¿Son las religiones responsables de las guerras, el terrorismo y el odio?

Cada vez es más frecuente que nos topemos con noticias, reportajes televisivos, artículos, ensayos y hasta libros que pretenden demostrar la influencia nefasta de las guerras, el fundamentalismo y la intolerancia que han promovido las religiones a través de la historia. Con ese propósito de inculcar un falso escenario histórico, me recomendaron hace poco que leyera un artículo publicado en la WEB, titulado “La violencia religiosa: miles de muertos en el nombre de Dios”, el cual comienza con estas terribles afirmaciones: «La fe fanática no solo mueve montañas: arma ejércitos, promueve el odio y encuentra en otro mundo las razones para desdeñar la vida humana en éste. El resultado es escalofriante: el supuesto mandato divino es una de las principales causas de muerte en el planeta

Pese a este comienzo tan lapidario, el resto del artículo, en su mayor parte, está centrado, es equilibrado y destaca bastante acertadamente el factor de la ambición de poder que subyace en estos episodios de barbarie fundamentalista que provoca las mal llamadas "guerras de religión".  El lector interesado en informarse y profundizar más sobre este tema, encontrará en "El Cristianismo en la Historia; sus Luces y sus Sombras" todo un acápite de cinco páginas dedicado a "La Lucha por el Poder" y a lo largo del libro hay repetidas alusiones, referencias y argumentos que desenmascaran el presunto fervor religioso como un instrumento constantemente utilizado por líderes ambiciosos para exacerbar el odio y la agresividad contra los que piensan distinto o tienen otras creencias. Es la estrategia tan socorrida de dictadores, tiranos, monarcas y emperadores a través de toda la historia para aplastar toda posibilidad de oposición o discrepancia con la política que los entroniza.

Esta realidad histórica llega a ser tan evidente a veces, como en los casos de las "guerras de religión" entre católicos y cátaros o albigenses, que estallaron en el siglo XIII a raíz del asesinato del delegado papal (en representación de Inocencio III) a manos de un escudero al servicio de Raimundo VI de Tolosa, cuando aquel delegado intentaba una misión mediadora y conciliadora entre ambos bandos.  Es evidente que los protagonistas fueron movidos por la ambición en vista de lo acontecido, cuando Raimundo, que hasta entonces era reconocido como "protector" de los albigenses, con tal de conservar su liderazgo indiscutible de la nobleza occitana, se pasó al otro bando y sumó sus tropas posteriormente al ejército que los combatía.

Lo mismo ocurrió en aquel aciago episodio que puso fin con extremada violencia a la Orden de los Templarios. Así vemos cómo Felipe el Hermoso eliminó físicamente y sin miramientos a dos Papas que no se doblegaban a sus ambiciones, hasta que encontró a un hombre débil, Clemente V, elegido por los cardenales de entonces, muchos de ellos de extracción nobiliaria al servicio de Felipe y otros reyes de la época, quien convocó al Concilio de Viena con ese lamentable propósito tan pronto asumió el pontificado y en sumisión obsecuente frente a tan poderoso monarca.

La historia nos demuestra abundantemente que las ambiciones de monarcas y príncipes relegaban constantemente la fe y los principios religiosos a un segundo plano, incluso cuando se proclamaban católicos practicantes, como fue el caso del Carlos V, Rey de España y Emperador del Sacro Imperio, quien, ante los obstáculos a su ambición que le imponía el Sumo Pontífice, invadió los Estados Papales en 1527 utilizando en su mayoría a luteranos en las tropas invasoras, los cuales procedieron a someter a la Ciudad Santa a un brutal saqueo que se extendió durante toda una semana. La historia nombra esta acción como "El Saqueo de Roma", durante el cual el Papa Clemente VII tuvo que refugiarse en el Castillo de Sant'Angelo mientras la ciudad era destruida por las turbas armadas.

Los lectores del libro mencionado podrán comprobar que estas historias de intrigas motivadas por la ambición de poder se repiten a través de muchos episodios analizados en sus páginas. Igual sucede en nuestros días.  En Bosnia vivían cristianos y musulmanes armoniosamente y a veces estrechando verdaderos lazos de amistad, hasta que surgieron líderes que se arroparon en una capa religiosa para arrastrar a unos y otros a una guerra civil fratricida en la que los antiguos amigos se convertían en crueles enemigos. Hoy día lo vemos en los ayatolas que aspiran a un imperio chiíta en el Oriente Medio y fomentan el terrorismo y la guerra religiosa, no sólo contra el "satán" judío, sino también contra sus hermanos musulmanes que, catalogados con las etiquetas de "sunitas" o "wahabitas", son un obstáculo a sus ambiciones de poder. El hecho de que Estados Unidos intervenga, con notable torpeza desde el descalabro que tuvo lugar durante la administración del Presidente Carter, para evitar el genocidio que se produciría con el triunfo iraní en la región, lo ha convertido por milagro de la propaganda globalizada en el "gran satán", por lo cual, todos nosotros, tanto justos como pecadores, somos "infieles culpables" a los que hay que dar duro y sin compasión mediante la estrategia del terrorismo.

Ese es el mundo en que vivimos hoy, donde, además, el partidismo se está convirtiendo en una especie de religión secular que fomenta el odio contra los ahora "enemigos" políticos de los otros partidos. El consenso democrático que se apuntalaba en un Estado de derecho está siendo defenestrado por quienes no son capaces de aceptar derrotas en política y está siendo pisoteado por manifestantes que salen a destruir con notable violencia la estabilidad de un orden basado en las leyes y en los procesos electorales. Es la estrategia del desorden para hacer que se derrumben los sistemas democráticos, provocando así la reacción defensiva de los gobiernos hasta que prime la violencia por ambas partes que justifique la sublevación y la erradicación de un régimen legítimamente constituido.

En vista de todo lo señalado en párrafos anteriores y pese a que reconozco bastante equilibrado el artículo que me recomendaron que leyera (ver su título en el primer párrafo), hay una justa discrepancia con dos de sus argumentos que merecen rebatirse. Dice: "Si hay algo que demuestra este estudio y otros, es que no hay religiones libres de practicar o padecer la violencia", lo cual es falso, porque no es "la religión" la que practica o padece la violencia, sino las personas que la promueven para lograr sus objetivos ambiciosos y malvados.

En el caso del Cristianismo, basta leer y analizar las palabras de Jesús para comprobar que su doctrina está muy lejos de los hechos que son producto del orgullo de los hombres. Su mensaje era: «El que dice que está en la luz, y aborrece a su hermano, está todavía en tinieblas. El que ama a su hermano, permanece en la luz, y en él no hay tropiezo. Pero el que aborrece a su hermano está en tinieblas, y anda en tinieblas, y no sabe a dónde va, porque las tinieblas le han cegado los ojos.» (En hebreo antiguo o también en arameo, se llamaba "hermano" a los parientes y, entre los cristianos, al prójimo). Y el Apóstol Juan recalca: «El que dice: Yo le conozco (refiriéndose a Jesús), y no guarda sus mandamientos, el tal es mentiroso, y la verdad no está en él; pero el que guarda su palabra, en éste verdaderamente el amor de Dios se ha perfeccionado; por esto sabemos que estamos en él. El que dice que permanece en él, debe andar como él anduvo.» Y cuando le preguntaron a Jesús, "Maestro, ¿cuál es el principal mandamiento de la Ley? Él respondió: Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón y con toda tu alma y con toda tu mente. El segundo es semejante a éste: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. De estos dos mandamientos pende toda la Ley y los profetas". Y así es, efectivamente, porque si fuéramos capaces de amar al prójimo, aunque haya discrepancias, enfados o rivalidades, no habría lugar para la guerra ni la violencia.  Y si amaramos a Dios sobre todas las cosas, el resultado sería que amaríamos sin reservas a TODA su Creación y nos sentiríamos responsables de respetarla y protegerla, no sólo para mí y mis hermanos (o parientes o prójimos) sino para toda nuestra descendencia, sin distinciones por raza, religión, etc.

También dice ese artículo que me recomendaron leer que esta situación "parece estar agudizada porque una de las consecuencias de la globalización es el aumento en los desplazamientos humanos y la reivindicación de las identidades locales, lo que produce tensiones y desafíos a la tolerancia en todas partes." Pero no es culpa de la globalización sino de la intolerancia y el odio que fomentan los poderosos que quieren más poder y de los tantísimos gobernantes corruptos y delincuentes que llevan a sus países a la miseria y a veces a su estrepitoso derrumbe, como lo que estamos contemplando en Venezuela, Nicaragua y otros países sumidos en el caos por dictaduras que presumen de “progresistas”.

Lamentablemente, la violencia, el terrorismo, la agresión y el odio no se resuelven con una respuesta de mansedumbre. Jesús predicó la mansedumbre y, de hecho, los Cristianos de los primeros siglos la practicaron hasta que conquistaron con su ejemplo de sacrificio y santidad a todo un Imperio. Empero, estos son otros tiempos en los que no se trata de un Impero que persigue en su interior a quienes aspiran a un mundo mejor, sino de fuerzas que desde el exterior de las democracias tratan de socavarlas y rendirlas por la penetración ideológica y el agotamiento. En la doctrina cristiana también está permitido defender al caído, al abusado, al sojuzgado. Y por tanto, tenemos una obligación moral de acudir al rescate de los oprimidos en cualquier lugar del mundo donde estén sufriendo las consecuencias de esta implacable ambición de poder omnipresente a través de toda la historia.

Si volvemos las espaldas a las víctimas, no estaremos evitando las guerras ni la violencia que se está esparciendo por doquier. Estaremos simplemente abriéndole las puertas de par en par a la iniquidad.

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