En Estados Unidos se observan, desde la distancia, estos movimientos de la diplomacia europea que buscan abrir un espacio de controversia. En el caso concreto de Cuba, la Posición común fue un ensayo de política coherente con las posiciones mantenidas desde Estados Unidos, que exigía al régimen avances concretos en materia de derechos humanos, libertades democráticas y pluralismo. Si la Unión decide ahora, por su cuenta, iniciar una vía independiente de Estados Unidos, los riesgos pueden ser muy elevados. No conviene menospreciar al presidente Trump, que a pesar de haberse concentrado hasta la fecha en los problemas internos del país heredados de la época de Obama, tiene capacidad suficiente para intervenir en los asuntos internacionales en el momento en que lo crea oportuno. En el caso concreto de Cuba, EEUU observa cómo año tras año la propuesta de supresión del bloqueo vence por abrumadora mayoría en Naciones Unidas, pero no se produce un sólo cambio en la letra. En el acuerdo de la Unión con Cuba no conviene olvidar que aún está pendiente de las ratificaciones de los parlamentos nacionales, por su carácter provisional. En cualquier momento, un rechazo inesperado de un estado puede dar al traste con las aspiraciones de Mogherini y Rodríguez.
Lo que no cabe la menor duda es que al presidente Trump le importa poco el clima de cordialidad entre Raúl Castro y Federica Mogherini, que la propaganda castrista se ha encargado de difundir ampliamente tras superar las resistencias de Rusia a emprender esta vía. Además de reforzar los vínculos bilaterales dentro del acuerdo de diálogo político y cooperación entre el bloque de la Unión Europea, el régimen castrista tiene puestos sus ojos en el Acuerdo de Cotonú y su revisión a partir de 2020, para obtener financiación a la carta para proyectos de desarrollo.
El acceso a esos fondos es lo que justifica el giro de 180º del régimen castrista a aceptar una relación con la Unión Europea que tradicionalmente había sido rechazada o no tenida en cuenta, como ocurrió en el largo período que media entre 1959 y 1988 cuando se produjeron los primeros contactos. Cierto es que la Unión Europea exige en sus acuerdos y tratados con terceros países el cumplimiento de estándares en materia de democracia y respeto a los derechos humanos. Se tiene la sensación que, dada la agonía del régimen y sus dificultades para llegar a fin de mes, se puede aceptar alguna cláusula ignominiosa si a cambio se obtiene liquidez. La suerte está echada. No conviene olvidar que el parlamento europeo, el mismo que dio el visto bueno al acuerdo con La Habana, ha otorgado premios y reconocimientos a la oposición democrática cubana perseguida por el régimen, como Oswaldo Payá (2002), las Damas de Blanco (2005) y Guillermo Fariñas (2010), evidentemente, nada del agrado de los Castro.
Tal vez este acuerdo de la Unión Europea con Cuba podría haber tenido sentido de mantenerse el descongelamiento de relaciones que inicio Obama. Incluso habría sido un estímulo para que Unión Europea y Estados Unidos volvieran a avanzar juntos en el ámbito de los derechos humanos, las libertades políticas y la democracia. En ciertos foros europeos, se produjo una rápida reacción bajo el supuesto que se quedaban atrás en el ámbito de las relaciones con el régimen castrista, sobre todo tras la muerte de Fidel Castro y las expectativas de apertura económica y política.
No calcularon bien. La victoria de Trump en las elecciones presidenciales de 2016 cambió radicalmente el marco de las relaciones de Estados Unidos y Cuba, que volvieron a situarse en un escenario bien conocido. Trump señaló desde el primer momento, lo que Estados Unidos viene diciendo desde los tiempos de Eisenhower. Si Cuba da pasos hacia la democracia y la libertad, Estados Unidos ayudará en ese proceso. En ausencia de movimientos por parte del régimen, la posición está muy clara.
Mogherini se ha encontrado con el acuerdo aprobado por el parlamento europeo en el momento menos propicio, y por eso no ha tenido más remedio que seguir adelante, canalizando todas las críticas de los demócratas y opositores cubanos. Su mensaje en La Habana ha sido el que se esperaba, “la aprobación del acuerdo de diálogo de político y cooperación abre un nuevo capítulo en la relación, con nuevas oportunidades de expandir y profundizar nuestros vínculos”. Efectivamente, todo nuevo, todo por inventar y poner en marcha. Ya veremos a dónde llega todo eso.