por el estado. Esta situación impide a los padres ejercer la libre elección del tipo de educación que quieren para sus hijos, lo que va en contra de los derechos humanos. El castrismo ha hecho que la educación privada esté proscrita, la religiosa, otro tanto. Ni siquiera permiten la inversión extranjera en este sector.
El modelo comunista y totalitario de la educación, instaurado a partir de 1959 es único, y si alguien no lo comparte, no le queda otro remedio que asumirlo de forma coercitiva. Desde el uniforme escolar, los libros, los materiales y lápices, hasta los métodos pedagógicos empleados, todo está controlado por el estado, que utiliza la educación como un instrumento de control de la población desde edades tempranas.
Segundo, la gratuidad es una absoluta falsedad. Por el contrario, la educación es muy costosa para los cubanos, que reciben del estado por sus empleos salarios miserables a cambio de que el estado detraiga directamente de sus ingresos un volumen importante de recursos para afrontar los servicios que dicen ser gratis, la sanidad o la educación. Lo que ocurre es que se pagan y bien pagados, con los salarios de los trabajadores y los beneficios de las empresas. Nada es gratis en ningún lugar, y en todo caso, la eficiencia de estos servicios deja mucho que desear, cuando la sanidad se encarama hasta el 17,1% del PIB y la educación hasta un 6%, superando la suma de ambos a sectores como la industria o la construcción en su aportación al PIB.
Tercero, cabría pensar en una educación distinta. Por supuesto que sí. Una educación basada en la pluralidad, de carácter mixto, y con el respeto a los principios de los padres y las familias, que no tienen por qué ser homogéneos en el marco de una sociedad. Una educación que despilfarre menos, que aporte mayor calidad, en la que se utilicen mecanismos para compensar el esfuerzo y la excelencia, y que el acceso a los estudios superiores no esté en función de la pertenencia a organizaciones políticas monopolistas. En definitiva, una educación en libertad, que combine el servicio público con un sistema privado en perfecto equilibrio.
Procediendo de este modo, la gestión del servicio no exigiría estos “esfuerzos titánicos” para “acondicionar los planteles”, sin necesidad de “dedicar esas largas jornadas” de las que habla Granma a plantear una actividad que, más bien o más mal, se viene haciendo todos los años.
El “logro revolucionario” de la educación cubana tiene muchos agujeros negros. Sobre todo, cuando se piensa en el sacrificio que supone formarse durante 10 u 11 años para acabar ocupando después puestos de trabajo mal pagados en el sector presupuestado, que no permiten desarrollar la vocación propia. Incluso, los que acceden a la universidad se encuentran en una situación peor, ya que no cumplen expectativas de mejora profesional como consecuencia de prolongar los estudios más años, salvo durante una eventual salida al exterior formando parte de alguna de las brigadas de profesionales organizadas por el régimen comunista. Este no es planteamiento alguno para el futuro.
Y lo que es peor, me temo que el principal problema del sistema está en la formación y cualificación de la población laboral, la que tiene que hacer efectivo el principio del aprendizaje a lo largo de la vida, para garantizar la competitividad de la economía y su futuro. Una formación que merece especial atención para afrontar los cambios tecnológicos que trae consigo la cuarta revolución industrial. Precisamente la formación que empieza el día después de abandonar las aulas. Se echa en falta la atención que el régimen dedica a este sistema de educación y formación, que arranca precisamente de unas buenas bases sólidas, adquiridas durante la escolaridad obligatoria, esa de la que tanto alardean.
Con la educación no cabe la demagogia ni la propaganda, sino una visión clara del presente y futuro de una nación, de sus hombres y mujeres que serán los escolares hoy, pero mañana, los profesionales que sostengan el capital productivo de la nación desde sus empleos o empresas. Mucho me temo que el régimen castrista siempre vuelve a las andadas en este tema haciendo alarde de algo de lo que no debería estar tan orgulloso. Lo mejor sería preguntar a la población qué opinan de este servicio, en un sencillo ejercicio de medición de calidad. Se encontrarían sorpresas, lo mismo que con la sanidad y otros tantos.
La ministra de educación ha dicho que nadie desde fuera del país puede criticar la gestión que ella realiza de su departamento con una visión totalitaria de la política que, lógicamente, no puedo compartir. Una persona con estas ideas debería ser cesada inmediatamente por su presidente. Díaz-Canel no lo ha hecho, por lo que debe estar de acuerdo con estos mensajes de tradición fascista y reaccionaria.
Este artículo precisamente va dirigido a realizar una crítica objetiva del modelo, que no da para más. Posiblemente el agujero negro más complicado.