Economía cubana 2017: ¿dónde estamos?

Cuba ya no sorprende a nadie en el terreno económico. Si en 2016 logró remontar las consecuencias de una grave recesión con origen en la reducción de los suministros de petróleo chavista, con las limitaciones que ello implica a nivel interno y externo, este año la actividad se ha visto inmersa en la pérdida de fuerza de los motores, como el turismo o la inversión extranjera, complicaciones que unidas al efecto adverso de la climatología, definen un escenario cuanto menos problemático para el previsto relevo de Raúl Castro a comienzos de 2018.

El Informe de CEPAL relativo al balance preliminar de las economías en América Latina y el Caribe vuelve a situar a Cuba, con un 0,5% de crecimiento del PIB en el puesto 27º del ranking, o lo que es lo mismo, en los últimos de la clasificación regional, lo que indica que conforme pasaban los meses, la economía no ha conseguido remontar los pésimos resultados, de modo que se espera que los problemas que la han atenazado a lo largo del año no hagan otra cosa que incidir de forma negativa en el cierre el ejercicio.

De ese modo, Cuba se distancia del resto de países de América Latina que están sacando más provecho de la actual coyuntura, y se muestra incapaz de obtener los mayores réditos de las reformas parciales que el régimen ha ido adoptando en los últimos años. El régimen castrista continúa empeñado en mantener a Cuba aislada del resto del mundo, e impedir a los cubanos que ejerzan con libertad sus derechos económicos, consolidando un sistema de planificación central de la economía en el que no se respetan los derechos de propiedad privada, que prácticamente no se observa en ningún otro país del mundo.

En este escenario, el régimen no hace otra cosa que mirar siempre de puertas adentro y denunciar un presunto ejercicio de bloqueo o embargo, pero no consigue poner énfasis en el tipo de reformas que harían más productiva y competitiva a la economía nacional. Un círculo vicioso del que cada vez resulta más difícil escapar.

En términos de empleo, como señala la CEPAL, las noticias parece que son buenas si se presta atención a la muy baja tasa de desempleo existente en el país, que se atribuye a la disminución continua de las tasas de actividad y participación de una población envejecida y que emigra, sobre todo los más jóvenes, ante la falta de perspectivas y horizontes de mejora en el país. Malos presagios que apuntan a una pérdida de confianza que puede lastrar cualquier proyecto de desarrollo sostenible para la economía. La interrupción del crédito comercial producida en 2017 ha despertado las señales de alarma, ante el temor de un incremento del volumen de créditos morosos en presencia de niveles de endeudamiento insostenibles con los parámetros de solvencia de la economía. Estos indicadores deben estar creando presión sobre las autoridades para continuar con las reformas, pero el ritmo y orientación de las mismas indica que el peso de la ideología comunista continúa siendo un lastre para que la economía cubana prospere.


Tras un primer semestre que parecía que iba a suponer una mejora de la economía, a partir del verano, los motores se detuvieron de forma brusca, aumentando los signos de debilidad estructural y para el resto del año. Los efectos de la climatología ciclónica adversa se han encargado de hacer el resto del daño frenando un crecimiento que se esperaba fuera mayor. Para Cuba, que arranca de muy bajos niveles de renta, crecer al 0,5% es un problema, una limitación que aumenta los desequilibrios interno y externo, y aumenta la distancia relativa con el resto de los países de su entorno.

Sobre todo, porque esos bajos ritmos de crecimiento suponen un aumento de la incertidumbre que tienen los inversores extranjeros en la economía y, por otro lado, una disminución de la credibilidad en los mercados internacionales, que actúa de forma negativa sobre los movimientos de capital que precisa la isla. Las autoridades del régimen nunca han prestado a los efectos de la incertidumbre de la economía sobre su credibilidad exterior, y se han lanzado a adoptar políticas que carecen de cualquier racionalidad con los resultados bien conocidos en términos de ineficiencia y despilfarro. Pero todo ha cambiado y esa incertidumbre no es inocua y ya está afectando de manera muy notable a sectores como el comercio, el turismo y también a la inversión empresarial.

En este sentido, siendo fundamental que las empresas incrementen sus inversiones y la compra de bienes de equipo para fortalecer su productividad y el crecimiento potencial de la economía, el régimen lo que hace es aprobar unas normas parciales que autorizan una cierta flexibilidad a los gestores, manteniendo el control estatal de las empresas de su propiedad. Nada favorable para mejorar los niveles de inversión empresarial que necesita la economía. La baja tasa de participación de la formación bruta de capital fijo en el PIB, inferior al 10%, lastra las posibilidades de desarrollo sostenible de la economía, mientras que las empresas se someten a la obediencia y control de una burocracia poco acostumbrada a los valores empresariales del riesgo y la ganancia. En contra de hacer todo lo posible por aumentar la inversión, ante el aumento imparable del déficit presupuestario, el régimen lo que ha hecho es paralizar un gran número de proyectos de inversión, ante la falta de recursos, y con ello no hace otra cosa que aumentar la incertidumbre sobre el desempeño final de la economía.

Una incertidumbre que coincide con una financiación del abultado déficit por un banco central que carece de autonomía del gobierno para desarrollar una política monetaria independiente, como reclaman los organismos internacionales. Como consecuencia de ello, se mantiene la dualidad monetaria con sus efectos perversos sobre las transacciones y las magnitudes monetarias se disparan al alza, alarmando los signos de un incremento potencial de la inflación que puede llegar en cualquier momento, y frente al cuál el régimen solo sabe realizar controles de precios que provocan situaciones estructurales de racionamiento y escasez, bien conocidas por los cubanos en estos 58 años.

Son muchos los analistas y observadores internacionales que están reclamando a las autoridades castristas una apuesta clara por la internacionalización y competitividad de las empresas cubanas. Hay que dejarse de la propaganda del embargo y bloqueo, y comerciar con el resto de países del mundo, para los que no existen otros límites que las reglas del mercado. Cuba necesita un esfuerzo de credibilidad internacional asumiendo el pago de sus deudas. Pero siendo esto necesario, no resulta suficiente si no se implementan medidas de tipo real que estimulen el desarrollo de la actividad económica, fundamentalmente privada. Pero quedan muchas heridas abiertas directamente relacionadas con el marco jurídico de derechos de propiedad que se tienen que reconocer y poner en valor.

La apuesta es lograr una economía enfocada hacia la generación de mayor valor añadido en un entorno global de creciente competitividad; reforzar la competitividad de los sectores económicos, los tradicionales y los nuevos abiertos al exterior; apostar plenamente por la economía digital, que incrementa el ritmo de los cambios en los sistemas de producción, o sacar provecho de las tecnologías relacionadas con la lucha contra los impactos económicos del cambio climático que van a ser cada vez mayores.

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