¡El que no sea racista que levante la mano!

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¡El que no sea racista que levante la mano!

06 Feb 2014 16:06 - 30 May 2014 07:58
#8030
¡El que no sea racista que levante la mano!

En los países que más y mejor conozco, a saber Francia, España, el Reino Unido, Bélgica y los Países Bajos se oye con frecuencia: “Yo no soy racista pero…” Expresión que a menudo traduce cierto hartazgo de la población de estas naciones por la actitud de algunos inmigrantes y de sus descendientes que a veces choca estrepitosamente con la manera de ser y/o con las tradiciones de los autóctonos.
En Francia, por ejemplo, muchos musulmanes solicitan – a veces vehementemente - que en los comedores escolares se sirva carne “halal”, que las niñas tengan dispensa para no ir a clases de educación física, que en las piscinas públicas haya horarios reservados para las mujeres musulmanas, entre otras muchas cosas que los franceses (y otros ciudadanos) de raigambre y estirpe europea no ven con buenos ojos.

Entre los inmigrantes del África Negra es frecuente que haya operaciones bárbaras como la excisión en las hembras, sin que las autoridades puedan hacer nada dado el carácter clandestino de esas salvajadas. Sólo cuando la desafortunada niña muere o cuando hay que llevarla urgentemente a una Casa de Socorros nos enteramos del drama.

Este problema se agudiza y aumenta cada año por la llegada ininterrumpida y masiva de inmigrantes –del Oriente Medio y del subcontinente Indio a Gran Bretaña; y de África del Norte y Sub Sahárica a los otros países citados -. Para evitar incidentes, en casi todos estos países se han dictado leyes que prohíben la “incitación al odio racial” pero son leyes que, según algunos, empiezan a restringir la libertad de expresión.
El resultado de todas las leyes antirracistas y antixenófobas es que hoy, en Francia, muy poca gente se atreverá –para que no lo tilden de racista- a decir públicamente de un argelino (o de un marroquí o de un tunecino) que es un “árabe”: dirá que es un “beur”; o de un negro que es “negro”: dirá que es un “black”. Sin embargo, en el fondo, empieza a estar harto de no sentirse en su propio país.

Podría decirse que la situación se está pudriendo o envenenando peligrosamente. La culpa la tuvo probablemente gente de buenos sentimientos pero de enorme ingenuidad política que veía insultos racistas graves donde no los había y veía también racismo en la condena de algún delincuente de piel un poco oscura .
Cierta dejadez de la Justicia o quizá la incuria, o el miedo a represalias, de algunos jueces que apenas si condenan a dichos delincuentes, ha provocado la cólera de no pocas franjas de la población que tiende a no discernir y en vez de comprender que no todos los de origen extranjero son delincuentes, los considera a todos por igual. Entonces oímos entre amigos: “Ten cuidado con Ahmed, todos los “beurs” son ladrones” o “No te fíes de Mamadú, los “blacks” son todos unos salvajes”.

Hay que añadir que cuando una población, cualquiera que sea y por muy acogedora que fuera, se siente invadida por una etnia extranjera, la nativa se va a sentir incómoda de modo que si , por ejemplo, un francés de origen europeo, al salir de su casa de algún municipio de la Seine Saint-Denis, se cree – a no ser por la arquitectura y por el clima -que está en algún barrio de Argel o de Dakar, es natural que tenga una reacción de rechazo.

Este racismo toma a veces formas hipócritas y muy solapadas: Entre dos ingenieros con títulos equivalentes que solicitan el mismo trabajo pero que uno se llama Mohamed Ben Saíd y el otro Jacques Dupont, le darán el trabajo preferentemente, un gran número de veces, a Jacques Dupont. ¡Sólo por su nombre! Podemos figurarnos la frustración de Mohamed quien se creía que estaba en su país y se ve discriminado por su origen o hasta por el barrio en que vive. No debe extrañarnos que poco a poco también se sienta extranjero en su país de nacimiento y de ciudadanía. Un sentimiento de rebeldía perfectamente comprensible puede nacer en muchos jóvenes tan injustamente discriminados.

El racismo, desafortunadamente, es tan viejo como el mundo. ¿No era el pueblo hebreo el pueblo elegido por Dios y por consiguiente superior a todos los demás?
Los griegos llamaban “bárbaros” a los que no eran griegos y con el tiempo la palabra significó rudo, grosero y violento.
En la antigua Tenochtitlán,Tlacaélel instigó a Izcóatl a capturar en “guerras floridas” a guerreros de tribus no mexicas (¡Hombre! ¡No iba a matar a los de su propio pueblo!) para sacrificarlos a su dios supremo Huitzilopotchli.

En nuestros tiempos en todos los meridianos y latitudes abundan los prejuicios sobre los extranjeros:
Una encantadora joven “cubanoamericana” que tiene la suerte de poder estudiar en un college muy selecto de Massachusetts me contó el pasado mes de junio que se quedó sorprendida cuando algunos de sus compañeros anglos le dijeron que para ellos fue un verdadero descubrimiento ver que los estudiantes “latinos” podían ser tan inteligentes.

Pero los prejuicios no conciernen solo a los extranjeros, también conciernen a nuestros compatriotas si no son como nosotros:
Cuando yo era adolescente, muchas tardes después de las clases iba a jugar a casa de Armandito, uno de mis compañeros que vivía en la calle 17 en El Vedado. Una tarde estaba en mi casa el hijo de la costurera de mi abuela que era un mulatico oscuro y lo llevé a jugar conmigo. Al día siguiente la madre de Armandito me dijo al irme: “Abelardo, que no se te ocurra otra vez traer a un negro a esta casa”.
Pero no fue aquel mi primer contacto con el racismo, no. Yo tuve el gusto de descubrirlo cuando tenía cinco o seis años y vivía con mis padres en una casona de lo que hoy se llama Centro Habana. A consecuencia de unas amigdalitis recurrentes mi pediatra, un médico chino, me recetó unos jarabes y paseos por la orilla del mar. A esos paseos me llevaba una criadita que teníamos en casa quien aprovechaba para citarse con un enamorado suyo mientras yo me entretenía de alguna manera en un parquecito que había cerca del malecón. Un día vi un grupo de cinco o seis negritos que estaban jugando con unas especies de bolos y una pelota, me acerqué y una niña un poco más grande que los demás me preguntó que qué quería. Le contesté que me gustaría jugar con ellos y me contestó tajante y terminantemente, me acuerdo como si fuera ayer: “¡Nosotros no jugamos con blanquitos!”

Esos ejemplos aparte, “en Cuba no había racismo” igual que “en Cuba todo el mundo vivía bien”.

Cuando un amigo en Francia me envió el video de Paul Weston :

democraciaparticipativa.net/no...deos-multimedia.html .

diciéndome que igual valía para Francia, pensé que podría ser un buen tema para el debate. ¿Me equivoqué?
Last edit: 30 May 2014 07:58 by Abelardo Pérez García. Reason: modificación de la puesta en página
  • Gerardo E. Martínez-Solanas
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Re: ¡El que no sea racista que levante la mano!

28 May 2014 22:02
#8166
¿Cuál es la causa de la xenofobia? Por regla general, es el miedo. Un miedo a perder el control de nuestra casa, de la sociedad como la tenemos estructurada o de nuestra propia vida como estamos acostumbrados a vivirla.

Evidentemente, este miedo es provocado por la inmigracón desordenada. Una verdadera "invasión" que amenza nuestro estilo de vida, nuestros principios, nuestras características culturales.

Cuando esto no sucede, porque la inmigración se realiza con orden, la reacción del país anfitrión y de su gente suele ser benévola y acogedora. En realidad, el extranjero siempre despierta curiosidad y encontramos en él elementos culturales que nos enriquecen y apreciamos su voluntad de integrarse a la sociedad en la que vivimos y a colaborar en su progreso. El extranjero suele ser atractivo cuando las circunstancias no nos lo presentan como una amenaza.

El ser humano es territorial, como casi todos los animales. Por eso uno de los derechos fundamentales que defendemos es el derecho a la propiedad. Esperamos que se nos respete en el ámbito de lo que poseemos. Esto empieza por la vivienda, se amplía al barrio y a la comunidad en la que nos desenvolvemos y cristaliza en el territorio de un país del que formamos parte. Ese territorio se convierte así en nuestra casa grande.

Evidentemente, a nuestra casa queremos que entren los que son invitados. A veces por amistad, otras veces por interés y algunas veces por compasión. Por compasión podemos abrir los brazos de la hospitalidad. Pero no podemos aceptar que alguien se meta a la fuerza en nuestra casa porque estamos "obligados" a esa compasión.

Cuando los que invaden nuestra casa son de otras razas, es muy humano que se cultiven los prejuicios que generalizan la reacción frente al desorden. Pero esos prejuicios no son racismo sino una reacción que a veces, desgraciadamente, alcanza niveles irracionales y puede dar lugar a acciones crueles.

Son conflictos producto del desorden. Soy emigrante e inmigrante; por lo tanto, nadie puede tacharme de intolerancia migratoria. Tampoco de racismo, porque nunca he discriminado ni hecho daño a hermanos de otras razas. Pero mis aventuras migratorias las hice siempre con orden y respetando las leyes del país que me acogía. Así me gané el respeto de las sociedades que generosamente me acogieron: las de Argentina y de Estados Unidos.
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