Una ola represiva recorre Cuba con renovada brutalidad. Alcanza de diversas maneras a opositores y disidentes, así como a intelectuales, cineastas, artistas, escritores, científicos, periodistas, abogados y todo aquel que profese una opinión incómoda para quienes monopolizan todo el poder político, económico y militar en la isla. La oposición al régimen totalitario cubano lleva ya cuatro décadas apegada a una estrategia no violenta para la transformación constructiva de la sociedad cubana. Sin embargo, la violencia del estado no ha cesado en todo ese tiempo y ahora se incrementa.
Los represores parecen haber recibido luz verde desde la cúspide del poder para intimidar a cualquiera a como dé lugar. Por eso igual amenazan a una joven activista del Movimiento Dignidad y su hijita con exponerlas a ser violadas por un criminal recién liberado de manera arbitraria, que “informan” a un académico católico de que le harán la vida imposible de ahora en adelante, allanan el consultorio legal gratuito de un grupo de abogados, arrastran y golpean a Damas de Blanco en distintos puntos de la isla, encarcelan arbitrariamente a un líder del Movimiento Cristiano de Liberación o a decenas de activistas de Unión Nacional Patriótica de Cuba (UNPACU).
Censuran manifiestos, pero también films y literatura que reflejen la asfixiante existencia bajo el castrismo. A un periodista extranjero de izquierdas -que toda su vida ha defendido ese sistema y evitado siempre mencionar su naturaleza fascista- lo amenazan ahora con romperle la dentadura y lo acosan para que abandone el país. Los cuentapropistas tampoco han escapado a esta renovada vocación represiva.
Raúl Castro quiere continuar posando de reformista sin hacer reformas. Lleva diez años en ese juego mientras la situación se deteriora. Ha mostrado más interés en dejar instalados a descendientes y allegados al frente del desastre nacional. Nada de cambios; solo procura estabilidad. Pero si bien la represión puede lograr estabilidad al corto plazo, no constituye una estrategia que proporcione seguridad y gobernabilidad al mediano y largo plazo.
El clan Castro está persuadido, después de seis décadas, de que su reinado será eterno. Pero la realidad cubana no es hoy más sólida que la que aparentaban la RDA y la Unión Soviética a escasos años de su caída. Raúl Castro no ha ganado tiempo, lo ha despilfarrado. Y eso tendrá consecuencias.
Fundación para los Derechos Humanos en Cuba
Marzo 21, 2017