Hace unos días escuchaba detenidamente una entrevista que le hicieron a un sacerdote amigo, y él se hacía, entre otras, una pregunta que me llamó la atención: ¿Cuánto más tiene que esperar Cuba para despertar?
Creo que mientras transitamos por la vida, nos hacemos muchas preguntas. Yo, como mi amigo, también me he hecho esa misma pregunta. Y junto a esa, otras muchas que a la mayoría nos da miedo decir en voz alta por lo que pueda pasar. Pero una vez más recurro al derecho a la libre expresión, y con mucho respeto me arriesgo a hacerlas. Ojalá encuentre respuestas.
En la antigüedad, en algunas culturas se sacrificaban animales, hombres, mujeres, niños, con diversos fines, entre ellos: apaciguar a sus dioses ante los efectos de la naturaleza, las epidemias; también, buscando su favor para la victoria en la guerra. Eran costumbres que buscaban calma o paz, que solo duraba un tiempo, hasta que llegaba otra crisis, y se repetía el ritual. Hoy, salvando las distancias, y temiendo que no sea la comparación más acertada, me pregunto: ¿cuántos sacrificios necesita hacer este pueblo en medio de un sistema que es insostenible?
¿Cuántas horas de apagones hay que soportar para que se nos permita VER de una vez y por todas la luz?
¿Cuántos llantos de niños hay que escuchar para que les sea accesible un vaso de leche, una alimentación de calidad, digna, y junto a esto, algún dulce que les saque una sonrisa?
¿Cuántas muertes tienen que acontecer en los policlínicos y hospitales para que sean abastecidas estas instituciones con lo necesario?
¿Cuántas familias tienen que sufrir las tensiones, el miedo de perder a sus hijos en el servicio militar obligatorio? ¿Ese tiempo no podrían usarlo los jóvenes en su formación como futuros técnicos o profesionales?
¿Cuántas familias van a seguir padeciendo el estigma de tener a un ser querido encarcelado por ejercer su derecho de expresión, hasta que sepamos usarlo sin miedo y sin censura?
¿Cuándo Cuba dejará de verse obligada a emigrar en busca de un futuro que podría tener aquí en la isla?
¿Cuándo los cubanos encontraremos sentido para permanecer aquí, para construir nuestro proyecto de vida aquí? ¿No es suficiente tantas décadas de sufrimiento?
Ante tantas preguntas, me sigo quedando inquieta, y de alguna manera, expectante. Sin embargo, como mujer creyente y consagrada, quiero acoger el salmo de la liturgia del domingo, que me deja una invitación: _“Gusten y vean qué bueno es el Señor. Él defiende al pobre, los que en Él confían no les falta nada”_ (Sal 33). A este verdadero Dios yo le creo.
Yo espero que nos alcance la gracia de disfrutar de la libertad anhelada. A Él sigo clamando esperanzadamente para que no desfallezcamos mientras se acerca nuestro día, y ojalá podamos gustar de este Dios que no se cansa de caminar con nosotros. Es a Él a quien le pido que nos conceda el valor necesario para decidir nuestro futuro. Seguirá siendo mi súplica en la cotidianidad de mis días, para que juntos despertemos y podamos hacer realidad nuestros sueños.
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