Qué regalo el de la Palabra de Dios, hoy que toda la Iglesia celebra a Santiago Apóstol, quien fue asesinado por seguir a Jesús. Fue testigo directo del Maestro, conoció sus modos concretos, su radicalidad, su confianza en el Padre. Fue un hombre que descubrió que seguir a Jesús implica jugarse la vida y asumir hasta las últimas consecuencias esa adhesión a su proyecto del Reino.
Sin embargo, me detengo en otra parte de la Escritura, también propuesta para este día, la segunda carta de San Pablo a los Corintios: _“Por todas partes nos aprietan, pero no nos aplastan; andamos con graves preocupaciones, pero no desesperados; somos perseguidos, pero no desesperanzados; derribados, pero no aniquilados; llevamos en nuestro cuerpo los sufrimientos de Jesús, para que también en nuestro cuerpo se manifieste la vida de Jesús”_ (2Cor 4, 8-10).
Es uno de los textos que, en el contexto en que estamos viviendo en nuestro amado y sufrido país, más nos invita a optar decididamente por el bien en medio de la angustia, del cansancio, del agobio; nos trae una profunda y clara invitación a no perder la esperanza.
Duele mucho por lo que nos están haciendo atravesar como nación. Taladra permanentemente el alma tanto desconsuelo, tanto abuso, tanta precariedad y represión. Como los primeros cristianos que fueron sometidos hasta la muerte, nosotros, creyentes y no creyentes, llevamos años de llantos amargos, de silencios impuestos, de hambre compartida, de miedos evidentes y disfrazados.
Seguimos llevando en nuestro cuerpo el sufrimiento de Jesús, vamos también cansados y sin fuerzas para enfrentar cada amanecer. Cada nueva propuesta, reforma o ley no hacen más que ahogar nuestra existencia y llevarnos a la angustia, a la huida, al abandono de lo nuestro, a abrirnos a lo que nos rompe al dejar atrás a los más queridos sin saber a ciencia cierta qué encontraremos en otras tierras, que puede ser el gran sueño de la libertad y de la prosperidad, valiosas, por supuesto, pero roto el corazón y agotada la vida con una mochila sobre la espalda.
Y hoy san Pablo nos transmite esta palabra de esperanza, y esa es mi fortaleza y el sentido que me anima y que comparto: no perdamos la esperanza, no nos dejemos robar la esperanza, todo tiene un final, y siempre triunfa la Vida, siempre triunfa el Bien. No quiero rendirme, quiero seguir creyéndole a Dios, quiero aferrarme tercamente a la esperanza. Es una realidad innegable que estamos en los peores momentos de nuestra nación, y aún así hay un poder dentro de nosotros, los que no tenemos otros poderes. Tenemos el poder de negarnos a que nos quiten nuestros suspiros de vida. Tenemos dentro la libertad de apostar por ser mejores personas, de decir lo que sentimos sin aplastar ni permitir que nos aplasten. No hay poder mayor que liberarnos conscientemente de nuestros miedos y disfrutar de la vida que emerge desde adentro, de la fuerza que brota al decir una verdad, reclamar serenamente un derecho y caminar haciéndole frente a tanta injusticia.
_“Y es que esta fuerza extraordinaria procede de Dios y no de nosotros”_, dice el texto. Entonces miremos la historia, enfoquemos la mirada, afinemos el oído y seamos constructores y protagonistas de un mejor momento, porque es nuestro derecho, porque la esperanza cierta nos hace optar por la Vida. Sí, cansados, pero no derribados. Sí, silenciados y asfixiados, pero dignos. Sí, casi muertos, pero aún con vida… Y sobre todo confiados en que Dios permanece a nuestro lado, camina con nosotros, le duele el dolor de nuestro pueblo y nos sostiene. Esa es y debe ser por siempre nuestra fuerza y la razón de nuestra esperanza. Así lo creo, así lo pido para todos.