En tan solo 48 horas Venezuela conoció el tránsito de un país que aspiraba a no perder la democracia, a otro donde la incertidumbre y el rumbo a lo desconocido se ataron de la mano, el 11 de abril era el pueblo desparramado en calles y autopistas que disfrutaba el atrevimiento de su coraje con la renuncia presidencial, visualizando momentos de vértigo donde el tiempo y las amenazas de muerte se podían tocar con los dedos, para que en solo dos días se abriera una herida en las entrañas de la nación hoy todavía sin cura.
Otras naciones en diferentes circunstancias han sufrido trances cruciales en su destino, siendo luego superados con extremos sacrificios para poder restablecer el tejido nacional, como lo vivido en España con el franquismo tras 40 años de dictadura, han podido labrar un sendero paciente de reconciliación, en otros términos la Alemania del Holocausto fracturada en dos países, y unificada luego de 45 años al superar al apocalipsis nazi de la Segunda Guerra Mundial, o el caso de Chile quien todavía conoce los coletazos de la dictadura de Pinochet. Todas estas experiencias concluyeron con el restablecimiento del sistema de libertades y fortalecimiento de la democracia y con el desarrollo de economías de potente inserción en el mercado global.
En nuestro caso el efecto en estos veinte años ha sido devastador, al impactar a cada una de las instituciones y organizaciones de la sociedad civil, al demolerlas a conciencia para instaurar el nuevo orden, cuya ejecutoria ha revertido la condición humana a niveles de regresión económica, social, política, cultural, sin parangón alguno en América Latina.
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