He estado pensando… (LXXXI)

Padre Alberto ReyesHe estado pensando que lo importante para una dictadura no es ganar

Ya sabemos cuál es el mecanismo básico de las dictaduras actuales: utilizando las oportunidades que ofrece la democracia, logran que el pueblo les conceda el poder, y una vez en el poder, destruyen la democracia para perpetuarse en el poder.

Por eso, una vez que han “ganado”, ya no necesitan volver a ganar. Necesitan no perder, que es diferente. ¿Queda alguna duda del fraude electoral de Nicolás Maduro? ¿Queda alguna duda de que la voluntad del pueblo venezolano es la salida de Maduro y su cúpula del poder? No, nadie lo duda, empezando por ellos. Pero su interés no es “ganar” unas elecciones que ellos sabían que eran imposibles de ganar. Su interés es no perder el poder sobre el pueblo, no perder el control sobre el país que han puesto a su servicio.

Desde el año 59, en Cuba no tenemos elecciones. Sólo tenemos “votaciones”, un teatro nacional esporádico cuyo resultado no define ni un milímetro la voluntad de este pueblo. El clan del poder en Cuba es consciente de que, a lo largo de los años, su propuesta ideológica se ha ido diluyendo cada vez más, hasta llegar a la derrota mayor que puede sufrir un sistema: la derrota en el corazón del pueblo. Porque la Revolución cubana habrá ganado la prensa, la televisión, la propaganda… pero ha perdido el corazón de los cubanos.

Por eso, los esfuerzos de este sistema no se encaminan nunca a “ganar”, porque saben que, diga lo que diga el pueblo, ellos van a imponer todo lo que quieran.

Su interés real es no perder, no perder el poder, dejar bien claro que todo intento de cuestionamiento será frenado, que todo intento de “disidencia” será paralizado.  Por eso se movilizan inmediatamente ante cualquier asomo de protesta: un cartel en una pared, la simple manifestación pacífica de un civil o el simple anuncio de esa manifestación, la convocatoria a un rezo público o el sonido de una campana en medio de la oscuridad. 

Tienen pánico a perder el control, tienen terror a dejar de ser los amos, los controladores de la voluntad de un pueblo. Como el faraón bíblico, no pueden permitirse quedarse sin esclavos. Lo demás no les importa. No les importa la miseria y la carestía creciente de lo básico, no les alarma el desangramiento que implica la emigración continuada, se burlan de los anhelos más profundos de este pueblo: sus deseos de libertad, de progreso, de democracia… Por no importar, no les importa ya ni siquiera el descalabro del sistema de salud y de la educación, esos bastiones que tanto les sirvieron para vender su ideología al mundo.

¿Qué podemos hacer mientras no tengamos elecciones, mientras no se pueda militar libremente en partidos de oposición, mientras salir a las calles a protestar siga siendo la antesala de la cárcel?

Podemos dejar bien claro en nuestro entorno que no nos tienen, que no vamos a aplaudirlos, que no vamos a hacerles el juego, que no vamos a participar en lo que nos propongan. Porque no se cambia la situación de un país con quejas en la casa, ni con maldiciones a la hora de los apagones.

La libertad tiene un precio, y si no somos capaces de pagar el mínimo precio de decir lo que pensamos y creemos, si no somos capaces de pagar el mínimo precio de la verdad, entonces seremos para siempre un país sin futuro.

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