La Civilización Judeocristiana, producto de 20 siglos de historia
- Gerardo E. Martínez-Solanas
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La Civilización Judeocristiana, producto de 20 siglos de historia
29 Jan 2018 00:40 - 29 Jan 2018 00:55
No cabe duda que la existencia de Jesús, el Cristo, también conocido como Nazareno, fue un factor determinante para ese fenómeno extraordinario que llamamos Cristianismo y para la civilización judeocristiana en la que vivimos. Su existencia es innegable, incluso por las referencias que podemos encontrar en autores paganos de la época. En general, los testimonios existentes de los siglos I, II y III son abundantes y contundentes y se han visto enormemente enriquecidos con los miles de fragmentos de textos antiguos hallados como producto de la investigación arqueológica e histórica.
A lo largo de 20 siglos se fue forjando lo que en siglos recientes se denominó “Civilización Occidental”, que cristaliza a partir de las postrimerías del siglo XIX hasta nuestros días en una Civilización Judeocristiana moderna y global, abarcando un conglomerado de sociedades diversas en las que reina el paradigma de los derechos humanos en textos que han sido reconocidos por todas las naciones del mundo, aun por aquellas que los violan bajo feroces dictaduras. Para enfocar los resultados de esta evolución civilizadora, recomiendo la lectura del acápite 10 del Capítulo XI de “ El Cristianismo en la Historia; sus Luces y sus Sombras ” (págs.262-267), disponible a todos los interesados en Amazon y CreateSpace.
Ahora bien, ¿cómo podemos afirmar y sostener a brazo partido que los derechos humanos son inalienables, inherentes e indivisibles? Si fueran obra de los seres humanos, cualquier parlamento podría cambiarlos a capricho de una mayoría o mediante trampas y manipulaciones en los países donde imperan regímenes autoritarios o totalitarios, tal y como hacen con demasiada frecuencia y desparpajo con las Constituciones en casi todos esos países, donde los resultados de estas "reformas" constitucionales desembocan casi siempre en mayor control y represión para disfrazar como "derecho constitucional" la violación de muchos derechos humanos y libertades fundamentales.
Sin embargo, no es indispensable creer en el Dios judeocristiano o en cualquier otro en particular. Lo que es indispensable es el reconocimiento de que hay una autoridad superior a la de los parlamentos, monarcas o dictadores que fundamenta la obligación del respeto absoluto a esos derechos y libertades. Ateos, agnósticos y otros, si así lo prefieren, pueden hallar satisfacción en soslayar su origen divino y derivarlos de un derecho natural que, para ellos, no pasa de ser fuente de una evolución histórica que se ha ido desarrollando durante milenios.
Cabe preguntarse entonces, ¿si el derecho natural es fuente de una evolución histórica, cuál es la fuente, el origen o el antecedente del derecho natural? En cierto modo es como preguntarnos sobre el origen del Universo, que la ciencia cree que se produjo de un gigantesco estallido primordial, ¿qué había antes? o ¿cómo fue creada esa "singularidad" inicial? Los científicos han tratado de resolver estas interrogantes con hipótesis sobre múltiples universos anteriores que, al chocar o rozarse provocan el estupendo estallido primordial, como si se tratara de una chispa creadora. Pero, ¿cómo surgieron esos múltiples universos anteriores? Es evidente que todas estas hipótesis constituyen un verdadero acto de fe científico porque no son comprobables. ¿En qué se diferencian del acto de fe en una autoridad superior? Con la ventaja de que este acto de fe no se limita a elevarnos intelectualmente, como el que nos proponen los científicos, sino que nos protege del abuso, el hostigamiento y la servidumbre.
Semejante interminable concatenación de razonamientos en busca del origen de todas las cosas sería también el resultado de proponer que el derecho natural, como fuente de los derechos humanos, es un simple producto de la mentalidad humana (la cual es, por supuesto, su instrumento), porque en ese caso los derechos y libertades que dan un cierto grado de coherencia a nuestra civilización dejarían de ser inalienables, inherentes e indivisibles. ¿Es acaso eso lo que queremos para nuestra ya bastante atribulada humanidad? ¿No es preferible aceptar que es una autoridad superior la que nos dicta la obligación de respetarlos y defenderlos?
Jacques Maritain al referirse a los derechos humanos en su libro "El Hombre y el Estado" postula que:
Y más adelante, en ese mismo acápite concluye:
Esa realidad perversa que se entroniza cuando descansamos solamente en el razonamiento humano la contemplamos en cómo los "motivos de Estado" o la "seguridad nacional" o el "fundamentalismo islámico" decretan que sus miembros están autorizados, por ejemplo, para ejercer la tortura o para cometer asesinatos en nombre del patriotismo o una pésimamente concebida "libertad". En otras palabras, lo que está en juego es una moral, una ética, histórica. No hay que creer en la divinidad de Jesús y hasta podemos dudar de su existencia histórica, si aceptamos la base fundamental de su doctrina, cuando según los testimonios de Lucas, Mateo y Pablo, respondiendo a cuáles son los mandamientos fundamentales Jesús los resumió así: «Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con todas tus fuerzas, y con toda tu mente; y a tu prójimo como a ti mismo.» (Lc. 10:27)
Si no encontramos una autoridad superior a la cual amar sobre todas las cosas, ¿cómo podemos amar todo lo que existe en este Universo en que vivimos y respetarlo y protegerlo? ¿Cómo podemos amar al prójimo si no nos ata un sentimiento de familia o alguna ambición, conveniencia o atracción física o intelectual? Aunque digamos que lo hacemos por respeto a los derechos de los demás, quedaría a nuestro juicio a cuáles y cómo respetarlos. Y la civilización moderna, esta civilización judeocristiana, se desmoronaría.
Por eso el Jesús histórico es tan importante, porque su existencia nos da un fundamento palpable y su doctrina es entonces reconocible como el fundamento decisivo de la civilización moderna. No hay que creer en El. Basta con practicar los valores que predicó y defender el resultado codificado que hemos logrado en la Carta Internacional de Derechos Humanos y en otros instrumentos regionales y nacionales basados en los mismos principios.
Cuando logremos que los países no se limiten a reconocerlos sino a practicarlos y a defenderlos incondicionalmente, habremos alcanzado el paradigma de paz, armonía, solidaridad y confraternidad que predicó Jesús, el Nazareno, hace 20 siglos.
A lo largo de 20 siglos se fue forjando lo que en siglos recientes se denominó “Civilización Occidental”, que cristaliza a partir de las postrimerías del siglo XIX hasta nuestros días en una Civilización Judeocristiana moderna y global, abarcando un conglomerado de sociedades diversas en las que reina el paradigma de los derechos humanos en textos que han sido reconocidos por todas las naciones del mundo, aun por aquellas que los violan bajo feroces dictaduras. Para enfocar los resultados de esta evolución civilizadora, recomiendo la lectura del acápite 10 del Capítulo XI de “ El Cristianismo en la Historia; sus Luces y sus Sombras ” (págs.262-267), disponible a todos los interesados en Amazon y CreateSpace.
Ahora bien, ¿cómo podemos afirmar y sostener a brazo partido que los derechos humanos son inalienables, inherentes e indivisibles? Si fueran obra de los seres humanos, cualquier parlamento podría cambiarlos a capricho de una mayoría o mediante trampas y manipulaciones en los países donde imperan regímenes autoritarios o totalitarios, tal y como hacen con demasiada frecuencia y desparpajo con las Constituciones en casi todos esos países, donde los resultados de estas "reformas" constitucionales desembocan casi siempre en mayor control y represión para disfrazar como "derecho constitucional" la violación de muchos derechos humanos y libertades fundamentales.
Sin embargo, no es indispensable creer en el Dios judeocristiano o en cualquier otro en particular. Lo que es indispensable es el reconocimiento de que hay una autoridad superior a la de los parlamentos, monarcas o dictadores que fundamenta la obligación del respeto absoluto a esos derechos y libertades. Ateos, agnósticos y otros, si así lo prefieren, pueden hallar satisfacción en soslayar su origen divino y derivarlos de un derecho natural que, para ellos, no pasa de ser fuente de una evolución histórica que se ha ido desarrollando durante milenios.
Cabe preguntarse entonces, ¿si el derecho natural es fuente de una evolución histórica, cuál es la fuente, el origen o el antecedente del derecho natural? En cierto modo es como preguntarnos sobre el origen del Universo, que la ciencia cree que se produjo de un gigantesco estallido primordial, ¿qué había antes? o ¿cómo fue creada esa "singularidad" inicial? Los científicos han tratado de resolver estas interrogantes con hipótesis sobre múltiples universos anteriores que, al chocar o rozarse provocan el estupendo estallido primordial, como si se tratara de una chispa creadora. Pero, ¿cómo surgieron esos múltiples universos anteriores? Es evidente que todas estas hipótesis constituyen un verdadero acto de fe científico porque no son comprobables. ¿En qué se diferencian del acto de fe en una autoridad superior? Con la ventaja de que este acto de fe no se limita a elevarnos intelectualmente, como el que nos proponen los científicos, sino que nos protege del abuso, el hostigamiento y la servidumbre.
Semejante interminable concatenación de razonamientos en busca del origen de todas las cosas sería también el resultado de proponer que el derecho natural, como fuente de los derechos humanos, es un simple producto de la mentalidad humana (la cual es, por supuesto, su instrumento), porque en ese caso los derechos y libertades que dan un cierto grado de coherencia a nuestra civilización dejarían de ser inalienables, inherentes e indivisibles. ¿Es acaso eso lo que queremos para nuestra ya bastante atribulada humanidad? ¿No es preferible aceptar que es una autoridad superior la que nos dicta la obligación de respetarlos y defenderlos?
Jacques Maritain al referirse a los derechos humanos en su libro "El Hombre y el Estado" postula que:
«Es esencial a la ley [a cualquier ley, aclaro] el ser un orden de la razón, y la ley natural o la normalidad de funcionamiento de la naturaleza humana, conocida por vía de conocimiento por inclinación, sólo es ley que obliga en conciencia porque la naturaleza y las inclinaciones de la naturaleza manifiestan un orden de la razón, a saber, de la Razón divina. La ley natural sólo es ley porque es una participación de la Ley eterna.»
Y más adelante, en ese mismo acápite concluye:
(Cap. IV, acápite 4)«Entonces, ¿cómo se pueden reivindicar derechos si no se cree en los valores? Si la afirmación del valor y de la intrínseca dignidad del hombre es un absurdo, la afirmación de los derechos naturales del hombre es un absurdo igualmente.»
Esa realidad perversa que se entroniza cuando descansamos solamente en el razonamiento humano la contemplamos en cómo los "motivos de Estado" o la "seguridad nacional" o el "fundamentalismo islámico" decretan que sus miembros están autorizados, por ejemplo, para ejercer la tortura o para cometer asesinatos en nombre del patriotismo o una pésimamente concebida "libertad". En otras palabras, lo que está en juego es una moral, una ética, histórica. No hay que creer en la divinidad de Jesús y hasta podemos dudar de su existencia histórica, si aceptamos la base fundamental de su doctrina, cuando según los testimonios de Lucas, Mateo y Pablo, respondiendo a cuáles son los mandamientos fundamentales Jesús los resumió así: «Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con todas tus fuerzas, y con toda tu mente; y a tu prójimo como a ti mismo.» (Lc. 10:27)
Si no encontramos una autoridad superior a la cual amar sobre todas las cosas, ¿cómo podemos amar todo lo que existe en este Universo en que vivimos y respetarlo y protegerlo? ¿Cómo podemos amar al prójimo si no nos ata un sentimiento de familia o alguna ambición, conveniencia o atracción física o intelectual? Aunque digamos que lo hacemos por respeto a los derechos de los demás, quedaría a nuestro juicio a cuáles y cómo respetarlos. Y la civilización moderna, esta civilización judeocristiana, se desmoronaría.
Por eso el Jesús histórico es tan importante, porque su existencia nos da un fundamento palpable y su doctrina es entonces reconocible como el fundamento decisivo de la civilización moderna. No hay que creer en El. Basta con practicar los valores que predicó y defender el resultado codificado que hemos logrado en la Carta Internacional de Derechos Humanos y en otros instrumentos regionales y nacionales basados en los mismos principios.
Cuando logremos que los países no se limiten a reconocerlos sino a practicarlos y a defenderlos incondicionalmente, habremos alcanzado el paradigma de paz, armonía, solidaridad y confraternidad que predicó Jesús, el Nazareno, hace 20 siglos.
Last edit: 29 Jan 2018 00:55 by Gerardo E. Martínez-Solanas.
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