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Doctrina Social Cristiana

IX Semana Social Católica (Miami-Dade) – Tema Central

Written by Dr. Santiago Cárdenas on 22 September 2024. Posted in Doctrina Social Cristiana.

[5 al 12 de mayo de 2024]

El siglo XIX estuvo lleno de  propuestas socialistas, de los cuales solamente una llegó al poder al despertar el siglo XX en Rusia (1917), producto de una revolución marxista encabezada por el sector de los bolcheviques de Lenin. Medio siglo después triunfaron en China, Vietnam y Corea. En 1959, por sorpresa, aparecieron en Cuba y desde entonces la influencia del comunismo se ha hecho mundial, con  poderosos seguidores en toda América, incluso en Estados Unidos.

La Iglesia Católica se pronunció en 1891 en la Encíclica Rerum Novarum (Las Cosas Novedosas) de León XIII,  acerca del ordenamiento de la sociedad desde el Evangelio y el Magisterio. Se cerraba así un siglo de propuestas y acciones de un socialismo radical, como El Manifiesto Comunista y la Comuna de París.

La Encíclica de León XIII fue seguida de innumerables decretos, comentarios y nuevas encíclicas que constituyen en su conjunto la Doctrina Social de la Iglesia o la Sociología Católica. Desde entonces, todos y cada uno de los católicos tiene que incorporar  a las bases fundamentales de su formación y su acción asuntos como el bien común, la justicia social, la solidaridad, así como un adecuado conocimiento del socialismo, el capitalismo, etc. De no hacerlo, se convierte en un católico desinformado, mediocre. No se trata de política partidaria, sino de Teología Moral.

Los socialistas, planteaban que la toma del poder por la violencia ocurriría en países altamente desarrollados, con muchas fábricas y proletarios: Alemania, Estados Unidos, Gran Bretaña y Francia, en este orden. ¡Se equivocaron! La liebre saltó en Rusia, un país atrasado, agrícola, totalmente pobre, miserable, destruido por la I Guerra Mundial.

Alexander KerenskyLenin, (un aventurero cuyo tren paró, sospechosamente, en Berlín, por 3 horas en su viaje de retorno a Rusia, evidentemente organizado por los alemanes todavía enfrascados en la guerra) tomó el poder luego de unas escaramuzas en el San Petersburgo de 1917. Ya no había zares, sino un gobierno provisional encabezado por Alexander Fyodorovich Kerensky.

La Técnica del Golpe de Estado, un libro de Curzio Malaparte, uno de los escritores más brillantes del siglo XX, desenmascaró la farsa de los bolcheviques –una  facción del Partido SocialDemocrata Ruso– que  tomó el poder. Los bolcheviques de Lenin eran asesinos sin escrúpulos. Lenin se afincó en el poder, seguido por Stalin, y  el marxismo-leninismo hizo metástasis medio siglo después en Asia: China, Vietnam y Corea.

Habría que añadir al entorno europeo, la abundancia y riqueza de las que se producen en el continente americano y, muy especialmente, en toda Iberoamérica.

En 1940, el Episcopado Cubano asignó como prioridad, a los Caballeros Católicos el estudio de la doctrina social, especialmente la encíclica de Pio XI  Quadragesimo Anno ("Cuarenta Aniversario" de la Rerum Novarum). El fundador de los Caballeros Católicos (1926) y padre del laicado cubano, el abogado Valentín Arenas, ya había organizado dos Semanas Sociales; Una en su pueblo natal, Sagua La  Grande, y la otra en Bejucal.  Semana Social Católica en Miami-Dade

Valentín está enterrado en Miami y los continuadores de su ejemplo, que son muchos, se agrupan en Uniones. Desde entonces, los Caballeros Católicos ayudan en todos los aspectos del quehacer eclesial. También organizan una bienal en los años pares, en  varias parroquias de sus respectivas arquidiócesis, para continuar la obra prioritaria de su fundador.

Inesperadamente en la historia, la revolución bolchevique –marxista-leninista– brincó al Caribe, a Cuba en 1959, bajo el disfraz seudo liberal de Fidel Castro y sus compañeros de ruta. Desde entonces se dedica a desmantelar las inestables democracias de América Latina y a penetrar progresivamente en el entarimado sociopolítico de la democracia norteamericana. Esta tendencia demoledora se ha convertido en el enemigo principal de la Doctrina Social de la Iglesia y de todo principio religioso y de la ética cristiana en general.

NOTA:  LENIN era seguidor de Marx quien había muerto años antes. La filosofía de Marx estaba orientada subrepticiamente a la violencia y la lucha de clases, transitando por la abolición de la propiedad privada.

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El aborto y la Doctrina Social de la Iglesia

Written by Gerardo E. Martínez-Solanas on 18 August 2024. Posted in Doctrina Social Cristiana.

La Iglesia rinde homenaje a la obra más grande de la creación: la vida. El Evangelio de la vida no es exclusivamente para los creyentes: es para todos. No es prerrogativa de los cristianos el tema de la vida y su promoción y defensa, sino que es parte de toda conciencia humana que busca la verdad y está atenta y preocupada por el destino de la humanidad.

Uno de los principios fundamentales de la Doctrina Social de la Iglesia (DSI) es contribuir a la renovación de la sociedad mediante la construcción del bien común.  Empero, no es posible construir el bien común sin reconocer y tutelar el derecho a la vida, el cual es la base de todos los demás derechos inalienables del ser humano. Por consiguiente, no puede haber verdadera democracia, si no se reconoce la dignidad de cada persona y no se respetan sus derechos desde el momento en que el nuevo ser está vivo en el vientre de la madre.

Por tanto, la enseñanza y la postura de la Iglesia ante la vida por nacer es, sobre todo, una afirmación eminentemente positiva y constructiva destinada al derecho de nacer, gracias al cual todos nosotros estamos vivos. Por el contrario, el juicio ético sobre la despenalización del aborto se ha convertido en un tema de debate público y ha adoptado tonos y expresiones cada vez más sofisticados. Las motivaciones y argumentos en este sentido son abundantes y cada vez más refinados en el ámbito propio del debate sobre bioética, abriendo paso a la "antilengua" (un fenómeno ya previsto por George Orwell en sus proféticas obras tituladas "1984" y "Rebelión en la Granja") para acuñar y promover un lenguaje que cambia el significado de las palabras. Es el caso de la sustitución del término “aborto” por el de “interrupción voluntaria del embarazo” o para que suene más científica y permisible, “interrupción médica del embarazo”.

Esto da lugar a un deterioro ético de la sociedad mediante la violación sistemática del derecho a la vida, y de cualquier principio moral fundamental, lo cual conduce inevitablemente a una progresiva ofuscación de la conciencia y al materialismo práctico, en el que se alimentan y difunden el individualismo, el utilitarismo y el hedonismo. 

De este modo, los valores del ser son sustituidos por los del tener, o los del placer. El único fin que cuenta en esta disgregación moral es el bienestar material y la calidad de vida, interpretados como eficiencia económica, consumismo desenfrenado y rechazo de toda forma de sufrimiento, para terminar instrumentalizando la sexualidad y la concupiscencia hasta convertir, en definitiva, a la persona humana en un objeto manejable que adultera las norma morales que permiten distinguir entre el bien y el mal. 

A la luz de estos presupuestos se aborda enseguida el tema del juicio moral sobre la práctica del aborto provocado como decisión conveniente de la mujer a costa de la vida del hijo. Por eso, Juan Pablo II reconoció claramente en «Centesimus annus»: "El derecho a la vida, del que forma parte integrante el derecho del hijo a crecer bajo el corazón de la madre después de haber sido concebido; el derecho a vivir en una familia unida y en un ambiente moral, favorable al desarrollo de la propia personalidad…"

A su vez, la Congreración para la Doctrina de la Fe había proclamado el 18 de noviembre de 1974 en el párr. 11 de su "Declaración sobre el Aborto" que: "El primer derecho de una persona humana es su vida. Ella tiene otros bienes y algunos de ellos son preciosos; pero aquél es el fundamental, condición para todos los demás. Por esto debe ser protegido más que ningún otro. No pertenece a la sociedad ni a la autoridad pública, sea cual fuere su forma, reconocer este derecho a uno y no reconocerlo a otros".

En algunos casos excepcionales, el aborto puede tener un motivo por el cual la ciencia médica determina la no viabilidad del embarazo o la decisión de salvar la vida de la madre. En ningún otro caso el aborto puede justificarse, porque el ser que se desarrolla en el vientre de la madre no tiene culpa alguna de los motivos y circunstancias en los que fue gestado. Si la madre rechaza a su hijo, por las razones que sean, puede darlo en adopción en lugar de la insensible decisión de darle muerte por aborto. El derecho a la vida es lo que nos identifica como humanos y civilizados.

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El Jubileo de la esperanza y de la Justicia Social

Written by Agustín Ortega on 14 July 2024. Posted in Doctrina Social Cristiana.

La esperanza no es un fútil optimismo, sino un don de gracia en el realismo de la vida 

Publicado originalmente en
Exaudi Catholic News

El Papa Francisco ha publicado la Bula de convocación del Jubileo 2025, Spes non confundit (SNC, la esperanza no defrauda), haciendo memoria de su sentido como aparece en la Palabra de Dios. Esto es, ser signo de esperanza, sostenida en la fe y ejercitada por la caridad (amor fraterno), que promueve la justicia con los pobres, las víctimas y los excluidos (Lc 4,18-19); una justicia social, liberadora e integral de toda desigualdad, injusticia, esclavitud, usura y maldad (SNC 10-16).
SS FranciscoEfectivamente, como nos muestran los estudios bíblicos y teológicos junto a la filosofía o las ciencias humanas, la realidad de la justicia social, que asimismo enseña el magisterio la iglesia con su moral (DSI), tiene su base en la Sagrada Escritura. Como es el Acontecimiento del Éxodo, los Libros Sapienciales, los Profetas, el Evangelio de Jesús, los Escritos Paulinos, Joánicos o la Carta de Santiago.

Dios mismo es la (nuestra) Justicia (Jr 33, 16) y nos la regala para que nosotros la acojamos, la transmitamos y pongamos en práctica, fomentado un mundo más justo, con equidad y fraterno. Este Don de la justicia, que nos santifica y libera del mal e injusticia, siempre opta por la defensa de la vida, de la dignidad y promoción liberadora e integral con los pobres de la tierra y las víctimas de la historia (Sal 82, 3; Is 1, 17). Es el Dios de la vida, de la misericordia y la justicia liberadora con los pobres, que quiere establecer la Alianza y Promesa con los pueblos para una vida en santidad, fidelidad compasiva y justicia. Por ello, así lo visibilizan estos libros bíblicos y proféticos, el auténtico culto (Is 58) y conocimiento de Dios (Jer 22,6) van unidos inseparablemente a la praxis de la justicia liberadora con los otros, con los pobres y las víctimas.

Esta Revelación de Dios culmina en la Encarnación y Evangelio de Jesucristo (SNC 17) que, junto con su madre María (Lc 1, 46-55), nos llama primeramente (Mt 6, 24-34) a buscar el Reino de Dios y su justicia con los pobres, los hambrientos y oprimidos. Frente al pecado, el egoísmo e ídolos de la riqueza-ser rico, del poder y la violencia (Lc 6, 20-35). La Gracia del Amor de Dios que se acoge en la fraternidad solidaria y la justicia con los pobres, presencia (sacramento) real de Cristo pobre y crucificado, es criterio decisivo (definitivo) para la salvación plena-eterna (Mt 25, 31-46). Recogiendo toda esta enseñanza bíblica y teológica El Sínodo de Obispos de 1971, dedicado a esta realidad esencial e imprescindible, nos comunica que “la acción en favor de la justicia y la participación en la transformación del mundo se nos presenta claramente como una dimensión constitutiva de la predicación del Evangelio. Es decir, la misión de la Iglesia para la redención del género humano y la liberación de toda situación opresiva”.

De esta forma, en la misma misión de la iglesia fiel a Jesús se encuentra vivamemente este coherente compromiso que “realiza la justicia social” con los pobres, con los trabajadores y explotados por la injusticia en el mundo. Tal como, tan proféticamente, enseña San Juan Pablo II en su primera encíclica social sobre el trabajo (LE 8; 11-15). La iglesia, nos sigue transmitiendo este Papa santo ahondando el magisterio de Pio XI, ha afirmado realmente “el papel positivo del conflicto cuando se configura como «lucha por la justicia social». Ya en la Quadragesimo anno se decía: «en efecto, cuando la lucha de clases se abstiene de los actos de violencia y del odio recíproco, se transforma poco a poco en una discusión honesta, fundada en la búsqueda de la justicia»” (CA 14). Se observa, pues, como la DSI con su antropología fraterna e integral siempre conectan la libertad con la justicia social, la participación democrática con la igualdad, la solidaridad y la subsidiariedad, el bien común más universal y la no violencia que llevan a la paz. Oponiéndose, por tanto, a todos los totalitarismos e injusticias del neoliberalismo, del capitalismo, del comunismo colectivista, del fascismo u otros fundamentalismos e integrismos, que disocian estas conexiones antropológicas y éticas.

La justicia social, ya claramente transmitida y testimoniada por la Tradición de la Iglesia con los Santos Padres, asume (condensa) los tipos de justicia general y distributiva, unidas al principio del bien común, que nos enseña igualmente Santo Tomás de Aquino. Como transmite Francisco, “haciendo eco a la palabra antigua de los profetas, el Jubileo nos recuerda que los bienes de la tierra no están destinados a unos pocos privilegiados, sino a todos” (SNC 16). Las condiciones dignas e históricas con los derechos para el desarrollo humano integral, que conforman el bien común promovido por la virtud clave de la solidaridad, no se puede separar del destino universal de los bienes, el reparto justo de los recursos, que como principio está por encima de la propiedad (LE 14).

De ahí que, continuando con esta tradición de la justicia social inspirada en la fe, el Papa afirme: “vuelvo a hacer mías y a proponer a todos unas palabras de san Juan Pablo II cuya contundencia quizás no ha sido advertida: «Dios ha dado la tierra a todo el género humano para que ella sustente a todos sus habitantes, sin excluir a nadie ni privilegiar a ninguno». En esta línea recuerdo que «la tradición cristiana nunca reconoció como absoluto o intocable el derecho a la propiedad privada y subrayó la función social de cualquier forma de propiedad privada». El principio del uso común de los bienes creados para todos es el «primer principio de todo el ordenamiento ético-social», es un derecho natural, originario y prioritario” (FT 120).

Reafirmando este significado del Jubileo que trae la paz unida a la justicia social, Francisco nos llama a terminar con el mal de las guerras e industria militar con sus armamentos (SNC 8) y de la usura e injusticias de las deudas (como las externas); cuyos bienes y recursos se deben destinar al desarrollo integral de estos pueblos más empobrecidos (SNC 15). Se trata de acabar con esta cultura de la muerte y del descarte como sufren los presos, los ancianos o los migrantes, impidiendo la vida de dichos grupos sociales descartados, de los niños, sofocando la natalidad, de las familias y del planeta tierra (SNC 9-15). Todo ello va en contra de la ecología humana e integral, clave de la DSI con los Papas como San Juan Pablo II, Benedicto XVI y Francisco. Una verdadera solidaridad y justicia social, apuntamos, protectoras del trabajo decente, con sus derechos sociales como es un salario justo para el trabajador y su familia, que tiene la prioridad sobre el capital, está antes que el beneficio, la ganancia y el lucro (LE 12-13). Esta justicia social con un trabajo digno, especialmente, es muy importante para el futuro y esperanza de los jóvenes (SNC 12).

Vemos como todos estos signos de justicia y esperanza, que nos trae el Reino del Dios Trinitario manifestado en Cristo y consolidado por los Concilios como el de Nicea (SNC 17), nos abren al “«Creo en la vida eterna». Así lo profesa nuestra fe y la esperanza cristiana encuentra en estas palabras una base fundamental. La esperanza, en efecto, «es la virtud teologal por la que aspiramos […] a la vida eterna como felicidad nuestra»” (SNC 19). Una justicia y esperanza, en Cristo Crucificado-Resucitado, que ya ha vencido a toda injusticia, al mal y a la muerte, testimoniadas por los santos y mártires (SNC 20). Y que “encuentra en la Madre de Dios su testimonio más alto. En ella vemos que la esperanza no es un fútil optimismo, sino un don de gracia en el realismo de la vida” (SNC 24).

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