He estado pensando en la necesidad de impedir la contaminación del alma
Vivimos en una espera, la espera del final de una etapa de nuestra historia que ha desembocado en desilusión, miseria, represión y un gran estancamiento social. Sin embargo, la espera debe ser fecunda, de modo que el cambio que vendrá nos encuentre con el mejor corazón posible. Que cuando llegue el amanecer de la libertad, nos sorprenda caminando con lo mejor de nuestro ser despierto en medio de la noche.
Digo esto a raíz de una anécdota reciente. Una adolescente pasó a saludar a un matrimonio, que hizo el comentario de que se había ido la corriente en su barrio. La reacción de la adolescente fue: “Pues yo me alegro de que se les haya ido la corriente, porque para mi casa tampoco hay”. El señor de la casa le respondió: “¿Y no crees que es mejor decir que ojalá tanto nosotros como tú tengamos corriente?” Pero la adolescente no se molestó en considerar esa visión, sólo repitió que se alegraba de que ellos no tuvieran electricidad.
El comunismo se nutre del resentimiento, por eso se esmera en ofrecer al mundo una visión de opresores y oprimidos, de explotados y explotadores. Por eso no busca generar riquezas sino quitárselas al que las ha conseguido con su esfuerzo. Y cuando incentiva la economía, como es el caso de China, no lo hace con el objetivo de un progreso orientado al disfrute libre de los bienes, pues toda ideología comunista, sea del corte que sea, considera al individuo como una pieza que tiene que estar a su servicio, y por eso corta la libertad y pone límites precisos a los sueños, las ilusiones y las aspiraciones legítimas del ser humano.
El tipo de sociedad que genera la ideología comunista bloquea la creatividad, impidiendo que esa creatividad conduzca a una sana propiedad privada. El comunismo se roba el derecho ciudadano al progreso personal, imposibilitando con sus leyes y controles que la persona se sienta dueña del fruto de su esfuerzo y de su inteligencia. En consecuencia, se impide que el individuo experimente el gozo de que algo es suyo y lo defienda como tal.
Ante esta realidad, hay personas que se rehúsan a darse por vencidas, e intentan una y otra vez lograr algo propio en medio del acoso continuado. Otros deciden desplegar su creatividad y su esfuerzo en otras geografías. Y muchos se desaniman, y tratan de sobrevivir como pueden, pero sin perder la capacidad de alegrarse de los triunfos de otros. En ninguno de estos tres casos encuentra cantera el comunismo, porque su cantera, su fuente nutricia está en el resentimiento, en el desprecio del que logra salir adelante, en el odio al que es capaz de sentirse libre y feliz.
En realidad, una persona feliz nunca será comunista. Por eso hay personas ricas que defienden el comunismo, porque disponer de bienes no es sinónimo de ser feliz, y siempre será más fácil culpar a otros de las amarguras personales. Y por eso hay personas que, aunque nadan en la miseria, idolatran la ideología marxista, porque se han convencido de que la causa de todos los males es “este mundo injusto” liderado por acaparadores egoístas a los que hay que despojar de todo.
No niego las enormes injusticias sociales que encontramos aquí y allá en este mundo, pero cuando el modo de enfrentarlas parte del desprecio y del resentimiento, se termina instrumentalizando a los pobres, multiplicándolos hasta el infinito y abandonándolos en la miseria, alimentando sus esperanzas con discursos vacíos y consignas de odio.