He estado pensando en la próxima Navidad
Una de las cualidades de la humanización es generar un contexto a un evento. Así, un cumpleaños, un aniversario de matrimonio, el nacimiento de un hijo, el día de la madre o del padre, incluso la muerte de un ser querido, se recubren de signos, gestos, actos que realzan lo que se conmemora.
Esto ocurre también con lo religioso: el bautismo de un hijo, su primera comunión, una boda… no se reducen al simple hecho que los genera, sino que se expanden en mil y un modos de darles mayor connotación.
La Navidad no sólo vive este proceso sino que es de los acontecimientos que más signos genera a su alrededor: luces, regalos, cenas, cantos, fiestas, encuentros de todo tipo…
¿Que esto puede distraernos de lo esencial? Sí, pero eso también es evitable, y aún así, más allá de todos los signos que acompañan a la Navidad, siempre estará allí su raíz, su sentido: la llegada a este mundo del Dios Salvador, la decisión del Dios omnipotente de hacerse vulnerable para unirnos a él y ayudarnos a vencer el mal y a construir una humanidad mejor. Y esto siempre podremos celebrarlo, y lo celebraremos.
Celebraremos al Dios que es luz en medio de la oscuridad aplastante y desesperante de nuestros hogares, y de la oscuridad de mente y de corazón de nuestros gobernantes, que se han hecho incapaces de entender la luz.
Celebraremos al Dios de los encuentros en medio de un pueblo dividido entre aquellos que han decidido ser libres y decir: “¡Basta!” y aquellos que siguen defendiendo la mano que les aprieta más y másla garganta y han elegido marchar con ellos hacia la nada.
Celebraremos al Dios de la verdad en medio de un mar de mentiras, de promesas vacías, de discursos obsoletos y absurdos.
Celebraremos al Dios de la libertad en medio de un ambiente represivo, con cárceles cada vez más llenas de presos políticos y bajo la mirada amenazadora de aquellos que han decidido hacer de esta isla una cárcel, un inmenso y agobiante campo de concentración.
Celebraremos al Dios de los encuentros desde el dolor de no tener a nuestro lado a aquellos que amamos: hijos, padres, nietos, esposo, esposa, amigos… que se han ido para no volver, que han emigrado para poder tener una vida digna y darla en lo posible a los que aquí han quedado, al precio de vivir separados por el mar implacable.
Celebraremos al Dios de la esperanza en medio del desierto, de la noche, de la nada, en medio de un horizonte vacío y sin luz, en medio de la misma y recurrente pregunta: “¿Hasta cuándo, hasta cuándo, hasta cuándo...?”
Pero celebraremos, porque la Navidad se reviste de un ropaje hermoso, pero es más, mucho más que ese ropaje, y lo que es, la experiencia profunda del Dios que habla al corazón, que sostiene en las pruebas, que alimenta la esperanza e ilumina el alma, ese Dios viene, viene siempre, y lo que provoca en el alma no podrá ser nunca suprimido por ninguna cadena humana.