Las relaciones de la UE con Cuba y Estados Unidos

La visita de Federica Mogherini a La Habana para rendir pleitesía a un régimen que agoniza no ha sentado bien a los sectores de la disidencia y la oposición que comparten con los 28 estados de la Unión Europea un mismo modelo de democracia, pluralismo y respeto a los derechos humanos.

Sin embargo, una derivada mucho más complicada aún, que puede tener repercusiones a medio plazo para la Unión Europea es la toma de posición con respecto a la política del nuevo presidente de Estados Unidos, por cuanto supone una confrontación directa no sólo en el caso cubano, que ya se da por perdido en todos los foros diplomáticos, sino con relación a otros ámbitos de la geopolítica internacional. Si la Unión Europea continúa esta política de expansión diplomática y comercial para ocupar el espacio que deja la actitud del presidente Trump, pueden aparecer nubarrones grises que anuncien tormenta.

No está bien que la alta representante de la Unión Europea diga sin referirse a nadie en concreto, pero con la mente puesta en el presidente Trump, que "frente a los que levantan muros y cierran puertas, nosotros los europeos queremos tender puentes y abrir puertas mediante la cooperación y el diálogo". Además, en la conferencia impartida en el Colegio San Gerónimo de La Habana, lanzó duras acusaciones contra el “bloqueo” que en su criterio, EEUU mantiene sobre la Isla desde 1962, una política "obsoleta e ilegal" cuyo único efecto es "empeorar la calidad de vida" de los cubanos. Ni más ni menos que el guión que usa el castrismo desde hace 54 años.

Diciendo estas cosas Mogherini se olvida que el régimen castrista es el único que mantiene las estructuras y políticas de los tiempos de la “guerra fría”, incapaz de abrir espacios a la libertad, el pluralismo y el progreso, a la vez que, enmarañado en ajustes económicos que no llevan a ningún sitio, ve como la economía entra en recesión sin apenas capacidad para cumplir sus compromisos internacionales. Diciendo estas cosas, Mogherini se puede encontrar con algunos diputados europeos que no estén de acuerdo con sus afirmaciones y cuestionen su gestión. En fin, los problemas se acumulan. La tormenta está cerca.

Los analistas han visto en la visita a La Habana un ejemplo más de una estrategia iniciada hace algunos años por el inefable ministro español Moratinos, dirigida a lograr unos cambios políticos en Cuba, pero que hasta la fecha ni están ni se les espera. Mogherini y el ministro cubano de Exteriores, Bruno Rodríguez, exhibieron cordialidad en los intercambios de buenas palabras y mensajes, a la vez que, en cumplimiento del acuerdo sancionado por el Parlamento europeo, se comprometieron a “identificar áreas de cooperación para impulsar su relación” dentro del nuevo acuerdo bilateral, que está en vigor desde el pasado mes de noviembre y que es el primero que se firma entre la Unión Europea y Cuba.


En Estados Unidos se observan, desde la distancia, estos movimientos de la diplomacia europea que buscan abrir un espacio de controversia. En el caso concreto de Cuba, la Posición común fue un ensayo de política coherente con las posiciones mantenidas desde Estados Unidos, que exigía al régimen avances concretos en materia de derechos humanos, libertades democráticas y pluralismo. Si la Unión decide ahora, por su cuenta, iniciar una vía independiente de Estados Unidos, los riesgos pueden ser muy elevados. No conviene menospreciar al presidente Trump, que a pesar de haberse concentrado hasta la fecha en los problemas internos del país heredados de la época de Obama, tiene capacidad suficiente para intervenir en los asuntos internacionales en el momento en que lo crea oportuno. En el caso concreto de Cuba, EEUU observa cómo año tras año la propuesta de supresión del bloqueo vence por abrumadora mayoría en Naciones Unidas, pero no se produce un sólo cambio en la letra. En el acuerdo de la Unión con Cuba no conviene olvidar que aún está pendiente de las ratificaciones de los parlamentos nacionales, por su carácter provisional. En cualquier momento, un rechazo inesperado de un estado puede dar al traste con las aspiraciones de Mogherini y Rodríguez.

Lo que no cabe la menor duda es que al presidente Trump le importa poco el clima de cordialidad entre Raúl Castro y Federica Mogherini, que la propaganda castrista se ha encargado de difundir ampliamente tras superar las resistencias de Rusia a emprender esta vía. Además de reforzar los vínculos bilaterales dentro del acuerdo de diálogo político y cooperación entre el bloque de la Unión Europea, el régimen castrista tiene puestos sus ojos en el Acuerdo de Cotonú y su revisión a partir de 2020, para obtener financiación a la carta para proyectos de desarrollo.

El acceso a esos fondos es lo que justifica el giro de 180º del régimen castrista a aceptar una relación con la Unión Europea que tradicionalmente había sido rechazada o no tenida en cuenta, como ocurrió en el largo período que media entre 1959 y 1988 cuando se produjeron los primeros contactos. Cierto es que la Unión Europea exige en sus acuerdos y tratados con terceros países el cumplimiento de estándares en materia de democracia y respeto a los derechos humanos. Se tiene la sensación que, dada la agonía del régimen y sus dificultades para llegar a fin de mes, se puede aceptar alguna cláusula ignominiosa si a cambio se obtiene liquidez. La suerte está echada. No conviene olvidar que el parlamento europeo, el mismo que dio el visto bueno al acuerdo con La Habana, ha otorgado premios y reconocimientos a la oposición democrática cubana perseguida por el régimen, como Oswaldo Payá (2002), las Damas de Blanco (2005) y Guillermo Fariñas (2010), evidentemente, nada del agrado de los Castro.

Tal vez este acuerdo de la Unión Europea con Cuba podría haber tenido sentido de mantenerse el descongelamiento de relaciones que inicio Obama. Incluso habría sido un estímulo para que Unión Europea y Estados Unidos volvieran a avanzar juntos en el ámbito de los derechos humanos, las libertades políticas y la democracia. En ciertos foros europeos, se produjo una rápida reacción bajo el supuesto que se quedaban atrás en el ámbito de las relaciones con el régimen castrista, sobre todo tras la muerte de Fidel Castro y las expectativas de apertura económica y política.

No calcularon bien. La victoria de Trump en las elecciones presidenciales de 2016 cambió radicalmente el marco de las relaciones de Estados Unidos y Cuba, que volvieron a situarse en un escenario bien conocido. Trump señaló desde el primer momento, lo que Estados Unidos viene diciendo desde los tiempos de Eisenhower. Si Cuba da pasos hacia la democracia y la libertad, Estados Unidos ayudará en ese proceso. En ausencia de movimientos por parte del régimen, la posición está muy clara.

Mogherini se ha encontrado con el acuerdo aprobado por el parlamento europeo en el momento menos propicio, y por eso no ha tenido más remedio que seguir adelante, canalizando todas las críticas de los demócratas y opositores cubanos. Su mensaje en La Habana ha sido el que se esperaba, “la aprobación del acuerdo de diálogo de político y cooperación abre un nuevo capítulo en la relación, con nuevas oportunidades de expandir y profundizar nuestros vínculos”. Efectivamente, todo nuevo, todo por inventar y poner en marcha. Ya veremos a dónde llega todo eso.

 

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