Como si fuera obra del anticristo, el socialismo radical y extremista se ha adueñado de muchas palabras y frases cristianas para sembrar la confusión y embaucar a los incautos. Así está sucediendo con el concepto de "hombre nuevo" y la correlativa idea de la "universalidad de las cosas". El socialismo totalitario o el que allana el camino al totalitarismo, interpreta a un "hombre nuevo" moldeado por un igualitarismo sumiso al Estado que lo impone; y a una "universalidad de las cosas" que implica la distribución forzosa de las riquezas y, por tanto, la confiscación y destrucción de la propiedad privada.
Por el contrario, para los católicos y otros cristianos, el "hombre nuevo" es producto de una conversión profunda que lo transforma en un imitador de Cristo, aspirando a la santidad que nunca puede lograr porque somos humanos imperfectos, pero a la que aspira y se esfuerza por lograr sinceramente. Y la "universalidad de las cosas" (o 'destino universal de los bienes') es producto de la generosidad, la solidaridad y el amor al prójimo del "hombre nuevo", convertido en cristiano auténtico y dispuesto a sacrificarse por "el otro" (el prójimo) y a brindarle su apoyo y consideración.
El centro del mensaje cristiano, tal como lo enseñó Jesus, es el amor a Dios y al prójimo (Mateo 22, 34–40). Si se opta por este principio, la vida humana se verá influenciada por él, se irán concretando nuevos modelos de comportamiento, configurando a ese "hombre nuevo" que vive según la ley de Dios y que intenta de todo corazón imitar a Cristo. Por tanto, el "hombre nuevo" hace suyo el concepto del "destino universal de los bienes" como una idea por la que la Iglesia católica declara que los bienes de la creación están destinados al género humano en su conjunto, aunque no rechaza por eso la legitimidad de la propiedad privada porque la considera como garante de la autonomía de la persona en libertad, señalándola como instrumento de la justicia social y su aplicación, sobre todo a través del salario justo y una estricta honestidad.
En resumen, no se trata de aplicar medidas forzosas por parte de un Estado totalitario sino de vivir en libertad y en un ambiente democrático, para transformar al ser humano, mediante una educación ética y religiosa, en un instrumento personal de justicia, generosidad y solidaridad.
"¡La Iglesia soy yo!" Cada uno de nosotros es la Iglesia al conformar la congregación universal (católica). La jerarquía es necesaria para mantenerla unida y que cada uno de nosotros no nos disgreguemos "a mi manera". Por eso Jesús, el Cristo, creo la sucesión apostólica al fundarla sobre la base de Pedro y al concederle a la "jerarquía" de los apóstoles la potestad de "atar" o "desatar", transferida al paso del tiempo a la orden sacerdotal. Pero TODOS somos el "Cuerpo de Cristo", desde el Sumo Pontífice hasta el más humilde de los fieles.
La jerarquía tiene autoridad suprema en cuestiones doctrinales o teológicas, aunque limitada a la doctrina original de Jesús y a la "Tradición" que deriva de ella y que se consolida en el "Magisterio" de la Iglesia. Fuera de eso, en cuestiones sociales, políticas o económicas, todos tenemos una tarea que realizar en igualdad de condiciones y derechos dentro de esos parámetros doctrinales que son inamovibles aunque, por ser nosotros humanos imperfectos, estén sometidos a interpretación y correcciones una y otra vez en la búsqueda perpetua de la verdad y la perfección.