El pasado 11 de febrero salió publicado en El Nuevo Herald, de Miami, el artículo titulado: “La servidumbre de las monjas y el sexismo en la Iglesia Católica”.
La palabra “servidumbre” connota trabajo obligado; equivale a esclavitud.
El Cristianismo valora el servicio, ya que todo cristiano sigue a Jesús, que “no vino a ser servido, sino a servir” (Mc 10, 45). El mismo Papa, cuando habla de su cargo, lo llama “servicio petrino”.
Las monjas son mujeres católicas que, siguiendo la llamada de Dios, se incorporan libremente a la vida religiosa para servir según sus capacidades. Hay consagradas que trabajan como presidentas de universidades y hospitales católicos; muchas imparten enseñanza a diferentes niveles; las hay enfermeras en congregaciones hospitalarias. El fuerte de algunas es la cocina o la costura u otras manualidades. En las comunidades todas comen lo mismo y visten igual; no hay diferencias. Muy pocas prestan servicios domésticos en residencias episcopales.
Los abusos contra monjas que deplora el Papa Francisco hay que enmarcarlos dentro de su elevado número. Ellas llegaron a ser más de 700,000 a nivel mundial; ahora son menos, pero siguen siendo muchas y a muy pocas les ha ocurrido lo que lamenta el Papa.
La mayoría de las monjas entran en el noviciado bien seguras de una vocación que incluye voto de castidad. En cuanto a religiosas que han concebido, es falso que la Iglesia apruebe el aborto como solución; en ningún caso la moral católica justifica ese infanticidio. Es cierto que en países en guerra, como el Congo y Bosnia, hubo monjas que tomaron pastillas anticonceptivas por precaución; pero eso es diferente.
El respeto a la vida humana ha sido constante en el Cristianismo. En La Habana hubo durante casi tres siglos una institución benéfica llamada Casa Cuna, donde las madres llevaban a los bebés que no podían criar. A esos niños les ponían el apellido del obispo Fray Gerónimo Valdés. El personaje ficticio Cecilia Valdés venía de esa institución. Y también el poeta patriótico Gabriel de la Concepción Valdés, alias Plácido, así como el Beato José Olayo Valdés.
Es falso que los hombres de la Iglesia “impongan las reglas, los votos de celibato, obediencia y pobreza”. Desde el siglo III existen hombres y mujeres que libremente se entregan a Dios de un modo radical expresado en los tres votos religiosos. Si durante la formación algunas consagradas descubren que su vocación es otra o se sienten abusadas, salen por la misma puerta por la que entraron. Y si ya tenían votos perpetuos, solicitan la dispensa. Muchos ex religiosos(as) siguen sirviendo a Dios desde el laicado.
Eduardo M. Barrios, S.J.
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