PRIMERO DE MAYO. Día internacional de los Trabajadores

El Primero de Mayo se conmemora el Día de los Trabajadores en la mayoría de los países del planeta. Ese día es una jornada reivindicativa de los derechos sociales y laborales de los trabajadores, y de homenaje a los Mártires de Chicago, sindicalistas que fueron ejecutados en los Estados Unidos por demandar y exigir una jornada laboral de ocho horas, en una huelga iniciada el 1 de mayo de 1886.

El contexto.

A finales del Siglo XIX la situación de los trabajadores en el mundo entero era muy difícil y la ciudad de Chicago era una de las más prósperas de los Estados Unidos. Miles de trabajadores desocupados del resto del país, así como inmigrantes europeos, llegaban a Chicago en busca de trabajo y mejorar sus condiciones de vida.

Martires del Primero de Mayo

Nadie mejor que José Martí, patriota cubano que vivió mucho tiempo exiliado en los Estados Unidos, que para la época trabajaba como corresponsal en Chicago para el periódico argentino La Nación, escribió en 1882: “Estamos en plena lucha de Capitalismo y Obreros. Para los primeros son el crédito en los bancos, las esperas de los acreedores, los plazos de los vendedores, las cuentas de fin de año. Para los obreros es la cuenta diaria, la necesidad urgente e inaplazable, la mujer y el hijo que comen por la tarde lo que el pobre ganó para ellos por la mañana; y el capitalista holgado constriñe al pobre obrero a trabajar a precio de miseria.

Todos hoy, italianos, alemanes y judíos rusos abrazados fraternalmente por las calles y acudiendo a reuniones entusiastas en que se hablan a la par todas las lenguas, demandan a las compañías de ferrocarril, que hace poco aumentaron sin pretexto los precios de la carga, un nuevo sueldo y nuevas garantías…” Las jornadas laborales existentes eran de 14,16 y de 18 horas diarias. Existía una ley que prohibía trabajar más de 18 horas, pero… “salvo caso de necesidad”. Así, los trabajadores se integraban a su trabajo a las 5 de la mañana y no regresaban a sus casas hasta las 8 ó 9 de la noche, por lo que apenas podían compartir con su mujer e hijos.

 

Las principales reivindicaciones de los trabajadores era hacer valer la máxima de “ocho horas de trabajo, ocho horas para la familia y recreación, y ocho horas descanso”. En octubre de 1884, la American Federation of Labor (Federación Estadounidense del Trabajo), en su IV Congreso aprobó una moción demandando que desde el 1 de mayo de 1886 la jornada de trabajo tenía que ser de ocho horas e instó a todas las uniones (sindicatos) de hacer convenios en sus fábricas para lograrlo, de lo contrario, irían a la huelga.

Este planteamiento resultó de mucho interés y motivación para todos los trabajadores, ya que además de mejorar su condición laboral, se incrementarían los puestos de trabajo al tener sólo ocho horas labor. Debido a la presión de los trabajadores y por la amenaza a huelga, en 19 Estados de la Unión se promulgaron leyes con jornadas de 8 y 10 horas de trabajo, aunque con algunas cláusulas para poder ampliarlas desde 14 a 18 horas. Muchas fábricas incumplían estas leyes y eran apoyadas por la prensa reaccionaria local.

Las uniones y organizaciones de trabajadores continuaron movilizándose y exigiendo sus demandas. La empresa McCORNICK en la ciudad de Chicago había despedido a 1,400 trabajadores y el resto de sus trabajadores fueron a la huelga.

1 de mayo de 1886

El sábado 1 de mayo de 1886, dando cumplimiento a la propuesta de la American Federation of Labor en su IV Congreso, más de 20,000 trabajadores fueron a la huelga reclamando la jornada laboral de 8 horas. En Wilkewee se realizó una huelga general donde la policía mató a 9 trabajadores. En Louisville, Filadelfia, San Luis, Baltimore se produjeron enfrentamientos entre policías y trabajadores, pero lo hechos ocurridos en Chicago fueron los que tuvieron mayor repercusión. Al calor de estos acontecimientos, surgió como líder el alemán, anarquista, August Spies, director del periódico Arbeiter Zeitung (Periódico de los Trabajadores).

La prensa reaccionaria no se quedó callada. El periódico New York Times decía: “Las huelgas para obligar el cumplimiento de la jornada de ocho horas pueden hacer mucho para paralizar la industria, disminuir el comercio y frenar la renaciente prosperidad del país, pero no podrán lograr su objetivo”. Otro periódico, el Philadelphia Telegram escribió: “El elemento laboral ha sido picado por una especie de tarántula universal, se ha vuelto loco de remate…”

En Chicago las movilizaciones duraron dos días más. El 2 de mayo la policía disolvió de forma violenta una manifestación de más de 50,000 personas. El 3 de mayo se realizó una concentración frente a las puertas de la empresa McCormick que se mantenía produciendo con “rompehuelgas”. El anarquista August Spies fue el orador principal del acto. Mientras realizaba su discurso, sonó la sirena que indicaba la finalización del horario de trabajo de la fábrica. Cuando los rompehuelgas comenzaron a salir, los trabajadores de la concentración se lanzaron sobre ellos desarrollándose una feroz batalla campal. La policía privada empresarial, sin previo aviso, comenzó a disparar a quemarropa sobre los manifestantes, dejando un saldo de seis muertos y decenas de heridos. Esa misma noche, Spies imprimió un volante que decía:

“VENGANZA, LOS TRABAJADORES A LAS ARMAS” “Los amos han soltado a los sabuesos: la policía. Mataron a esos pobres, porque ellos, al igual que ustedes, tuvieron el valor de desobedecer la voluntad suprema de sus patronos. Los mataron porque osaron pedir que se acortaran las horas de trabajo. Si ustedes son hombres, si son hijos de los grandes que los engendraron y que derramaron su sangre para liberarlos, se levantarán con toda la fuerza de Hércules y destruirán el odioso monstruo que trata de destruirlos.

A las armas. ¡A las armas!”

El periodista Adolph Fischer, también redactó una proclama (que luego fue utilizada como principal prueba acusatoria en el juicio que le llevó a la horca) que decía:

      “Trabajadores: la guerra de clases ha comenzado. Ayer, frente a la fábrica McCormik, se fusiló a los obreros. ¡Su sangre pide venganza! ¿Quién podrá dudar ya que los chacales que nos gobiernan están ávidos de sangre trabajadora? Pero los trabajadores no son un rebaño de carneros. ¡Al terror blanco respondamos con el terror rojo! Es preferible la muerte que la miseria. Si se fusila a los trabajadores, respondamos de tal manera que los amos lo recuerden por mucho tiempo. Es la necesidad lo que nos hace gritar: ¡A las armas! Ayer, las mujeres y los hijos de los pobres lloraban a sus maridos y a sus padres fusilados, en tanto que en los palacios de los ricos se llenaban vasos de vino costosos y se bebía a la salud de los bandidos del orden... ¡Secad vuestras lágrimas, los que sufrís! ¡Tened coraje, esclavos! ¡Levantaos!” La proclama terminaba convocando un acto de protesta para el día siguiente, el 4 de mayo, en la plaza Haymarket

Los acontecimientos en la Plaza Haymarket

Ese día los anarquistas convocaron a una manifestación de repudio por los trabajadores asesinados, en el Haymarket Square. Habían obtenido el permiso de las autoridades para realizar el acto. Esa mañana apareció otro volante de Spies que decía:

         “La guerra de clases ha comenzado. ¡Su sangre pide venganza! Si se fusila a los trabajadores, respondamos de tal manera que nuestros amos lo recuerden por mucho tiempo. Es la necesidad la que nos hace gritar: !A las armas!. ¡A las armas!”

El alcalde de Chicago asistió al acto con 180 policías para garantizar que el acto se desarrollara pacíficamente. Los oradores del acto serían el alemán Spies, el norteamericano Albert R. Pearson y el inglés Samuel Fielden, pero al poco rato de iniciar el acto, comenzó a llover y la mayoría de los manifestantes y oradores comenzaron a retirarse.

La policía, encabezada por el inspector John Bonifield, quiso disolver la manifestación, pero varios de los organizadores dijeron que tenían permiso y que todavía el acto no había concluido. De pronto una bomba casera fue lanzada contra la policía que provocó la muerte de un policía y varios heridos. La policía reaccionó violentamente abriendo fuego contra los manifestantes, dejando un saldo de 38 trabajadores muertos y más de 200 heridos.

La ciudad fue declarada en estado de sitio. Cientos de obreros, la mayoría de sus dirigentes y ciudadanos en general fueron detenidos y torturados. Se ordenó el arresto de los organizadores de la manifestación: los alemanes Auguste Spies, George Engel, Adolph Fisher, Louis Lingg y Michael Schawab; los norteamericanos Albert Pearson y Oscar Neebe, y el inglés Samuel Fielden.

La prensa reaccionaria apoyó estos hechos con una campaña con citas como estas:

        “Qué mejores sospechosos que la plana mayor de los anarquistas ¡A la horca los brutos asesinos, rufianes rojos comunistas, monstruos sanguinarios, fabricantes de bombas, gentuza que no son otra cosa que el rezago de Europa que buscó nuestras costas para abusar de nuestra hospitalidad y desafiar a la autoridad de nuestra nación, y que en todos estos años no han hecho otra cosa que proclamar doctrinas sediciosas y peligrosas!”

La Prensa reclamaba a la Suprema Corte un juicio sumario responsabilizando a ocho anarquistas y a todas las figuras prominentes del movimiento obrero, de los hechos acontecidos. EL Juicio El juicio comenzó el 21 de junio contra treinta y uno de los implicados. Como Juez Actuante fue nombrado Joseph E. Gary, Julisu Grinner como Fiscal y Sigmund Zeller como representante de los acusados. La mayoría de los doce miembros del Jurado fueron nombrado por el Fiscal, todos contrarios a los intereses de los obreros.

El juicio se caracterizó por muchas irregularidades, violándose todas las normas procesales, tanto de forma como de fondo. Tal fue el caso que uno de los acusados, el periodista norteamericano Albert Parsons demostró que no estuvo presente en el lugar el día de los hechos, pero igualmente fue juzgado y condenado. Al transcurrir de los años se comprobó las irregularidades el juicio y fue calificado como “juicio farsa”. De los treinta y uno de los implicados inicialmente, fueron juzgados ocho y el 11 de agosto, el Fiscal Grinner pidió al jurado que declararan culpable a los acusados y condenados a la horca para “salvar a nuestras instituciones y a nuestra sociedad”.

Los condenados

El 28 de agosto el Jurado dictó su veredicto, condenando a muerte a los acusados:

  El alemán George Engel, de oficio tipógrafo.

  Adolph Fischer, alemán, de profesión periodista. 

  August Vincent Theodore Spies, periodista, alemán.

  Albert Parsons, estadounidense y periodista de profesión. 

  Louis Lingg, alemán, de oficio carpintero,

  Samuel Fielden, inglés, pastor metodista y obrero textil,

  Michael Schwab, alemán, tipógrafo

  Y el estadounidense Oscar Neebe, condenado a quince años de prisión.

 Los abogados de los acusados apelaron ante la Suprema Corte del Estado de Illinois, pero en septiembre de 1887 se confirmó la decisión del Juez. Posteriormente, las penas de muerte para Samuel Fielden y Michael Schawab fueron cambiadas por la cadena perpetua.

El 14 de noviembre de 1887 fue el día de la ejecución de August Spies, Adolph Fisher, George Engel y Albert Pearson. Louis Lingg se había suicidado en su celda para no ser ejecutado. Camino al patíbulo Spiez gritó: “Tiempo llegará en que nuestro silencia será más poderoso que las voces que hoy ustedes estrangulan”

José Martí, como corresponsal del periódico argentino La Nación, escribió:

       “...Salen de sus celdas. Se dan la mano, sonríen. Les leen la sentencia, les sujetan las manos por la espalda con esposas, le ciñen los brazos al cuerpo con una faja de cuero y les ponen una mortaja blanca como la túnica de los catecúmenos cristianos. Abajo está la concurrencia, sentada en hilera de sillas delante del cadalso como en un teatro... Firmeza en el rostro de Fischer, plegaria en el de Spies, orgullo en el de Parsons. Engel hace un chiste a propósito de su capucha, Spies grita: «la voz que vais a sofocar será más poderosa en el futuro que cuantas palabras pudiera yo decir ahora». Les bajan las capuchas, luego una seña, un ruido, la trampa cede, los cuatro cuerpos caen y se balancean en una danza espantable...”

Los otros tres condenados guardaron prisión hasta el 26 de julio de 1893, cuando John Peter Atlgeld, gobernador del Estado de Illinois, después de haber estudiado el caso y comprobar las injusticias cometidas en el juicio, les otorgó el perdón. Fueron muchos los trabajadores que murieron en los sucesos de Chicago y miles de ellos, la mayoría inmigrantes europeos, fueron despedidos de sus trabajos, detenidos, heridos de bala o torturados.

 Repercusión mundial del 1 de mayo de 1886

Después de los sucesos ocurridos en los Estados Unidos, principalmente en Chicago, la II Internacional intentó convertir el 1 de mayo en un día festivo para los trabajadores y reivindicar la reducción de la jornada de trabajo a ocho horas. Así, reunida en 1904 en la Ámsterdam pidió a “…todos los partidos, sindicatos y organizaciones socialdemócratas luchar energéticamente en el Primero de Mayo para lograr el establecimiento legal de la jornada de ocho horas y que se cumplieran las demandas del proletariado para conseguir la paz universal”. Al mismo tiempo promulgó “…obligatoria a las organizaciones proletarias de todos los países dejar de trabajar el 1 de mayo, siempre que fuera posible y sin perjuicios para los trabajadores”. Acogiendo este llamado, las organizaciones de los trabajadores de muchos países comenzaron una lucha por logar que el 1 de mayo fuera declarado oficialmente día festivo para los trabajadores.

Después de la Segunda Guerra Mundial, hubo un nuevo impulso en declarar festivo el 1 de mayo como Día Internacional de los Trabajadores, ya que fue acogido por los países socialistas. En el resto de los países europeos y de Latinoamérica también se fue logrando el feriado del 1 de mayo, por la lucha de los trabajadores y la influencia de los partidos de izquierda. La celebración del 1 de mayo en los países socialistas, se caracterizó por la realización de grandes desfiles militares y manifestaciones de apoyo a las medidas del partido comunista, En los países no socialistas, los trabajadores expresaban sus demandas y reclamo laborales, terminando muchas veces en disturbios, enfrentamientos con la policía y en ocasiones en puras masacres de los trabajadores.

En 1954, el Papa Pío XII declaró el 1 de mayo como la festividad de San José Obrero, vinculando a San José, padre terrenal de Jesús, como Patrón de los Trabajadores, añadiendo un nuevo concepto de obreros católicos a ese día, con reivindicaciones sociales y fe, para contrarrestar los métodos e ideas de organizaciones comunistas, que eran las que predominaban en la época.

Hay países, como en los Estados Unidos, Canadá, Nueva Zelandia, Australia y países de colonización británica, que no festejan el Día de los Trabajadores, sino que han declarado el “Día del Trabajo” y lo festejan en fechas diferentes al 1 de mayo.

En el siglo XXI. '

 Al inicio del siglo XXI los medios de comunicación de la mayoría de los países, comenzaron a nombrar al Día Internacional de los Trabajadores como “Día del Trabajo”, y realizan una campaña publicitaria incentivando la población al ocio y disfrute del descanso feriado, para desvincular la celebración de su origen conmemorativo y reivindicativo. Los trabajadores no debemos olvidar los acontecimientos que ocurrieron en Chicago, y cada Primero de Mayo asumir el compromiso de defender nuestros derechos y libertades como trabajador, así como el reconocimiento a los “Mártires de Chicago”.

Bibliografía:

  • Primero de Mayo. Wikipedia.
  •  Los Mártires de Chicago. J. Gómez Cerda.
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