Este año 2022 pasará a la historia como otro año en que la inflación del IPC en Cuba alcanzará niveles insostenibles. Ya lo hizo en 2021, el año de la tarea ordenamiento, pero en el curso del último, las tensiones en los precios han vuelto a causar estragos. Tal es la situación que los dirigentes no ocultan a los cubanos los datos, que se publican todos los meses en la ONEI y en la prensa estatal. La mayoría de los analistas y observadores de la economía cubana coinciden en el diagnóstico. No es posible avanzar con una inflación elevada, y que, o se afronta este fenómeno con medidas adecuadas, o la situación puede acabar siendo mucho peor.
Al drama de la inflación en la economía cubana, se añade otro problema importante. Tras haber superado la recesión que se instaló a partir del segundo semestre de 2019 y se extendió prácticamente hasta el tercero de 2021, ahora la economía cubana ha entrado en una fase de bajo crecimiento o estancamiento. El año pasado el PIB creció un 1,3% este año no va a superar el 2%. Todo ello apunta a un nuevo escenario de estanflación, estancamiento e inflación, que es uno de los males más graves que pueden afectar a una economía precaria, como la cubana.
La estanflación, a diferencia de la recesión, no arrastra caídas del PIB, sino bajos crecimientos que casi estancan la economía entre dos trimestres consecutivos y todo ello va acompañado de aumentos de la inflación o tasas elevadas que se resisten a bajar. De modo que, habiendo dejado atrás el episodio de recesión, la economía cubana se adentra en un escenario desconocido para los dirigentes comunistas, dominado por la estanflación.
Y como se trata de dos objetivos contradictorios, no es posible intentar reducir la inflación si no se acepta menor crecimiento, y viceversa, solo se puede salir del estancamiento aceptando precios en aumento. Lo uno o lo otro. Los dos objetivos no pueden lograrse de forma simultánea. Es decir, pese a haber dejado atrás la recesión, la economía cubana prolongará en el tiempo un proceso inflacionista que empobrece a todos y de forma más intensa a los colectivos más vulnerables.
La inflación que golpea a la economía cubana tiene un origen y un proceso de desarrollo bien conocido por todos. El origen fue provocado por las medidas adoptadas en la llamada “tarea ordenamiento”, el programa económico que se adoptó por obediencia a las consignas partidistas, pese a que todos los analistas destacaban su diseño fallido que devino en un fracaso aún mayor en la implementación. Los precios a lo largo de 2021 llegaron a crecer un 72% en tasa interanual, manteniéndose altos desde entonces, de modo que la actual subida de precios ya se encuentra motivada por otros factores no menos importantes, como la guerra en Ucrania, los aumentos de precios de materias primas, y fletes, etc.
En el caso de Cuba, incluso tomando en consideración todos estos factores externos, conviene tener en cuenta que existe un origen del proceso inflacionista que complica notablemente su corrección. Y este no es otro que el descontrol del gasto público, el déficit y el endeudamiento desde 2020, que las autoridades no han podido consolidar después. La expansión fiscal, financiada con bonos soberanos colocados en la banca estatal por el régimen, actúa como una bomba de crecimiento del dinero en circulación, que ha llevado al peso cubano a una cotización muy baja, histórica, en los mercados informales de cambios.
La inflación cubana actual tiene un componente monetario que viene intensificándose desde 2020 con la impresión masiva de numerario para atender primero, las urgencias de la pandemia y después la unificación del CUC con el CUP. La colocación obligatoria de los bonos en los bancos se ha producido a cambio de dinero de nueva creación en pesos cubanos. Visto desde esta perspectiva la espiral de inflación en Cuba tiene poco que ver con la guerra o los precios de los fletes. Es un asunto de descontrol interno.
La generación de dinero por el régimen ha inundado de billetes de pesos cubanos la economía durante los últimos años. La compra de bonos por los bancos ha sido una solución a corto plazo para financiar excesos del gobierno, pero ha acabado generando deuda y alguien la tiene que asumir. El déficit público cubano se cronifica en tanto que el nivel de endeudamiento se sitúa dos dígitos en términos de PIB.
La acción del régimen comunista, inundando de dinero en pesos cubanos al sistema nacional, hace que los precios de los productos y servicios se disparen al alza y la expansión del gasto público se encargue del resto. El nuevo dinero en manos del público (Cuba presenta una de las tasas más elevadas del mundo del dinero en términos de PIB) y de determinados colectivos provoca un exceso de liquidez y despilfarro hacia programas públicos que, en condiciones diferentes, jamás habrían sido financiados.
Los cubanos van a sufrir en 2023 un escenario de inflación disparada y un Banco central que continuará haciendo dejación de sus funciones, al no ser capaz de afrontar con medidas de política monetaria (como hacen otros países) la tendencia imparable de los precios. Esto significa que los tipos de interés no se van a utilizar para tratar de frenar la escalada de precios y lo más probable es que se sigan aplicando retiradas cuantitativas de dinero lo que puede acabar provocando la temida recesión. Se podría pensar que se trata de un ajuste necesario, y que solo por medio de austeridad o responsabilidad fiscal es como se puede salir del círculo vicioso en que se encuentra la economía cubana.
Y, en realidad, cabría pensar que esa recesión o frenazo de la economía sería un escenario mucho mejor para todos que una continua elevación de precios como la actual. En todo caso, el régimen tendrá que tomar partido y fijar prioridades, y esto es igualmente una novedad, asumiendo que el escenario de recesión generará el empobrecimiento de unos sectores en lugar del masivo que genera la inflación. La recesión sería la medicina eficaz para corregir la inflación. La única. Los precios se podrían corregir por sí solos si la recesión provoca un descenso de la demanda y un ajuste en producción, al constatar los agentes económicos que no hay tanto dinero y los consumidores se empobrecen con el paso de los meses.
Se podría pensar que este ajuste está ocurriendo ya. Pero no es así. Dada la cantidad de bienes y servicios que los cubanos reciben del estado, bien porque se producen de forma directa por este, o porque se subsidian con cargo al presupuesto estatal, no cabe esperar una reducción de las entregas más allá de los límites actuales, ya de por sí reducidos. Los cubanos para consumir se han visto obligados a cambiar sus hábitos de consumo buscando en los mercados informales lo que precisan, y aquellos con acceso a remesas, a las tiendas en MLC más y mejor surtidas. La cuestión es que tanto en un caso, como en otro, la percepción que se tiene es de menor poder adquisitivo por la subida de precios, una mayor incertidumbre o simplemente que hay personas que no pueden pagar los precios de determinados productos, porque no pueden. La ausencia de competencia obliga a dejar sin efecto el mecanismo individual de libre elección, ausente en la economía cubana desde 1962 cuando entró en vigor la desdichada libreta de racionamiento.
En tales condiciones, en 2023 debido a la inflación, muchas empresas intentarán mantener precios elevados, y, de hecho, algunas lo conseguirán mientras que otras se verán obligados a frenar su producción ante la falta de demanda. Los trabajadores de estas últimas empresas no querrán aceptar rebajas de sus salarios, lo que puede complicar la solvencia empresarial de muchas empresas. La conclusión es que el escenario se presenta como resultado de decisiones de las autoridades económicas, y que, visto en perspectiva, podría haberse evitado. Y lo peor de todo es que cuanto más tiempo se retrase el ajuste, o la entrada en recesión, más grave será la situación, y el ajuste a realizar tendrá que ser mucho más intenso y con costes sociales mayores.
Esto significa que el escenario de 2023 no debe albergar optimismo, porque no van a ocurrir milagros. Desde el régimen se ha lanzado un mensaje que reconoce el fracaso de 2022 y, alimenta la idea de mejoras en 2023. Nada de eso tendrá lugar. La situación será cada vez más comprometida y las tensiones en los precios tendrán menor relación con los acontecimientos internacionales.
Ya se ha señalado que la política económica debe plantear un ajuste a muy corto plazo para frenar los precios. Pero el problema es que, para lograr ese objetivo, hay que asumir menor actividad económica, descenso de la oferta y mayores tensiones de precios. Y si el frenazo se mantiene durante más tiempo, entonces las previsiones serán mucho peores porque los cubanos serán también más pobres. Elegir y fijar prioridades por parte del régimen no admite dilación.