Las ominosas profecías de George Orwell se están cumpliendo

«1984» es uno de los libros más famosos de la historia. El año 1984 llegó y se fue, pero la visión profética y de pesadilla que George Orwell proyecta desde 1949 en este libro sobre el mundo amenazadoramente cambiante que se estaba avecinando, resulta más actual que nunca en este siglo que proclama con notable fanatismo el "cambio" y "más cambios" en busca de una utópica panacea.

«1984» sigue siendo el gran clásico moderno de la "utopía negativa", esa ahora llamada "cancel culture" o cultura de la cancelación que define el fenómeno cada vez más extendido de retirar el apoyo moral y financiero, o incluso digital y social, a personas u organizaciones que los grandes centros de poder financiero o político consideran inadmisibles o "deplorables". Aunque esta novela sorprendentemente original e inquietante crea un mundo imaginario, resulta profética y completamente convincente desde la primera oración hasta las últimas cuatro palabras expresando su amor “al Big Brother” o "al Gran Hermano" (¿el líder "indiscutible" de hoy?) que “vela” por el "bienestar" y “vigila” para que haya “orden”.  No puede negarse el poder de la novela sobre la imaginación de generaciones enteras, o el poder de sus amonestaciones; un poder que parece crecer, no disminuir, con el paso del tiempo y dibujarse con grandes rasgos en la realidad actual.

En la novela, los personajes se sienten acorralados en todos sus ambientes, rodeados de cámaras que los observan y micrófonos que los escuchan hasta en los lugares más privados (¿diríamos hoy que se haga por motivos de "seguridad nacional"?). Prácticamente todo lo que se dice, lo que se hace y hasta lo que se desea hacer y cuáles son los gustos y preferencias de cada uno está registrado y sirve para controlarlos. Encontramos en sus páginas que hay incluso expertos que te observan, te escuchan y examinan tus preferencias, los que, a su vez, perfeccionan constantemente su capacidad de leer las expresiones faciales de la gente (¿los actuales expertos en "face recognition" mediante programas cibernéticos?).

Si todo esto nos parece exagerado, miremos a la China de hoy: hay cámaras en todas partes vigilando a sus ciudadanos y todo lo que hacen en Internet está monitoreado. Se ejecutan algoritmos y se están realizando experimentos para asignar a cada individuo una puntuación social. Si no actúa o no piensa de la manera "políticamente correcta", le suceden cosas lamentables: pierde la capacidad de viajar, por ejemplo, o pierde su trabajo, o puede perder la libertad o hasta la vida. Sin duda, es un sistema sumamente abarcador y eficaz.

En Estados Unidos y en otros países industrializados se están desarrollando controles semejantes, aunque el sistema democrático de estos países ha limitado bastante, hasta ahora, los controles y las represalias de los poderosos. Todavía hay frenos legales y el pueblo tiene medios de defenderse con respaldo del sistema jurídico. ¡Todavía!...  Empero, en Estados Unidos se está experimentando en los últimos tiempos un "cambio" muy inquietante y amenazador por el cual el conglomerado oligopólico industrial y de servicios, con el apoyo del gobierno, está comenzando a aplicar controles de este tipo con notable impunidad.

Estos países democráticos están todavía lejos de convertirse en países totalitarios. En realidad, el calificativo de "totalitario" no existía antes del siglo XX. El peor sistema de gobierno conocido anteriormente se calificaba como "tiranía", donde el poder se concentraba en una persona o en un grupo de intereses que lo ejercía a toda costa y, cuando encontraba oposición, con extrema crueldad. Pero el "totalitarismo" sólo fue posible a partir del siglo XX debido al desarrollo de la ciencia y la tecnología moderna que permite el control más absoluto del tirano o del grupo de intereses para que ejerza el poder con igual fuerza y crueldad sobre toda la población y sus medios de vida.

Es evidente la forma en que las grandes empresas de ciencia y tecnología están actualmente rastreando en EEUU y otros países democráticos los movimientos y actividades de las personas, hasta el punto que pueden saber de antemano lo que la gente hará con notable certeza. Aún más alarmante es el hecho de que estas empresas oligopólicas son cada vez más capaces de ejercer control y están dispuestas a utilizar la información que recopilan para manipular los pensamientos y las decisiones de las personas, así como para influir en las tendencias políticas y lo que consideran que es "políticamente correcto", según sus conveniencias.

La sociedad de «1984» está organizada en tres niveles. Está el Partido Interior (¿el actual "deep establishment"?), cuyos miembros tienen todo el poder. Está el Partido Exterior (¿la actual burocracia pública?), al que pertenece el protagonista de la novela, cuyos miembros tienen un poder limitado, trabajan para el Partido Interior y están comprometidos y son controlados por los que ocupan ese alto nivel. Y están los proles, que viven y hacen el trabajo manual en un área relativamente no regulada (los ciudadanos de a pie).

Todo esto se desarrolla en un ambiente de constante adoctrinamiento por todos los medios de comunicación y de educación que imprimen en la conciencia de la población una cultura donde la doblez de pensamiento desafía la ley aristotélica de la contradicción, la cual postula la lógica más pura y, al ser la base de todo razonamiento, es el medio de dar sentido al mundo que nos rodea.

Hoy día se está violando constantemente la ley de la contradicción, cuando una autoridad, por ejemplo, ordena suspender los servicios religiosos porque la aglomeración en el templo es peligrosa, pero otorga permisos para marchas de protesta masivas donde la aglomeración es mucho mayor. La ley de la contradicción, en otro ejemplo pertinente, rechaza que una mujer declare que es un hombre, o viceversa, y exija que se le reconozca como tal, como si la realidad biológica pudiera cambiarse a voluntad. Igualmente, esa ley prohibe que cambiemos o reinterpretemos el pasado porque la verdad, las verdades, residen en los hechos del pasado y no en el conmocionado y confuso presente ni, mucho menos, en el futuro que no ha llegado aún. Tampoco residen en los que ejercen el poder para "cambiar" las cosas a su manera y conveniencia para fabricar sus propias "verdades".

La doblez del pensamiento que viola esta ley, permite reinterpretar no sólo el pasado sino el significado mismo de las palabras para darles a ellas y a los conceptos que formulan una nueva orientación y realidad, tal como en el newspeak, "neohabla" o "neolengua" que pronostica la novela. Por tanto, «1984» profetiza la creación de un Ministerio de la Verdad que determine a su modo las "verdades" del pasado y el significado de lo que se dice. En cierto modo, coincide la profecía con esa nefasta tendencia actual de acallar todo lo que no es "políticamente correcto". ¡Ah! Pero se trata de lo que los poderosos, los que mandan, estiman que es "correcto". 

El totalitarismo es un fantasma que nos acecha muy de cerca mientras hacemos caso omiso a estas nefastas tendencias de control y a este obligatorio sometimiento a lo que es "políticamente correcto", según lo definen los poderosos. No obstante, en el ser humano predomina el espíritu de la libertad que rechaza indignado todo tipo de sometimiento; razón suficiente por la que podemos afirmar que el totalitarismo puede imponerse a corto plazo, pero no puede triunfar a largo plazo. Esa es la lucha que estamos librando desde los albores del siglo XX y es lo que está en juego en última instancia. Hoy podemos percibir alarmados el impulso totalitario entre fuerzas poderosas en nuestra política, hasta el punto de estar afectando nuestra cultura. Podemos verlo en el surgimiento y la imposición de esa doblez de pensamiento, y podemos verlo en el creciente intento de reescribir nuestra historia.

Si comprendemos lo que está sucediendo y nos aprestamos a rechazar esas tendencias con firmeza y determinación, todavía estamos a tiempo de prevenir un largo período de tribulación totalitaria. La democracia es débil y se derrumba cuando la mayoría silenciosa opta por observar el desastre desde la cerca. Sólo se consolida si la defendemos con firmeza.

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