Las raíces filosóficas marxistas de la represión

Es una tarea para el presente y para el futuro responder a la pregunta de si el marxismo fue pervertido por los políticos o si todo este andamiaje teórico constituye una perversión del pensamiento.

A muchos les cuesta trabajo creer, o entender, cómo es posible que las ideas de pensadores tan cool y tan sexy como Marx y Engels puedan servir para justificar actitudes tan decadentes (cheas) como reprimir a jóvenes creadores, realizar mítines de repudio o prohibir el libre ejercicio de actividades profesionales y la difusión independiente de informaciones y opiniones en el periodismo.

¿De dónde viene la justificación profunda; a qué concepto filosófico puede estar anclada la represión desembozada cuya expresión más "sutil y sofisticada" se articula en espacios de la televisión nacional donde groseramente se denigra, sin derecho a réplica, a quienes piensan diferente?

En los cursos más elementales de marxismo-leninismo, luego de estudiar las tres leyes fundamentales de la dialéctica, se aprende que en la sociedad se manifiestan contradicciones antagónicas que solo se solucionan a través de la violencia que genera una revolución.

Según el dogma, una contradicción antagónica solo se resuelve cuando uno de los contendientes logra el exterminio o la anulación del adversario.

Hay que advertir que en los textos originales de Marx o Engels no se encuentra este apotegma, tal y como aparece en el párrafo anterior. Dialéctica de la naturaleza fue una obra inconclusa de Engels que solo vio la luz cuando en 1925 fue editada por los académicos del Comité Central del Partido Comunista de la Unión Soviética, justamente en tiempos de Stalin. Fueron ellos los que sistematizaron, para simplificarlos en manuales, los esbozos filosóficos de Engels dispersos en notas y apuntes complementarios.

Tres años más tarde se produjo en la URSS la cooperativización forzosa y no es casual que aquel horror, que daba continuidad al "terror rojo" implantado por Lenin, apareciera luego en los manoseados manuales como ejemplo de solución a una contradicción antagónica, cuyo propósito era el exterminio definitivo de los kulaks. Muchos de estos textos están disponibles hoy en Internet.

La decisión de un reducido grupo de personas de implantar en Cuba un sistema socialista entraba en contradicción con la existencia de propietarios privados de medios fundamentales de producción. En menos de una década los propietarios fueron despojados mediante la violencia y los que se resistieron terminaron en el exilio, encarcelados, o muriendo en combate.

Desaparecieron los propietarios pero no apareció el socialismo. Al menos no se cumplieron sus leyes fundamentales de "satisfacer las necesidades siempre crecientes de la población" y "erradicar la explotación del hombre por el hombre".

De nada valió el despojo para exterminar al antagónico propietario. De nada valió "la sangre derramada en las arenas de Playa Girón para rechazar a los burgueses que venían a recuperar lo confiscado", de nada valieron los milicianos en las montañas del Escambray matando campesinos que se habían alzado porque le habían arrebatado sus tierras.

Todas aquellas supuestas victorias terminaron en una derrota económica porque el socialismo de los libros no logró instaurarse como sistema en la realidad y finalmente se tuvieron que reconocer las reglas del mercado. Fue también una derrota ideológica porque nunca desapareció en los cubanos el deseo de ser propietarios, ni el de expresarse con libertad.

En los tiempos actuales, esta resulta la contradicción más aguda que sale a flote. Ya no se trata de aquella, sustentada artificialmente bajo el concepto de lucha de clases, que se solucionó sobre el ámbito material confiscando propiedades. Lo que pretende ahora el Gobierno es ponerle freno a quienes impulsan la propuesta de expandir las fuerzas productivas a contrapelo de mantener una economía planificada como último reducto del frustrado "socialismo".

La "pregunta filosófica" es si se trata de una contradicción antagónica y si sigue siendo válida la idea del exterminio del contrario como única solución al antagonismo.

Los que aspiran a que las cosas cambien en Cuba, que son el elemento más dinámico de esta contradicción, se encuentran divididos entre quienes aspiran al derrocamiento violento de la dictadura y los que creen en un cambio gradual, incruento, fruto de un diálogo.

La mala noticia es que lo único que entienden quienes mandan en Cuba es que deben aniquilar a su contraparte, radicales y moderados, metidos sin distinción en el mismo saco, porque ven en todos y cada uno de ellos a sus futuros exterminadores. Para llevar a la praxis lo que aprendieron en la teoría están dispuestos a limitar, con toda la violencia disponible, la libertad de expresión de sus ciudadanos, interpretando que toda discrepancia debe ser considerada como una complicidad con el imperialismo.

Es una tarea para el presente y para el futuro responder a la pregunta de si el marxismo fue pervertido por los políticos o si todo este andamiaje teórico constituye una perversión del pensamiento.

Más allá de esta sutileza de una definición de las contradicciones, fruto de la subversión de la dialéctica de Hegel, es fácil encontrar en Marx afirmaciones sin fundamento como la de creer que al implantar la dictadura del proletariado no solo terminaría la lucha de clases, lo que traería como consecuencia la desaparición del Estado, sino que además se borraría de la mente de los hombres la aspiración a ser propietarios y todo esto deducido de su estudio sobre los 72 días que duró la Comuna de París.

Lo más triste es que posiblemente detrás de la represión que somete a los cubanos en pleno siglo XXI no hay siquiera vestigios de un pensamiento elevado que pueda considerarse como la fuerza de la razón, sino simple ambición de poder respaldada por la razón de la fuerza.

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