Tras un primer semestre que parecía que iba a suponer una mejora de la economía, a partir del verano, los motores se detuvieron de forma brusca, aumentando los signos de debilidad estructural y para el resto del año. Los efectos de la climatología ciclónica adversa se han encargado de hacer el resto del daño frenando un crecimiento que se esperaba fuera mayor. Para Cuba, que arranca de muy bajos niveles de renta, crecer al 0,5% es un problema, una limitación que aumenta los desequilibrios interno y externo, y aumenta la distancia relativa con el resto de los países de su entorno.
Sobre todo, porque esos bajos ritmos de crecimiento suponen un aumento de la incertidumbre que tienen los inversores extranjeros en la economía y, por otro lado, una disminución de la credibilidad en los mercados internacionales, que actúa de forma negativa sobre los movimientos de capital que precisa la isla. Las autoridades del régimen nunca han prestado a los efectos de la incertidumbre de la economía sobre su credibilidad exterior, y se han lanzado a adoptar políticas que carecen de cualquier racionalidad con los resultados bien conocidos en términos de ineficiencia y despilfarro. Pero todo ha cambiado y esa incertidumbre no es inocua y ya está afectando de manera muy notable a sectores como el comercio, el turismo y también a la inversión empresarial.
En este sentido, siendo fundamental que las empresas incrementen sus inversiones y la compra de bienes de equipo para fortalecer su productividad y el crecimiento potencial de la economía, el régimen lo que hace es aprobar unas normas parciales que autorizan una cierta flexibilidad a los gestores, manteniendo el control estatal de las empresas de su propiedad. Nada favorable para mejorar los niveles de inversión empresarial que necesita la economía. La baja tasa de participación de la formación bruta de capital fijo en el PIB, inferior al 10%, lastra las posibilidades de desarrollo sostenible de la economía, mientras que las empresas se someten a la obediencia y control de una burocracia poco acostumbrada a los valores empresariales del riesgo y la ganancia. En contra de hacer todo lo posible por aumentar la inversión, ante el aumento imparable del déficit presupuestario, el régimen lo que ha hecho es paralizar un gran número de proyectos de inversión, ante la falta de recursos, y con ello no hace otra cosa que aumentar la incertidumbre sobre el desempeño final de la economía.
Una incertidumbre que coincide con una financiación del abultado déficit por un banco central que carece de autonomía del gobierno para desarrollar una política monetaria independiente, como reclaman los organismos internacionales. Como consecuencia de ello, se mantiene la dualidad monetaria con sus efectos perversos sobre las transacciones y las magnitudes monetarias se disparan al alza, alarmando los signos de un incremento potencial de la inflación que puede llegar en cualquier momento, y frente al cuál el régimen solo sabe realizar controles de precios que provocan situaciones estructurales de racionamiento y escasez, bien conocidas por los cubanos en estos 58 años.
Son muchos los analistas y observadores internacionales que están reclamando a las autoridades castristas una apuesta clara por la internacionalización y competitividad de las empresas cubanas. Hay que dejarse de la propaganda del embargo y bloqueo, y comerciar con el resto de países del mundo, para los que no existen otros límites que las reglas del mercado. Cuba necesita un esfuerzo de credibilidad internacional asumiendo el pago de sus deudas. Pero siendo esto necesario, no resulta suficiente si no se implementan medidas de tipo real que estimulen el desarrollo de la actividad económica, fundamentalmente privada. Pero quedan muchas heridas abiertas directamente relacionadas con el marco jurídico de derechos de propiedad que se tienen que reconocer y poner en valor.
La apuesta es lograr una economía enfocada hacia la generación de mayor valor añadido en un entorno global de creciente competitividad; reforzar la competitividad de los sectores económicos, los tradicionales y los nuevos abiertos al exterior; apostar plenamente por la economía digital, que incrementa el ritmo de los cambios en los sistemas de producción, o sacar provecho de las tecnologías relacionadas con la lucha contra los impactos económicos del cambio climático que van a ser cada vez mayores.