He estado pensando… (LXXXV)

Padre Alberto Reyes He estado pensando en la raíz de algunos “no”

Hace muchos años, este pueblo se hartó de la dictadura de Batista, y en su gran mayoría apoyó los movimientos revolucionarios que luchaban contra la tiranía. Mucha gente arriesgó bienes, estatus e incluso la vida, muchos trabajaron en la clandestinidad, muchos perdieron familiares, muchos murieron. ¿Por qué? ¿Qué les daba fuerza y coraje? ¿Qué les hacía desafiar los peligros? La esperanza, el sol que nace en el alma cuando todavía es de noche.

Los que planearon apoderarse de esta isla fomentaron la esperanza, y transmitieron de mil modos a este pueblo que su apoyo y sus sacrificios desembocarían en la victoria, y cuando así fue, ofrecieron a este pueblo una ilusión preparada, haciéndole creer que sólo ellos conocían el camino hacia la libertad ansiada, mientras ganaban tiempo para encadenar lo único que realmente podía quitarles el poder: la esperanza.

Por eso fueron estableciendo un “no” donde este pueblo esperaba y necesitaba un “sí”. Los “no” a lo que ellos no podían ni pueden permitir.

No a los partidos políticos alternativos, porque los partidos políticos no son solamente la agrupación de personas que tienen un pensamiento diferente, sino el conjunto de personas que se unen para soñar un país distinto, para generar una visión nueva de la realidad, y desde esa visión, animarse unos a otros para buscar los medios de hacerla posible, y este sueño, esa visión, necesitan en su alma la esperanza.

No a elecciones libres. Invitan a votar, pero impiden elegir, porque el derecho a elegir transmite el mensaje de que se puede pensar diferente, y eso proyecta hacia un cambio, pues elegir es un modo de vivir la esperanza.

No a la libertad de expresión, porque no pueden permitir que las voces ciudadanas alcancen a las masas dormidas, engañadas o atemorizadas.

No pueden admitir ser cuestionados por aquellos que ofrecen una opción diferente, porque si el pueblo empieza a creer en esa opción diferente, nada impedirá que nazca en ellos la esperanza, y la esperanza despierta, hace ver los engaños y fortalece la decisión de que es posible hacer algo.

No a las manifestaciones pacíficas, porque a veces creemos que la esperanza es sólo una cuestión personal y privada, pero cuando esa esperanza se comparte, y se proclama, y se saca a las calles, se descubre que es la esperanza de todo un pueblo, y eso hace creer en el cambio que antes se imaginaba imposible.

No a la amnistía de los presos políticos, porque encarcelar al que piensa diferente es la mejor advertencia de lo que puede sucederle al que pone voz a su esperanza.

No al avance de la iniciativa privada, porque la iniciativa privada significa autonomía, empoderamiento, independencia del Estado.

La iniciativa privada se llama libertad, y la libertad alimenta la esperanza. Atrás han quedado los tiempos de los enamoramientos idílicos, de las promesas adormecedoras y de los cantos enérgicos que vaticinaban futuros de gloria. Ahora ya nos conocemos y nos hemos mirado a la cara.

Ahora sabemos que todo fue manipulación y mentira. Ya no vale la pena fingir.

Sólo queda la mano dura y la amenaza continua. Sólo queda intentar convencer que la esperanza es inútil, y que de nada sirve soñar un mañana diferente. Y sin embargo, en el corazón de este pueblo, cada nuevo día, en medio de la precariedad y la tiranía, una voz muy dentro, renace y resuena: “Existo –dice la esperanza- y un día, un día, lograremos cambiar la noche por una libertad que se haga mediodía”.

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