Eritrea está gobernada por una férrea dictadura que se ha enfrascado en guerras de agresión contra Etiopía y Djibouti con el pretexto de reclamaciones fronterizas.
Aunque los cristianos son una minoría pacífica en Eritrea, son constantemente hostigados y cruelmente encarcelados por por períodos indefinidos.
La mayoría del público en general no tiene idea de que existe un país llamado Eritrea ni, mucho menos, dónde está situado. Se encuentra al Este de Africa, bordeando el Mar Rojo, y es el producto de una violenta separación de Etiopía, después de una cruenta guerra que culminó con la independencia en 1998.
A partir de su independencia, las autoridades continuaron sometiendo a disidentes políticos, miembros de congregaciones religiosas, periodistas y pueblos indígenas a detención arbitraria y desaparición forzada. El derecho a practicar creencias religiosas se restringió severamente, y un líder religioso murió en prisión después de haber estado detenido durante 10 años. El pueblo indígena Afar sufría discriminación y otras formas de persecución. Se intensificó el uso del servicio militar obligatorio indefinido y las mujeres reclutas se enfrentaban a la violencia sexual en los campos de entrenamiento.
El gobierno continuó con su política de 24 años de detención arbitraria y, en algunos casos, desaparición forzada de periodistas, disidentes políticos reales o supuestos y miembros de congregaciones religiosas como instrumento de represión. Se denegó a los detenidos el derecho a la revisión judicial y el acceso a asistencia letrada. Se desconocía la suerte y el paradero de 11 miembros del G-15, un grupo de 15 políticos de alto rango que hablaron públicamente contra el presidente en 2001, junto con el de 16 periodistas acusados de estar vinculados al G-15.
Aunque las iglesias Tewahedo Ortodoxa de Eritrea, la Católica y la Luterana Evangélica han sido obligadas a registrarse bajo las condiciones del régimen, las autoridades discriminan contra ellos simplemente por la fe que practican. Hay más de dos centenares de prisioneros por esta causa.
Por sólo citar algunos ejemplos, el Pastor Tesfaye Seyoum murió en la prisión de Mai Serwa después de haber cumplido 10 años de prisión. Este mes de mayo, cumplen 20 años de prisión otros dos cristianos: Kiflu Gebremaskei y Haile Nayzgi. Pese a su larga reclusión, ni ellos ni sus familias tienen la menor idea de cuándo serán puestos en libertad, si es que alguna vez sucede.
Otro caso conmovedor es el de Twen Theodros, quien sólo hacía dos años que se había convertido al cristianismo cuando la arrestaron por primera vez en 2006. A pesar de ser mujer, había concluido el servicio militar obligatorio en 2004.
Ocho meses después, la arrestaron por segunda vez con otros 60 cristianos que celebraban el comienzo de año con oraciones y una vigilia. La mantuvieron por dos años y 10 meses encerrada en un contenedor de metal, la mayor parte del tiempo en aislamiento. Cuando vieron que no accedía a renunciar a su fe, la sometieron a golpizas, latigazos y otros castigos. Es larga la cadena de torturas a la que se vio sometida meses y años después. Twen logró sobrevivir su calvario y fue liberada el 8 de septiembre de 2020.