He estado pensando en la necesidad de la coherencia entre el hablar y el hacer
Tengo la mala manía de pensar, y no puedo evitar que mi mente viaje, neurona a neurona, desde lo que leo y veo, hasta ese sitio que se llama “la propia conclusión”.
En la medida en que leía “La historia me absolverá”, mi mente viajaba, desde las palabras textuales, hasta la realidad que vivo hoy, muchos años después.
Leo a Fidel en su alegato diciendo que “no me voy a referir aquí a centenares de casos en que grupos de ciudadanos han sido apaleados brutalmente, sin distinción de hombres y mujeres, jóvenes o viejos”, mientras mi mente piensa en las Brigadas de respuesta rápida, en los golpes a las Damas de blanco, en la fatídica frase de “la orden de combate está dada”.
Fidel ve “en cada hecho un cinismo inaudito, una hipocresía infinita: la cobardía de rehuir la responsabilidad y culpar invariablemente a los enemigos del régimen”, y en mi mente resuena la culpa invariable del Imperialismo yanqui, del espantoso “Bloqueo”, que de un modo inexplicable ha logrado mantener sumido en la miseria a este pueblo que se gloría de su autonomía y de su soberanía, que se dice faro y guía de América, que ha instalado un sistema inmune a las crisis porque aplica la planificación socialista de la economía.
“Cuba – añade- está sufriendo un cruel e ignominioso despotismo, y vosotros no ignoráis que la resistencia frente al despotismo es legítima”. Y yo respiro, porque, por fin, coincido con lo que dice, y con mucho de lo que sigue, que me da gusto reproducir.
Habla de la Constitución del 40 y la cita donde plantea que: “Es legítima la resistencia adecuada para la protección de los derechos individuales (…)”. Y tomando pie en esto añade: “El derecho a la insurrección frente a la tiranía es uno de esos principios que, esté o no esté incluido dentro de la Constitución jurídica, tiene siempre plena vigencia en una sociedad democrática”.
Cita a Montesquieu, que habla del poder despótico donde “uno solo, sin ley y sin regla, lo hace todo sin más que su voluntad y su capricho”. Y comenta: “Un hombre al que sus cinco sentidos le dicen sin cesar que lo es todo, y que los demás no son nada, es naturalmente ignorante, perezoso, voluptuoso”.
Habla de Juan de Salisbury, en la Edad Media, que afirma que “cuando un príncipe no gobierna con arreglo a derecho y degenera en tirano, es lícita y está justificada su deposición violenta”. Y recuerda que Santo Tomás de Aquino “rechazó la doctrina del tiranicidio pero sostuvo, sin embargo, que los tiranos debían ser depuestos por el pueblo”.
Y pienso, desde esta mala manía que tengo, qué diferente hubiera sido todo si, respetando las aspiraciones legítimas de este pueblo, este ideal que en lo escrito se defiende, no hubiera terminado en letra muerta, convirtiendo la mano que prometió arrancar nuestras cadenas en garra opresora.
Pero también pienso que lo que es verdadero es verdadero, y que no falta razón a los que han hablado de la conquista de la libertad frente a la tiranía, de estos postulados que he mencionado, y de otros, que también el alegato cita y que habrá que comentar, porque la lista es muy larga para una sola entrega.