He estado pensando… (XCI)

Padre Alberto Reyes

     He estado pensando en cómo sanar un proceso de dictadura

 Toda dictadura es un sistema abusivo, por eso, cuando llega el fin de una dictadura y se produce la transición a un sistema democrático, es necesario el juicio justo a aquellos que hicieron daño a la sociedad.

Esto se llama “justicia transicional”, y es imprescindible para que el pueblo pueda sanar sus heridas y ponga su foco en el futuro y no en el dolor y la rabia por su pasado.

Sin embargo, la justicia transicional no anula que todo pueblo que ha sufrido una dictadura siempre tendrá muchas cosas que perdonar y que perdonarse.

Con el tiempo, tendremos que perdonar que fuimos engañados como nación, manipulados en lo mejor de nuestros ideales y conducidos con astucia a un sistema por el que nunca luchamos.

Tendremos que perdonar la cadena de muertos que este sistema ha provocado: desde los desmedidos fusilamientos en La Cabaña, pasando por la guerra de Angola y todos los conflictos bélicos a los que fuimos conducidos, hasta los cientos de miles de personas que han muerto intentando escapar hacia una vida diferente, y que reposarán para siempre en el mar, en ríos, en selvas impenetrables.

Tendremos que perdonar a los que nos vigilaron, nos delataron, nos acosaron, a los que nos encarcelaron injustamente.

Tendremos que perdonar todo lo que nunca fue posible por haber sido convertidos en un pueblo miserable, sumergidos en un espíritu de supervivencia, sin esperanzas, sin ilusiones, sin derecho a soñar los propios horizontes.

Tendremos que perdonar el hambre que sufrimos, los padecimientos por la falta de medicamentos, el desarraigo inevitable de la emigración y las soledades que vinieron producto de esa emigración.

Tendremos que perdonar las eternas horas de oscuridad, de rabia, de inutilidad y de impotencia, el calor sofocante del que era imposible escapar, la tortura de los mosquitos, y las enfermedades evitables que no pudieron evitarse.

Sí, llegará un día en el cual tendremos que decir: “Ya no es presente, ya es pasado, y debe permanecer en el pasado”, aunque parte de ese pasado siga, de algún modo, doliendo en algún rincón del presente. Pero para que la cura sea completa, no bastará con perdonar, porque tendremos también que perdonarnos.

Perdonarnos el haber sido un pueblo ingenuo, que se dejó seducir por un enfermo de poder, pero sobre todo, perdonarnos el que, cuando nos dimos cuenta del engaño, seguimos haciendo el juego que poco a poco construyó la prisión que ahora nos asfixia.

Perdonarnos los aplausos, los desfiles eufóricos del Primero de mayo, las tribunas abiertas, las marchas del pueblo combatiente, los infinitos actos de “reafirmación revolucionaria”, la complicidad en los actos de repudio…

Perdonarnos no sólo el haber admitido pasivamente que adoctrinaran a nuestros hijos, sino el haber ido más allá y enseñarles a “no señalarse”, a callarse, a asentir para “no buscarse problemas”.

Perdonarnos, en el fondo, el haberles enseñado a convertirse en esclavos.

Perdonarnos nuestra doble moral, nuestro miedo a la verdad, y el dejar solos a los que se atrevieron a alzar la voz que resonaba en nuestras propias conciencias.

Una verdadera transición no empieza en las calles sino en el alma, porque en una transición, no bastará la justicia necesaria, pues no se sana de una dictadura sin el doble proceso de perdonar y perdonarse.

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