El Racismo oculto de China
- Gerardo E. Martínez-Solanas
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El Racismo oculto de China
02 Jul 2015 20:09
Cuando leemos alguna noticia o reportaje sobre China, la información que contiene suele referirse a cuestiones económicas o comerciales y, muy ocasionalmente, a la realidad política que reprime los derechos humanos de sus habitantes. Pero aun en estos casos, el enfoque a las violaciones de los derechos humanos nunca tiene en cuenta una lamentable realidad: el racismo.
La opresión a las minorías étnicas está muy extendida, pero rara vez logra la atención de los medios de comunicación, en su mayoría obsesionados por el aparente éxito del sistema en años recientes. Apenas se sabe ocasionalmente de los abusos que comete el régimen de Beijing contra el pueblo tibetano y los medios noticiosos ni se ocupan de destacar las declaraciones conciliadoras y las propuestas mesuradas del Dalai Lama en su peregrinaje por todo el mundo.
La realidad es que además de la opresión política que sufren todos los que en China no se someten mansamente al sistema totalitario, existe una grave discriminación racial de la dominante etnia Han, no sólo contra las minorías tibetanas sino también contra mongoles, uigures, kazakos y otros grupos, los cuales suman entre todos poco más del 8% de la población China (unos 120 millones).
Estas etnias siguen radicadas en su mayoría en territorios ancestrales que antaño eran suyos pero que han sido anexados forzosamente a China en diversas etapas de su historia. En el caso del Tíbet, tan recientemente como la invasión de 1950 para sojuzgar a ese país pacífico y prácticamente indefenso. Aunque la población de estos territorios es relativamente escasa, pese a la colonización forzosa de la etnia Han, el territorio que ocupaban todos estos pueblos alcanza casi la mitad de la extensión total que la República Popular de China proclama como suya.
Todos estos pueblos son tratados con desdén por la jerarquía comunista Han, son discriminados como ciudadanos de segunda clase y sus tradiciones culturales son desmanteladas premeditadamente, incluyendo la eliminación del uso y la enseñanza de sus lenguas autóctonas.
El ensañamiento contra los tibetanos en particular llega al extremo de negarles hospedaje en hoteles de Beijing y otras ciudades y lugares turísticos. Otras formas de discriminación estructuran en China una nueva versión del apartheid. Además, los grupos étnicos no pueden formar asociaciones que los agrupen por su identidad y los defiendan. Para la mayoría Han, las características culturales de las minorías deben desaparecer en el océano de la sociedad china. Para ellos, se trata de costumbres "primitivas" que serán erradicadas por las políticas "progresistas" de "liberación" chinas.
Ante estas políticas abrumadoras, las minorías étnicas no cuentan con el respaldo de una estructura jurídica que les permita defender sus derechos ni combatir eficazmente la discriminación y otras lamentables medidas racistas. Toda protesta es aplastada por la aplanadora propagandística de un "desarrollo progresista" que provoca la migración de contingentes de la etnia Han hacia los territorios ocupados por las etnias minoritarias, las cuales se ven desplazadas por los burócratas del gobierno central dedicados a tomar el control de todos los aspectos de la sociedad de la región que colonizan. Las minorías se ven desplazadas incluso de los trabajos mejor remunerados ante la invasión de obreros y técnicos Han y se ven en desventaja ante ellos en el mercado laboral por la exigencia de tener que dominar el idioma nacional para poder desempeñar sus funciones y oficios.
La mayoría Han se acomoda en este estrato privilegiado de la sociedad de China sin darse cuenta de que está favoreciendo el sistema de control totalitario que de formas más solapadas afecta también a una enorme proporción de sus semejantes. El progreso del país favorece así a determinados grupos que sostienen el sistema totalitario para mantener sus privilegios. Esto afecta también a la mayoría étnica como lo puede comprobar el investigador curioso cuando se aparta de las grandes ciudades, de los núcleos industriales y de los centros de poder para encontrar amplios segmentos de la población Han que viven también en la pobreza y en el atraso.
Es importante que el mundo se fije un poco más en estos detalles a la hora de aplaudir el éxito aparente de una dictadura. El cacareado "modelo chino" se ha alejado de la cruel ortodoxia maoísta para caer en una nueva versión del férreo sistema vertical del fascismo. La Alemania nazi gozó también de una aparente "prosperidad" antes de estallar la II Guerra Mundial. China comienza ahora a flexionar los músculos de su militarismo con aspiraciones expansionistas que afectan a Japón, Taiwán, Nepal, Filipinas, Malasia y Vietnam. La nomenclatura Han se envanece de pertenecer a una "raza superior" y esto puede llevarlos a tomar decisiones terribles.
La opresión a las minorías étnicas está muy extendida, pero rara vez logra la atención de los medios de comunicación, en su mayoría obsesionados por el aparente éxito del sistema en años recientes. Apenas se sabe ocasionalmente de los abusos que comete el régimen de Beijing contra el pueblo tibetano y los medios noticiosos ni se ocupan de destacar las declaraciones conciliadoras y las propuestas mesuradas del Dalai Lama en su peregrinaje por todo el mundo.
La realidad es que además de la opresión política que sufren todos los que en China no se someten mansamente al sistema totalitario, existe una grave discriminación racial de la dominante etnia Han, no sólo contra las minorías tibetanas sino también contra mongoles, uigures, kazakos y otros grupos, los cuales suman entre todos poco más del 8% de la población China (unos 120 millones).
Estas etnias siguen radicadas en su mayoría en territorios ancestrales que antaño eran suyos pero que han sido anexados forzosamente a China en diversas etapas de su historia. En el caso del Tíbet, tan recientemente como la invasión de 1950 para sojuzgar a ese país pacífico y prácticamente indefenso. Aunque la población de estos territorios es relativamente escasa, pese a la colonización forzosa de la etnia Han, el territorio que ocupaban todos estos pueblos alcanza casi la mitad de la extensión total que la República Popular de China proclama como suya.
Todos estos pueblos son tratados con desdén por la jerarquía comunista Han, son discriminados como ciudadanos de segunda clase y sus tradiciones culturales son desmanteladas premeditadamente, incluyendo la eliminación del uso y la enseñanza de sus lenguas autóctonas.
El ensañamiento contra los tibetanos en particular llega al extremo de negarles hospedaje en hoteles de Beijing y otras ciudades y lugares turísticos. Otras formas de discriminación estructuran en China una nueva versión del apartheid. Además, los grupos étnicos no pueden formar asociaciones que los agrupen por su identidad y los defiendan. Para la mayoría Han, las características culturales de las minorías deben desaparecer en el océano de la sociedad china. Para ellos, se trata de costumbres "primitivas" que serán erradicadas por las políticas "progresistas" de "liberación" chinas.
Ante estas políticas abrumadoras, las minorías étnicas no cuentan con el respaldo de una estructura jurídica que les permita defender sus derechos ni combatir eficazmente la discriminación y otras lamentables medidas racistas. Toda protesta es aplastada por la aplanadora propagandística de un "desarrollo progresista" que provoca la migración de contingentes de la etnia Han hacia los territorios ocupados por las etnias minoritarias, las cuales se ven desplazadas por los burócratas del gobierno central dedicados a tomar el control de todos los aspectos de la sociedad de la región que colonizan. Las minorías se ven desplazadas incluso de los trabajos mejor remunerados ante la invasión de obreros y técnicos Han y se ven en desventaja ante ellos en el mercado laboral por la exigencia de tener que dominar el idioma nacional para poder desempeñar sus funciones y oficios.
La mayoría Han se acomoda en este estrato privilegiado de la sociedad de China sin darse cuenta de que está favoreciendo el sistema de control totalitario que de formas más solapadas afecta también a una enorme proporción de sus semejantes. El progreso del país favorece así a determinados grupos que sostienen el sistema totalitario para mantener sus privilegios. Esto afecta también a la mayoría étnica como lo puede comprobar el investigador curioso cuando se aparta de las grandes ciudades, de los núcleos industriales y de los centros de poder para encontrar amplios segmentos de la población Han que viven también en la pobreza y en el atraso.
Es importante que el mundo se fije un poco más en estos detalles a la hora de aplaudir el éxito aparente de una dictadura. El cacareado "modelo chino" se ha alejado de la cruel ortodoxia maoísta para caer en una nueva versión del férreo sistema vertical del fascismo. La Alemania nazi gozó también de una aparente "prosperidad" antes de estallar la II Guerra Mundial. China comienza ahora a flexionar los músculos de su militarismo con aspiraciones expansionistas que afectan a Japón, Taiwán, Nepal, Filipinas, Malasia y Vietnam. La nomenclatura Han se envanece de pertenecer a una "raza superior" y esto puede llevarlos a tomar decisiones terribles.
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